Gradwyn… no era la cabeza de nadie, una brillante cabeza roja cercenada, un maniqui que no tenia nada que ver con algo vivo. Oyo el estrepito de la porcelana al caer sobre la alfombra y, dando traspies hasta apoyarse en un sillon de la salita, se inclino y sintio unas nauseas tremendas. El hedor de su vomito le entro por las ventanas de la nariz, y su ultimo pensamiento antes de desmayarse fue un nuevo horror: ?Que diria la senorita Cressett sobre el sillon echado a perder?
Cuando volvio en si, se encontraba tendida en la cama del dormitorio que compartia con su esposo. Estaba Dean, y detras el senor Chandler-Powell y la enfermera Holland. Permanecio un momento con los ojos cerrados y oyo la voz de la enfermera y la respuesta del senor Chandler-Powell.
– George, ?sabias que estaba embarazada?
– ?Y como demonios iba a saberlo? No soy tocologo.
Asi que lo sabian. Ella no tendria que dar la noticia. Lo unico que le importaba era el bebe. Oyo la voz de Dean.
– Desde que te desmayaste has estado durmiendo. El senor Chandler-Powell te ha traido aqui y te ha dado un sedante. Es casi la hora del almuerzo.
El senor Chandler-Powell se acerco, y ella noto las frias manos del medico en su pulso.
– ?Como te sientes, Kimberley?
– Estoy bien. Gracias, senor. -Se incorporo energicamente y miro a la enfermera.
– Enfermera, ?le ha pasado algo al nino?
– No te preocupes -dijo la enfermera Holland-. El bebe estara bien. Si lo prefieres, puedes almorzar aqui, Dean se quedara contigo. La senorita Cressett, la senora Frensham y yo nos ocuparemos del comedor.
– No -dijo Kim-, me encuentro bien. En serio. Y me encontrare mejor trabajando. Quiero volver a la cocina. Quiero estar con Dean.
– Buena chica -dijo Chandler-Powell-. En la medida en que podamos, debemos seguir con nuestra rutina habitual. Pero no hay prisa. Tomemos las cosas con calma. El inspector jefe ha estado aqui, pero al parecer espera que venga una brigada especial de la Policia Metropolitana. He pedido a todo el mundo que, de momento, no hable de lo que paso anoche. ?Lo entiendes, Kim?
– Si, senor, entiendo. La senorita Gradwyn fue asesinada, ?verdad?
– Supongo que sabremos mas cuando llegue la brigada de Londres. Y si es eso lo que ha pasado, descubriran al culpable. No tengas miedo, Kimberley. Estas entre amigos, como tu y Dean habeis estado siempre, y cuidaremos de ti.
Kim mascullo su agradecimiento. Y ahora que se habian ido, se deslizo de la cama y acudio al consuelo de los fuertes brazos de Dean.
SEGUNDA PARTE
1
A las diez y media de aquel domingo por la manana, el comandante Dalgliesh y Emma Lavenham tenian una cita para reunirse con el padre de ella. Conocer al futuro suegro, especialmente con la finalidad de informarle de que uno va a casarse en breve con su hija, es una iniciativa casi nunca desprovista de recelos. Dalgliesh, con un vago recuerdo de otros encuentros similares imaginarios, habia previsto que, como suplicante, se esperaba de el que viera al profesor Lavenham a solas, pero Emma le convencio facilmente de que debian visitar a su padre juntos.
– De lo contrario, carino, no hara mas que preguntar cual es mi opinion. Al fin y al cabo, nunca te ha visto y yo apenas he mencionado tu nombre. Si no voy yo, no estare segura de que lo haya asimilado. Tiene realmente cierta tendencia al despiste, aunque nunca tengo claro en que medida esto es genuino.
– ?Acostumbra a estar despistado?
– Cuando estoy con el, pero a su cabeza no le pasa nada. Mas bien le gusta tomar el pelo.
