– Frente a la puerta de la habitacion, custodiando el cadaver. Los de la casa, bueno los seis miembros mas importantes, supongo, esperan en el gran salon. Esta el senor George Chandler-Powell, el propietario; su ayudante el senor Marcus Westhall, lo llaman senor porque es cirujano; su hermana, la senorita Candace Westhall; Flavia Holland, la enfermera jefe; la senorita Helena Cressett, una especie de ama de llaves, secretaria y administradora general por lo que he entendido; y la senora Letitia Frensham, que lleva la contabilidad.

– Impresionante memoria, inspector.

– No tanto, senor. El senor Chandler-Powell es un recien llegado, pero la mayoria de la gente de por aqui sabe quien esta en la Mansion.

– ?Ha llegado la doctora Glenister?

– Hace una hora, senor. Ha tomado te y dado una vuelta por el jardin, y ha hablado con Mog, que viene a ser el jardinero, para decirle que ha podado demasiado el viburno. Y ahora esta en el vestibulo, a no ser que haya ido a dar otro paseo. Una dama muy aficionada al ejercicio al aire libre, diria yo. Bueno, es mas agradable que el olor de los cadaveres.

– ?Cuando ha llegado usted? -pregunto Dalgliesh.

– Veinte minutos despues de haber recibido la llamada del senor Chandler-Powell. Me disponia a actuar como agente encargado de la investigacion cuando me llamo el jefe para decirme que de eso se ocuparia el Yard.

– ?Alguna idea, inspector?

La pregunta de Dalgliesh derivaba en parte de la cortesia. Ese no era su territorio. El tiempo revelaria o no por que intervenia el Ministerio del Interior; en todo caso, el hecho de que Whetstone aceptara aparentemente la intervencion del departamento no significaba que le gustara.

– Diria que ha sido alguien de la casa, senor. Y si es asi, tenemos un numero limitado de sospechosos, cosa que, por mi experiencia, no facilita en absoluto la solucion del caso. No si todos conservan su presencia de animo, lo cual me parece que hara la mayoria.

Se acercaban al porche. La puerta se abrio como si alguien hubiera estado vigilando para salir en el momento preciso. No podia haber ninguna duda sobre la identidad de quien se hizo a un lado mientras entraban. Tenia el rostro serio y con la palidez tensa de un hombre en estado de shock, aunque no habia perdido en absoluto su autoridad. Aquella era su casa, y tenia el mando sobre ella y sobre si mismo. Sin tender la mano ni mirar a los subalternos de Dalgliesh, dijo:

– George Chandler-Powell. Los demas estan en el gran salon.

Lo siguieron a traves del porche y hasta una puerta que habia a la izquierda del vestibulo cuadrado. Curiosamente, la maciza puerta de roble estaba cerrada, y Chandler-Powell la abrio. Dalgliesh se pregunto si el hombre habia tenido la intencion de que esta primera imagen del vestibulo fuera tan espectacular. Experimento un momento extraordinario en el que la arquitectura, los colores, la forma y los sonidos, el altisimo techo, el magnifico tapiz en la pared de la derecha, el jarron con follaje de invierno sobre una mesa de roble a la izquierda de la puerta, la hilera de retratos en sus marcos dorados, algunos objetos vistos claramente incluso en una primera ojeada, otros tal vez sacados de recuerdos o fantasias de la infancia, todo parecio fundirse en una imagen viva de la que su mente se impregno de inmediato.

Las cinco personas que estaban sentadas a uno y otro lado de la chimenea volvieron sus rostros hacia el, como un cuadro viviente astutamente dispuesto para procurar a la estancia su identidad y humanidad. Hubo un minuto, extranamente embarazoso porque parecia una formalidad inadecuada, en el que Dalgliesh y Chandler- Powell hicieron a toda prisa las presentaciones. Las de Chandler-Powell casi no hacian falta. El otro hombre tenia que ser Marcus Westhall; la mujer de cara palida y rasgos inconfundibles, Helena Cressett; la morena mas bajita, la unica cuya cara mostraba senales de posibles lagrimas, la enfermera Flavia Holland. La alta de mas edad que se hallaba de pie en el extremo del grupo parecia haber sido pasada por alto por Chandler-Powell. Ahora ella se acerco discretamente, estrecho la mano de Dalgliesh y dijo:

– Letitia Frensham. Llevo la contabilidad.

– Tengo entendido que ya conoce a la doctora Glenister -dijo Chandler-Powell.

