proporcionado, le encantaba comer, y el sabia que parte de su exito con ella se debia a las comidas, fuera en restaurantes cuidadosamente elegidos que a duras penas se podia permitir, o, si ella lo preferia, preparadas por el en casa. Este almuerzo, al que ella habia sido invitada, estaba planeado en parte para recordarle a Beverley lo que se habia estado perdiendo.

El habia visto a los padres de ella una vez y solo un rato, y le sorprendia que esa pareja solidamente cebada, convencional, bien vestida y fisicamente anodina, hubiera engendrado una chica tan exotica. Le encantaba mirar a Beverley: la palida cara oval y el pelo oscuro con un flequillo sobre los ojos ligeramente oblicuos le conferian un atractivo algo oriental. Beverley venia de un ambiente tan privilegiado como el de Francis, y la joven, pese a sus esfuerzos, no habia conseguido deshacerse de todos los indicios que delataban una buena educacion general. Pero los despreciados valores y accesorios burgueses habian sido sacrificados en el altar del arte, y en cuanto a su habla y aspecto se habia convertido en Abbie, la discola hija del dueno de un pub, en un culebron televisivo ambientado en un pueblo de Suffolk. Cuando las cosas empezaron a ir bien, sus posibilidades de actuar mejoraron notablemente. Habia planes para una aventura con el organista de la iglesia, un embarazo y un aborto ilegal, y un tumulto general en el pueblo. Pero se habian recibido quejas de espectadores para quienes ese idilio rural competiria con Eastenders, y ahora corria el rumor de que Abbie iba a ser redimida. Hubo incluso la propuesta de un matrimonio fiel y una maternidad virtuosa. Fue un desastre, se quejaba Beverley. Su agente ya estaba tanteando el terreno para sacar provecho de su presente notoriedad mientras durase. Francis -solo era Benton para sus colegas y la Met- no tenia ninguna duda de que el almuerzo seria un exito. Sus padres siempre sentian curiosidad por aprender cosas sobre los mundos misteriosos a los que no tenian acceso, y a Beverley le alegraria hacer una vehemente interpretacion del ultimo capitulo, probablemente con dialogo.

Francis sentia que su propio aspecto era tan enganoso como el de Beverley. Su padre era ingles, su madre india, y habia heredado la belleza de ella pero nada del profundo vinculo que la unia con su pais, que no habia perdido y que compartia con su esposo. Cuando se casaron, ella tenia dieciocho anos y el doce mas. Habian estado perdidamente enamorados y lo seguian estando, y su visita anual a la India era lo mas importante del ano. Cuando nino, Francis les habia acompanado, pero siempre sintiendose extrano, incomodo, incapaz de participar en un mundo al que su padre, que parecia mas feliz y alegre en la India que en Inglaterra, se habia adaptado facilmente en lo referente a la forma de hablar, vestir y comer. Desde la infancia temprana, tambien habia notado que el amor de sus padres era demasiado devorador para admitir a una tercera persona, aunque fuera un hijo unico. Sabia que lo querian, pero en compania de su padre, un director de colegio retirado, siempre se habia sentido mas un prometedor y apreciado alumno de secundaria que un hijo. La benigna no injerencia de sus padres era desconcertante. Cuando Francis tenia dieciseis anos y escuchaba las quejas de algun companero de la escuela sobre sus padres -la ridicula norma de llegar a casa antes de medianoche, las advertencias sobre las drogas, el alcohol o el sida, la insistencia en que el deber tenia prioridad sobre el placer, los constantes reproches sobre el pelo, la ropa y el estado de su habitacion que, al fin y al cabo, se suponia que era privada-, de algun modo Francis tenia la impresion de que la tolerancia de los suyos equivalia a un desinteres proximo a la negligencia emocional. En principio, la crianza de los hijos no era eso.

Cuando eligio profesion, la reaccion de su padre fue una que, sospechaba Francis, ya habia sido utilizada antes. «Solo hay dos cosas importantes a la hora de elegir empleo: que sea algo que fomente la felicidad y el bienestar de los demas y que te de satisfaccion a ti. El cuerpo de policia satisface la primera y espero que tambien la segunda.» Casi se habia tenido que morder la lengua para no decir «gracias, senor». De todos modos, sabia que queria a sus padres y a veces era calladamente consciente de que no solo habia distanciamiento por parte de ellos sino que el tambien los visitaba muy poco. Este almuerzo iba a ser una pequena expiacion por su desatencion.

Recibio la llamada en el movil especial a las diez cincuenta y cinco, mientras hacia su seleccion de verduras organicas. Era la voz de Kate.

– Tenemos un caso. El presunto asesinato de una paciente en una clinica privada de Stoke Cheverell, Dorset. En una mansion.

