celebrar el oficio religioso aqui, aunque, claro, ella era muy conocida en Londres. Pero no era religiosa, asi que quiza no habria querido una ceremonia. Espero no tener que ir a esa clinica, dondequiera que este.

– Esta en Dorset, senora Brown. En Stoke Cheverell.

– Bueno, no puedo dejar al senor Brown para ir a Dorset.

– De hecho no hay ninguna necesidad de ello a menos que desee estar presente en las pesquisas judiciales. ?Por que no habla con su abogado? Supongo que el de su hija se pondra en contacto con usted. Encontramos el nombre y la direccion en el bolso de ella. Seguro que la ayudara. Me temo que tendre que examinar las pertenencias de su hija tanto aqui como en su casa de Londres. Y quiza deba llevarme algunas para su analisis en el laboratorio, pero cuidaremos de ellas y mas adelante se las devolveremos. ?Me da usted su autorizacion?

– Puede coger lo que quiera. Nunca he estado en la casa de Rhoda en Londres. Supongo que antes o despues debere ir. Puede que haya objetos de valor. Y habra libros. Siempre tuvo muchos libros. Tanto leer. Siempre tenia la cabeza metida en un libro. ?Que bien le haran? No la van a hacer volver. ?La operacion tuvo lugar?

– Si, ayer. Segun parece, fue muy bien.

– Y todo este dinero gastado para nada. Pobre Rhoda. Pese a todo su exito, no tuvo mucha suerte.

Y ahora le cambio la voz, y Dalgliesh penso que quiza la mujer estaba intentando contener las lagrimas.

– Voy a colgar -dijo ella-. Gracias por llamar. Creo que ya no puedo asimilar nada mas. Ha sido una conmocion. Rhoda asesinada. Es una de esas cosas que lees o ves en la television. No imaginas que le pueda suceder a alguien que conoces. Y ya libre de esa cicatriz ella tenia tantas posibilidades ante si… No parece justo.

Alguien que conoces, penso Dalgliesh, no alguien que quieres. Oyo que ella estaba llorando y se corto la comunicacion.

Hizo una breve pausa mirando el aparato antes de hacer la siguiente llamada, al abogado de la senorita Gradwyn. La pena, esa emocion universal, no tenia una respuesta universal, se expresaba de maneras distintas, algunas de ellas curiosas. Recordo la muerte de su madre, como en aquel momento, al querer comportarse bien ante la tristeza de su padre, se las arreglo para contener las lagrimas, incluso en el entierro. Pero la pena volvia a afectarle con el paso de los anos, escenas brevemente evocadas, fragmentos de conversacion, una mirada, los aparentemente indestructibles guantes de jardinera de su madre, y, mas vivido que todas las pequenas anoranzas perdurables que aun le asaltaban, el asomado a la ventanilla del tren que lentamente lo llevaba de vuelta a la escuela, mientras veia la figura de ella, con el mismo abrigo de todos los anos, que procuraba no volverse para decirle adios con la mano porque el le habia pedido que no lo hiciera.

Tras sacudirse los recuerdos, regreso al presente y marco otro numero. Salto un contestador. La oficina estaria cerrada hasta el lunes a las diez, pero las cuestiones urgentes serian atendidas por el abogado de guardia, al que se podia llamar a un numero concreto. La segunda llamada fue respondida al punto por una voz clara e impersonal, y una vez Dalgliesh se hubo identificado y hubo explicado que deseaba hablar urgentemente con el abogado de la senorita Gradwyn, le dieron el numero particular del senor Newton Macklefield. Dalgliesh no habia dado explicaciones, pero su voz debio de sonar convincente.

No le sorprendio que, siendo sabado, Newton Macklefield estuviera fuera de Londres, con la familia en su casa de campo de Sussex. La conversacion fue seria y formal, salpicada de voces de ninos y ladridos de perros. Tras las expresiones de horror y los lamentos personales, que sonaban mas protocolarios que sinceros, Macklefield dijo:

– Naturalmente, hare todo lo que este en mi mano para ayudar en la investigacion. ?Dice que estara en Sanctuary Court manana por la manana? ?Tiene una llave? Si, claro, ella la llevaria encima. En la oficina no tengo ninguna de sus llaves. Puedo reunirme con usted a las diez y media, si le viene bien. Pasare por la oficina y traere el testamento, aunque seguramente encontrara una copia en la casa. Me temo que poco mas puedo hacer. Como sabra, comandante, la relacion entre un abogado y su cliente puede ser muy estrecha, sobre todo si el abogado ha obrado en representacion de la familia, quiza durante mas de una generacion, y ha llegado a ser considerado un confidente y un amigo. No era asi en el caso que nos ocupa. La relacion entre la senorita Gradwyn y yo era de confianza y respeto mutuo y, desde luego por mi parte, de carino. Pero exclusivamente profesional. Yo conocia a la cliente pero no a la mujer. A proposito, supongo que el pariente mas cercano ya ha sido informado.