Dalgliesh se acerco a la silla de esta y se estrecharon la mano. Era la unica persona que permanecia sentada, y el juego de te que habia en una mesita a su lado indicaba que se lo habian servido. Vestia la misma ropa que el recordaba de su ultimo encuentro, pantalones metidos en botas de cuero y una chaqueta de tweed que parecia demasiado pesada para su cuerpo diminuto. Un sombrero de ala ancha, que llevaba invariablemente ladeado con gracia, descansaba ahora en el brazo del sillon. Sin el, su cabeza, el cuero cabelludo visible a traves del corto cabello blanco, parecia vulnerable como la de un nino. Tenia los rasgos delicados, y la piel tan palida que de vez en cuando presentaba el aspecto de una mujer gravemente enferma. Sin embargo, era extraordinariamente dura, y sus ojos, casi negros de tan oscuros, correspondian a una mujer mucho mas joven. Dalgliesh habria preferido, como siempre, a su viejo colega el doctor Kynaston, pero se alegraba igualmente de contar con alguien que le caia bien, a quien respetaba y con quien ya habia trabajado antes. La doctora Glenister era una de las patologas mas prestigiosas de Europa, autora de destacados libros de texto sobre el tema ademas de una formidable perita ante los tribunales. De todos modos, su presencia era un inoportuno recordatorio del interes del Numero Diez. Solian llamar a la distinguida doctora Glenister cuando estaba implicado el gobierno.

Tras levantarse con la facilidad de una mujer joven, dijo:

– El comandante Dalgliesh y yo somos viejos colegas. Bueno, ?por que no empezamos? Senor Chandler- Powell, me gustaria que usted nos acompanara, si el comandante Dalgliesh no tiene inconveniente.

– En absoluto -dijo Dalgliesh.

Seguramente el era el unico agente de policia a quien la doctora Glenister invitaba a dar por buena alguna decision suya. Dalgliesh capto el problema. Habia detalles medicos que solo Chandler-Powell podia aportar, pero ella y Dalgliesh quiza querrian decir cosas que seria desaconsejable comentar ante el cadaver y estando presente el cirujano. Este tenia que ser un sospechoso; la doctora Glenister lo sabia y, por tanto, sin duda tambien lo sabia Chandler-Powell.

Cruzaron el vestibulo cuadrado y subieron las escaleras, el grupo encabezado por Chandler-Powell y la doctora Glenister. Sus pasos sonaban anormalmente fuertes sobre la madera sin alfombra. Los peldanos conducian a un rellano. La puerta de la derecha estaba abierta, y Dalgliesh alcanzo a ver una mesa larga y baja y un techo primoroso.

– La galeria larga -dijo Chandler-Powell-. Sir Walter Raleigh bailo aqui cuando visito la Mansion. Aparte del mobiliario y los accesorios, esta igual que entonces.

Nadie hizo ningun comentario. Un segundo tramo mas corto de escaleras desembocaba en una puerta que daba a un pasillo enmoquetado y bordeado de habitaciones orientadas al este y al oeste.

– El alojamiento de los pacientes esta en este pasillo. Suites con salita, dormitorio y bano. Inmediatamente debajo, la galeria larga ha sido acondicionada como sala de estar colectiva. La mayoria de los pacientes prefieren quedarse en su suite, o, de vez en cuando, utilizar la biblioteca de la planta baja. Las habitaciones de la enfermera Holland son las primeras que dan al este, enfrente del ascensor.

No hacia falta indicar que habitacion habia ocupado Rhoda Gradwyn. Cuando aparecieron todos, un uniformado agente de policia sentado junto a la puerta se levanto al punto y saludo.

– ?Es usted el agente Warren? -pregunto Dalgliesh.

– Si, senor.

– ?Cuanto tiempo ha estado de guardia?

– Desde que llegamos el inspector Whetstone y yo, senor. Eran las ocho y cinco. Ya estaba puesta la cinta.

– El inspector Whetstone me ordeno que precintara la puerta -dijo Chandler-Powell.

Dalgliesh despego la cinta adhesiva y entro en la salita con Kate y Benton detras. Habia un intenso olor a vomito, extranamente discordante con la formalidad de la estancia. La puerta del dormitorio quedaba a la izquierda. Estaba cerrada, y Chandler-Powell la empujo suavemente contra el obstaculo que formaban en el suelo la bandeja, las tazas rotas y la tetera, con la tapa desprendida, caida de lado. La habitacion se hallaba a oscuras, iluminada solo por la luz diurna que llegaba desde la salita. La alfombra estaba salpicada de manchas oscuras de te.

– Deje las cosas exactamente como las encontre -dijo Chandler-Powell-. Nadie ha entrado aqui desde que salimos la enfermera y yo. Supongo que en cuanto se lleven el cadaver podremos recoger todo esto.

– No hasta que se haya efectuado el registro de la escena -dijo Dalgliesh.

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