Dalgliesh creia que el despiste y las bromas serian los problemas menos graves con su futuro suegro. Habia advertido que, al llegar a viejos, los hombres distinguidos son dados a exagerar sus excentricidades de cuando eran mas jovenes, como si estas rarezas autodefinitorias de la personalidad fueran una defensa contra la perdida paulatina de las capacidades fisicas y mentales, el amorfo aplastamiento del yo en los ultimos anos. No estaba seguro de lo que sentian Emma y su padre uno hacia otro, pero seguramente era amor -al menos en el recuerdo- y afecto. Emma le habia dicho que su hermana pequena, juguetona, docil y mas bonita que ella, muerta atropellada por un coche que iba a toda velocidad, habia sido la favorita de su padre, pero lo habia dicho sin ningun tono de critica ni de rencor. El rencor no era una emocion que el relacionara con Emma. Pero por dificil que fuera la relacion, ella queria que esta reunion entre su padre y su amante saliera bien. A el correspondia conseguir que asi fuera, que Emma no recordara la entrevista como una situacion embarazosa o le quedara un desasosiego perdurable.
Todo lo que Dalgliesh sabia de la infancia de Emma habia sido dicho en estos fragmentos inconexos de conversacion en el que cada uno exploraba con pasos vacilantes el interior del pasado del otro. Al jubilarse, el profesor Lavenham habia rechazado Oxford en favor de Londres y vivia en un piso grande de uno de los edificios eduardianos de Marylebone, dignificado, como la mayoria, con la denominacion de «palacete». El edificio no estaba muy lejos de la estacion de Paddington, con su linea regular de tren a Oxford, donde el profesor era un frecuente -y, sospechaba su hija, a veces demasiado frecuente- comensal en la mesa de los profesores. Un ex sirviente de la universidad y su esposa, que se habian mudado a Camden Town a vivir con una hija enviudada, acudian a diario a hacer la limpieza y volvian mas tarde a preparar la cena del profesor. Cuando se caso, el tenia mas de cuarenta anos y, aunque ahora tenia solo setenta, era perfectamente capaz de cuidar de si mismo, al menos en las cosas esenciales. Sin embargo, los Sawyer se habian convencido a si mismos, con cierta connivencia por parte del profesor, de que estaban ocupandose con devocion de un distinguido caballero necesitado de ayuda. Solo el adjetivo «distinguido» era adecuado. Los antiguos colegas que visitaban los palacetes Calverton opinaban que a Henry Lavenham le habia ido muy bien.
Dalgliesh y Emma cogieron un taxi para ir a los Palacetes y llegaron a la hora convenida con el profesor, las diez y media. El edificio habia sido repintado hacia poco, el enladrillado era de un desafortunado color que, segun Dalgliesh, recordaba al del filete de ternera. El espacioso ascensor, revestido de espejos y con un fuerte olor a cera de muebles, los llevo a la tercera planta.
La puerta del numero 27 se abrio tan puntualmente que Dalgliesh sospecho que su anfitrion habia estado vigilando la llegada del taxi desde la ventana. El hombre que tenia enfrente era tan alto como el, con un rostro hermoso de huesos prominentes bajo una mata de pelo rebelde de color gris acero. Se ayudaba de un baston, pero sus hombros estaban solo ligeramente encorvados, y los ojos oscuros, el unico parecido con su hija, habian perdido su brillo pero observaban a Dalgliesh con una mirada tan penetrante que desconcertaba. Iba en zapatillas y vestido de manera informal, pero su aspecto era inmaculado.
– Pasad, pasad -dijo con una impaciencia que daba a entender que se estaban demorando en la puerta.
Fueron conducidos a una gran estancia delantera con una ventana en saledizo. Evidentemente era una biblioteca; de hecho, dado que cada pared era un mosaico de lomos de libros y que en el escritorio y practicamente en todas las demas superficies no habia mas que montones de libros en rustica y revistas, no quedaba sitio para otra actividad que no fuera leer. Frente al escritorio, una silla de respaldo alto habia sido liberada de sus papeles, que ahora se amontonaban debajo, lo que, a juicio de Dalgliesh, le daba una singularidad