– Esto supone un cambio, senora. Pero ?por que la Brigada? ?Por que no la policia de Dorset?

La voz de Kate sonaba impaciente. No habia tiempo para chacharas.

– Quien sabe. Se muestran evasivos, como de costumbre, pero parece que tiene algo que ver con el Numero Diez. Te dare toda la informacion que tengo cuando estemos en camino. Sugiero que vayamos en tu coche, el comandante Dalgliesh quiere que lleguemos a la Mansion al mismo tiempo. El va con su Jag. Estare contigo tan pronto pueda. Dejare mi coche en tu garaje, el se reunira alli con nosotros. Supongo que tienes tu kit. Y trae la camara. Podria ser de utilidad. ?Donde estas ahora?

– En Notting Hill, senora. Con suerte estare de vuelta en el piso en menos de diez minutos.

– Bien. Tambien podrias coger algunos bocadillos, tortillas y algo de beber. AD no querra que lleguemos con hambre.

Cuando Kate colgo, Benton penso que ya sabia eso. Tenia que hacer dos llamadas, una a sus padres y otra a Beverley. Contesto su madre, que, sin perder tiempo, le dijo que lo lamentaba mucho y colgo. Beverley no contestaba el movil, pero a Benton le dio igual. Dejo un simple mensaje diciendo que se cancelaban los planes y que llamaria luego.

Tardo solo unos minutos en comprar los bocadillos y las bebidas. Salio corriendo del mercado y mientras cruzaba Holland Park Avenue, vio que un autobus con el numero 94 estaba reduciendo la velocidad al llegar a su parada, por lo que esprinto y logro saltar adentro antes de que se cerraran las puertas. Ya habia olvidado sus planes para ese dia y estaba pensando en la mas exigente tarea que le esperaba, la de aumentar su fama en la Brigada. Le preocupaba, aunque solo ligeramente, que esta euforia, la sensacion de que el futuro inmediato rebosaba de excitacion y desafios, dependiera de un cadaver desconocido que se estaba poniendo rigido en una casa solariega de Dorset, dependiera de la pena, la angustia y el miedo. Admitia, y no sin un pequeno arrebato de mala conciencia, que seria decepcionante llegar a Dorset y enterarse de que, despues de todo, era solo un asesinato comun y corriente y que el autor ya habia sido identificado y detenido. Nunca habia sucedido, y sabia que era improbable. Nunca llamaban a la Brigada para que se encargara de un asesinato del monton.

De pie junto a las puertas del autobus, espero impaciente que se abrieran, y acto seguido echo a correr hasta su edificio de apartamentos. Tras pulsar el boton del ascensor, permanecio sin aliento escuchandolo mientras bajaba. Fue entonces cuando cayo en la cuenta, sin que le importara lo mas minimo, de que se habia dejado en el autobus la bolsa con las verduras organicas cuidadosamente escogidas.

4

Era la una y media, seis horas despues del descubrimiento del cadaver, pero para Dean y Kimberley Bostock, que estaban esperando en la cocina hasta que llegara alguien que les dijera que hacer, la manana se hacia eterna. Este era su dominio, el lugar donde se encontraban como en casa, con todo bajo control, nunca agobiados, sabiendo que eran valorados aunque las palabras no se pronunciaran a menudo, confiados en sus aptitudes profesionales, y sobre todo juntos. Pero ahora iban de la mesa a los fogones como aficionados desorganizados en un entorno desconocido e intimidante. Como si fueran automatas, habian deslizado por encima de la cabeza las cintas de sus delantales de cocina y se habian puesto el gorro blanco, pero no habian trabajado mucho. A las nueve y media, y a peticion de la senorita Cressett, Dean habia llevado cruasanes, mermelada corriente y de naranjas amargas y una jarra grande de cafe a la biblioteca, pero al ir a retirar despues los platos advirtio que estaba casi todo intacto, aunque se habia acabado el cafe, cuya demanda parecia no tener fin. Cada dos por tres aparecia la enfermera Holland para llevarse otro termo. Dean empezaba a pensar que estaba encarcelado en su propia cocina.

Notaban que la casa estaba envuelta en un silencio inquietante. Incluso habia amainado el viento, sus rafagas moribundas parecian suspiros desesperados. Kim estaba avergonzada por su desmayo. El senor Chandler-Powell habia sido muy amable y le habia dicho que no volviera a trabajar hasta que se encontrara bien, pero ella se alegraba de volver a estar en su sitio, con Dean en la cocina. El senor Chandler-Powell tenia la cara cenicienta, parecia mas viejo y, por alguna razon, distinto. A Kim le recordo el aspecto de su padre cuando regreso a casa

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