laterales ensuciadas por la lluvia tenian el enternecedor aspecto insustancial de espectros en plena desintegracion.
Escudrinando a traves de la masa borrosa de la lluvia que no habia cesado en todo el viaje, repararon en que podrian estar conduciendo por cualquier calle de un barrio deprimido, no exactamente monotono, sino mas bien una amorfa mezcla de lo viejo y lo nuevo, lo descuidado y lo renovado. Hileras de tiendecitas eran interrumpidas por series de bloques altos bastante apartados de la calle y rodeados de rejas, y una fila de chalets bien conservados y obviamente del siglo XVIII formaba un inesperado e incongruente contraste con los restaurantes de comida para llevar, las agencias de apuestas y los chillones letreros de los comercios. Los viandantes, encorvados bajo la torrencial lluvia, parecian desplazarse sin objetivo aparente, o permanecian bajo el toldo protector de una tienda contemplando el trafico. Solo las madres que empujaban sus cochecitos de bebe, con las capuchas envueltas en plastico, mostraban un vigor apremiante y resuelto.
Kate rechazo el abatimiento tenido de culpa que siempre le invadia ante la imagen de bloques de pisos. Ella habia nacido y se habia criado en un lugar alargado y mugriento como este, un monumento a las aspiraciones de la autoridad local y a la desesperacion humana. Desde la infancia habia sentido el impulso de escapar, liberarse del penetrante olor a orina de las escaleras, del ascensor siempre estropeado, de los graffitis, del vandalismo, de las voces estentoreas. Y habia escapado. Se dijo a si misma que probablemente ahora la vida en un bloque de pisos era mejor, incluso en el centro, pero no podia pasar por delante sin sentir que, en su liberacion personal, algo que formaba inalienablemente parte de ella no habia sido tanto rechazado cuanto traicionado.
Era imposible pasar por alto la iglesia de Saint John. Estaba a la izquierda de la avenida, un enorme edificio Victoriano con un chapitel dominante, situado en la confluencia con los jardines de Balaclava. Kate no entendia como una congregacion local podia mantener esa cochambrosa aberracion arquitectonica. Pues al parecer, con dificultades. En una alta valla publicitaria junto a la verja se veia una figura pintada parecida a un termometro segun la cual aun quedaban por recaudar trescientas cincuenta libras, y debajo las palabras «Por favor, ayuda a salvar nuestra torre». Una flecha senalando un ciento veintitres mil parecia haberse quedado inmovil desde hacia tiempo.
Dalgliesh se detuvo frente a la iglesia y fue a echar un vistazo rapido al tablon de anuncios. Tras deslizarse de nuevo en el asiento, dijo:
– Misa rezada a las siete, misa mayor a las diez y media, oficio de visperas a las seis, confesiones de cinco a siete los lunes, miercoles y sabados. Con suerte lo encontraremos en casa.
A Kate le tranquilizaba que ese interrogatorio no tuvieran que hacerlo ella y Benton. Los anos de experiencia formulando preguntas a una gran variedad de sospechosos le habian ensenado las tecnicas aceptadas y, cuando era preciso, su modificacion ante personalidades diferentes. Sabia cuando la suavidad y la sensibilidad eran necesarias y cuando se consideraban signo de debilidad. Habia aprendido a no levantar nunca la voz ni a apartar la mirada. Pero este sospechoso, si acababa siendolo, era de los que a ella no le resultaban faciles de interrogar. Hay que admitir que no era sencillo considerar a un clerigo sospechoso de asesinato, pero acaso hubiera una explicacion embarazosa, aunque menos horrenda, para el hecho de que se detuviera en ese lugar alejado y solitario a una hora tan avanzada de la noche. ?Y como habia que llamarlo? ?Era vicario, rector, pastor, ministro, cura o sacerdote? ?Debia llamarlo padre? Habia oido todos los nombres en un momento u otro, pero las sutilezas, y de hecho la fe ortodoxa, de la religion nacional le eran ajenas. Las reuniones matutinas en su escuela de barrio eran decididamente multiconfesionales, con referencias ocasionales al cristianismo. Lo poco que sabia sobre la Iglesia oficial del pais lo habia aprendido inconscientemente en la arquitectura, la literatura y en los cuadros de las principales galerias. Se consideraba inteligente y tenia interes por la vida y las personas, y su trabajo, que le encantaba, habia satisfecho en gran medida su curiosidad intelectual. Su credo personal basado en la sinceridad, la amabilidad, el coraje y la verdad en las relaciones humanas no tenia ninguna base mistica ni falta que le hacia. La abuela que la habia criado de mala gana le habia dado solo un consejo en materia religiosa, que Kate, ya a la edad de ocho anos, habia considerado inutil.
– Abuela, ?tu crees en Dios? -habia preguntado ella.
– Vaya pregunta mas tonta. No empieces a preguntarte por Dios a tu edad. De Dios solo tienes que recordar una cosa. Cuando te estes muriendo, manda llamar a un sacerdote. El se ocupara de ti.