– Si -dijo Dalgliesh-, solo su madre, que ha descrito a su hija como una persona muy reservada. Le he dicho que yo debia entrar en la casa de Londres y no ha puesto ninguna objecion a eso ni a que me lleve cualquier cosa que pueda ser util.

– Yo, como abogado suyo, tampoco tengo inconveniente. Bien, le vere en la casa a eso de las diez y media. Un asunto bien raro. Gracias por ponerse en contacto conmigo, comandante.

Tras guardar el movil, Dalgliesh penso que el asesinato, un crimen unico para el que no hay reparacion posible, impone sus propias obligaciones asi como sus convenciones. Dudaba de si Macklefield habria interrumpido su fin de semana en el campo por un crimen como minimo fuera de lo comun. Cuando era un agente joven, el tambien habia sentido la atraccion -bien que no deseada y provisional- del asesinato, aun cuando este le repugnara y le horrorizara. Habia observado como transeuntes inocentes, siempre que estuvieran exentos de pesar o sospecha, eran absorbidos por el homicidio, atraidos inexorablemente al lugar del crimen con fascinada incredulidad. La multitud y los medios de comunicacion aun no se habian congregado frente a las puertas de hierro de la Mansion. Pero acudirian, y no tenia muy claro que el equipo de seguridad privada de Chandler-Powell fuera capaz de hacer algo mas que causarles alguna molestia.

12

El resto de la tarde estuvo dedicado a los interrogatorios personales, la mayoria de los cuales tuvieron lugar en la biblioteca. Helena Cressett fue la ultima en ser entrevistada, y Dalgliesh habia encargado la tarea a Kate y Benton. Tenia la sensacion de que la senorita Cressett esperaba que fuera el quien le interrogara, y Dalgliesh necesitaba que ella comprendiera que el dirigia un equipo, y que sus dos agentes subalternos eran muy competentes. Curiosamente, la senorita Cressett invito a Kate y Benton a reunirse con ella en su piso privado del ala este. La estancia adonde les condujo era obviamente la sala de estar, pero su elegancia y suntuosidad no eran precisamente lo que uno esperaba encontrar en el alojamiento de una administradora-ama de llaves. Los muebles y los cuadros ponian de manifiesto un gusto muy personal, y aunque la habitacion no estaba exactamente abarrotada, daba la impresion de que aquellos objetos valiosos habian sido reunidos alli mas para la satisfaccion del propietario que obedeciendo a un plan decorativo. Era, penso Benton, como si Helena Cressett hubiera colonizado parte de la Mansion para convertirla en su territorio privado. Aqui no habia nada de la oscura solidez del mobiliario Tudor. Aparte del sofa, cubierto de tela de hilo color crema ribeteada de rojo y situado en angulo recto con respecto a la chimenea, la mayor parte de los muebles eran de estilo georgiano.

Casi todos los cuadros de las paredes revestidas con paneles eran retratos de familia, y el parecido de la senorita Cressett con ellos era indiscutible. A Benton ninguno le parecio especialmente bueno -quizas habian sido vendidos por separado-, pero todos tenian una individualidad llamativa y estaban pintados con oficio, algunos mas que eso. Un obispo Victoriano, con sus mangas de batista, miraba al pintor con una altivez eclesiastica, desmentida por un atisbo de desazon, como si el libro en el que apoyaba la palma de la mano fuera El origen de las especies. A su lado, un caballero del siglo XVII, espada en mano, posaba con descarada arrogancia mientras que, en la repisa de la chimenea, una familia de la primera epoca victoriana estaba agrupada frente a la casa, la madre con tirabuzones y sus hijos pequenos alrededor, el chico mayor montado en un poni, el padre a su lado. Y siempre las muy arqueadas cejas sobre los ojos, los dominantes pomulos, la curva carnosa del labio superior.

– Esta usted entre sus antepasados, senorita Cressett -dijo Benton-. El parecido es asombroso.

Ni Dalgliesh ni Kate habrian dicho esto; era una torpeza y podia ser desaconsejable comenzar un interrogatorio con un comentario personal, y aunque Kate se quedo callada, Benton noto su sorpresa. Pero enseguida se justifico ante si mismo por la espontanea observacion diciendose que seguramente resultaria util. Necesitaban conocer a la mujer con la que estaban, y mas concretamente su estatus en la Mansion, hasta que punto tenia ella el control y que grado de influencia ejercia en Chandler-Powell y los otros residentes. La respuesta

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