– Pero supongamos que no se que me estoy muriendo.
– La gente suele darse cuenta. Entonces tienes tiempo suficiente para comenzar a preocuparte de Dios.
Bueno, ahora mismo ella no tenia por que preocuparse. AD era hijo de un sacerdote y habia interrogado a curas antes. Quien mejor para verselas con el reverendo Curtis.
Se metieron en Balaclava Gardens. Si alguna vez habia habido alli jardines, ahora solo quedaba algun que otro arbol. Aun permanecian en pie muchas de las casas adosadas victorianas originales, pero la numero dos asi como cuatro o cinco mas alla eran viviendas cuadradas y modernas de ladrillo rojo. La numero dos era la mas grande, tenia un garaje a la izquierda y una pequena extension delantera de cesped con un arriate en el centro. La puerta del garaje estaba abierta, y dentro habia un Ford Focus azul oscuro matricula W341 UDG.
Kate llamo al timbre. Antes de que hubiera respuesta alguna percibio la voz de una mujer y el grito agudo de un nino. Tras cierta tardanza, se oyo un ruido de llaves que giraban y se abrio la puerta. Vieron a una mujer joven, bonita y muy rubia. Llevaba pantalones y bata, y un nino agarrado a la cadera derecha mientras otros dos, a todas luces gemelos, tiraban de ambas perneras. Eran miniaturas de su madre, cada uno con la misma carita redonda, el pelo color trigo cortado en flequillo y los ojos grandes que ahora miraban fijamente a los recien llegados en una evaluacion impasible.
Dalgliesh saco la orden judicial.
– ?Senora Curtis? Soy el comandante Dalgliesh, de la Policia Metropolitana. Le presento a la inspectora Miskin. Hemos venido a ver a su esposo.
– ?La Policia Metropolitana? -dijo la mujer, que parecia sorprendida-. Esto es nuevo. De vez en cuando viene por aqui la policia local. A veces algunos jovenes de los bloques causan problemas. Son muchos… los de la policia local me refiero. En fin, entren por favor. Lamento haberles hecho esperar, pero es que tengo dos cerraduras de seguridad. Es horrible, este ano Michael ha sido asaltado dos veces. Por eso tuvimos que quitar el letrero que indicaba la vicaria. -A continuacion grito con una voz carente de preocupacion-: Michael, carino. Hay aqui gente de la Met.
El reverendo Michael Curtis llevaba una sotana y lo que parecia una vieja bufanda universitaria anudada al cuello. Kate se alegro de que la senora Curtis cerrara la puerta de la calle tras ellos. La casa le parecio fria. El sacerdote se acerco y les estrecho la mano con aire bastante distraido. Era mayor que su mujer, pero quiza no tan viejo como parecia, su cuerpo delgado y algo encorvado contrastaba con el encanto de la mujer metida en carnes. El cabello castano, con un flequillo de monje, empezaba a encanecer, pero los ojos bondadosos eran vigilantes y sagaces y cuando cogio la mano de Kate, el apreton revelo seguridad en si mismo. Tras dirigir a su esposa y sus hijos una mirada de amor desconcertado, indico una puerta a su espalda.
– ?Vamos al estudio?
Era una habitacion mayor de lo que habia imaginado Kate. La cristalera daba a un pequeno jardin. Estaba claro que no se habia hecho ningun intento por cultivar los arriates ni cortar el cesped. El reducido espacio habia sido entregado a los ninos: habia una estructura de barras, un cajon de arena y un columpio.
Se veian varios juguetes esparcidos por la hierba. El estudio olia a libros y, penso ella, ligeramente a incienso. Habia un escritorio lleno de cosas, una mesa con montones de libros y revistas pegada a la pared, una estufa moderna de gas con una sola franja encendida, y a la derecha un crucifijo y un reclinatorio para arrodillarse. Delante de la estufa habia dos sillones algo estropeados.
– Creo que estos dos sillones seran lo bastante comodos -dijo el senor Curtis.
Tras sentarse a la mesa, acerco la silla giratoria hasta quedar frente a ellos, las manos en las rodillas. Parecia algo perplejo pero totalmente tranquilo.
– Queremos hacerle unas preguntas sobre su coche -dijo Dalgliesh.
– ?Mi viejo Ford? No creo que nadie lo haya cogido ni utilizado para cometer un crimen. Es muy fiable teniendo en cuenta su edad, pero no corre mucho. No creo que nadie lo haya usado con malas intenciones. Como ya habran visto, se halla en el garaje. Esta perfectamente.
– El viernes por la noche alguien lo vio aparcado cerca de la escena de un crimen grave -explico Dalgliesh-. Quienquiera que lo condujera quiza vio algo que podria ayudarnos en nuestra investigacion. Tal vez viera otro coche o a alguien actuando de manera sospechosa. ?Estaba usted en Dorset el viernes por la noche, padre?
– ?En Dorset? No, el viernes estuve aqui con los miembros del Consejo Parroquial desde las cinco. Da la