jerseis de lana y pantalones. Al menos Boyton habia venido preparado para el peor tiempo de diciembre. La puerta abierta del armario dejaba ver tres camisas, una chaqueta de ante y un traje oscuro. Lettie penso que a lo mejor se habria puesto el traje cuando por fin se le hubiera permitido ver a Rhoda Gradwyn.

– Aqui da la alarmante impresion de que se ha producido una pelea o una marcha apresurada -dijo Candace-, aunque teniendo en cuenta el estado de la cocina, podemos tranquilamente suponer que Robin era muy desordenado, algo que yo ya sabia. En cualquier caso, no esta en el chalet.

– No, aqui no esta -dijo Lettie, que se volvio hacia la puerta. Pero en cierto sentido, penso, si estaba. El medio minuto en el que ella y Candace habian inspeccionado el dormitorio habia intensificado su mal presentimiento. Ahora este habia aumentado hasta convertirse en una emocion que era una desconcertante mezcla de compasion y miedo. Robin Boyton estaba ausente pero paradojicamente parecia mas presente que tres dias atras, cuando irrumpio en la biblioteca. El estaba ahi, en el amasijo de ropa juvenil, en los zapatos, uno de los pares con los tacones gastados, en el libro descuidadamente desechado, en la camiseta arrugada.

Salieron al jardin, Candace iba delante dando grandes zancadas. Lettie, aunque por lo general era tan activa como su companera, se sentia llevada a rastras como una carga dilatoria. Buscaron en los jardines de ambas casas y en los cobertizos de madera situados al fondo de cada uno. El del Chalet Rosa contenia una mezcolanza de herramientas sucias, utensilios, tiestos rotos y oxidados y haces de rafia arrojados en un estante sin ninguna pretension de orden, mientras que la puerta estaba medio atrancada por una vieja cortadora de cesped y un saco de astillas de madera. Candace cerro sin hacer comentarios. En cambio, el cobertizo de la Casa de Piedra era un modelo de orden logico, digno de admiracion. Palas, horcas y mangueras, el metal reluciente, estaban alineadas en una pared, mientras que en las estanterias habia macetas bien colocadas y en la cortadora de cesped no se apreciaba ningun rastro de su funcion. Tambien habia una comoda silla de mimbre, obviamente muy usada. El contraste entre el estado de los dos cobertizos se reflejaba en los jardines. Mog era responsable del jardin del Chalet Rosa, pero su interes estaba centrado en los jardines de la Mansion, en especial el jardin clasico estilo Tudor, del que estaba celosamente orgulloso y que arreglaba con un cuidado obsesivo. En el Chalet Rosa hacia poco mas de lo estrictamente necesario para evitar criticas. El jardin de la Casa de Piedra evidenciaba una atencion regular y experta. Las hojas muertas habian sido barridas y arrojadas a la caja de madera del abono organico, los arbustos podados, la tierra removida y las plantas delicadas envueltas para protegerlas de las heladas. Al recordar la silla de mimbre con su cojin aplastado, Lettie sintio que la invadia la pena y la irritacion. Asi que esta choza hermetica, cuyo aire era calido incluso en invierno, era tanto un practico cobertizo como un refugio. Aqui Candace podia disfrutar de media hora de paz y alejarse del olor antiseptico de la habitacion del enfermo, podia escapar al jardin por breves periodos de libertad cuando habria sido mas dificil encontrar tiempo para su otra aficion conocida: nadar en una de sus calas o playas preferidas.

Candace cerro la puerta al olor de la tierra y la madera caliente sin hacer ninguna observacion, y ambas se encaminaron a la Casa de Piedra. Aunque aun no era mediodia, estaba muy oscuro y Candace encendio una luz. Desde la muerte del profesor Westhall, Lettie habia estado varias veces en la Casa de Piedra, siempre por asuntos de la Mansion, nunca por placer. No era supersticiosa. En su fe, heterodoxa y nada dogmatica, como bien sabia ella, no habia sitio para almas incorporeas que volvieran a visitar las habitaciones en las que tuvieran tareas inacabadas o hubieran exhalado el ultimo aliento. Sin embargo, era sensible al ambiente, y la Casa de Piedra aun le provocaba cierta desazon, un bajon del estado de animo, como si las desdichas acumuladas hubieran infectado el aire.

Estaban en la estancia con losas de piedra, que conocian como la vieja despensa. Un estrecho invernadero conducia al jardin, pero el lugar practicamente no se utilizaba y no parecia tener funcion alguna salvo la de deposito de muebles superfluos, entre los que se incluia una mesita de madera y dos sillas, un congelador de aspecto decrepito y un viejo aparador con un conglomerado de tazas y jarras. Cruzaron una pequena cocina y llegaron a la sala de estar, que tambien hacia las veces de comedor. La chimenea estaba vacia, y un reloj en la por lo demas desnuda repisa hacia tictac convirtiendo el presente en pasado con molesta insistencia. La sala no tenia comodidades a excepcion de un banco de madera con cojines situado a la derecha de la chimenea. Una pared estaba llena de estanterias hasta el techo, pero la mayoria de las baldas se veian vacias, y los ejemplares que quedaban se habian caido unos sobre otros en desorden. Una docena de cajas de carton repletas estaban alineadas junto a la pared opuesta, donde rectangulos de papel no descolorido revelaban los lugares en que tiempo atras hubo cuadros colgados. La casa en su conjunto, aunque muy limpia, le parecio a Lettie triste y poco acogedora casi a proposito, como si, tras la muerte de su padre, Candace y Marcus hubieran querido subrayar que, para ellos, la Casa de Piedra no habia sido nunca un hogar.

Arriba, Candace, con Lettie detras, se desplazaba con paso lento por los tres dormitorios, echando un vistazo rapido a los armarios y roperos y cerrandolos casi de golpe como si el registro fuera una fastidiosa tarea rutinaria. Se notaba un aroma fugaz pero acre a bolas de naftalina, un olor campesino a ropa vieja, y en el armario de Candace, Lettie vislumbro el escarlata de una toga de doctor. La habitacion delantera habia sido la del padre. Aqui habia sido retirado todo salvo la estrecha cama a la derecha de la ventana. Esta habia quedado sin nada a excepcion de una sola sabana tirante e inmaculada sobre el colchon, el reconocimiento domestico universal del caracter definitivo de la muerte. Ninguna de las dos hablo. Bajaron. Los pasos sonaban anormalmente fuertes en la escalera sin moqueta.

La sala de estar no tenia armarios que registrar, y volvieron a la vieja despensa. Candace, dandose cuenta de repente por primera vez de lo que Lettie habria estado pensando desde el principio, dijo:

– Pero ?que demonios estamos haciendo? Es como si estuvieramos buscando un nino o un animal perdido. Que se encargue la policia si les interesa.

– De todos modos casi hemos terminado -dijo Lettie-, y al menos hemos sido escrupulosas. No esta en las casas ni en los cobertizos.

Candace estaba mirando en la gran alacena. Su voz sonaba apagada.

– Ya es hora de que limpiemos y ordenemos este sitio. Cuando mi padre estaba enfermo, me entro la obsesion de hacer mermelada de naranjas. A saber por que. A el le gustaban las conservas caseras, pero no tanto. No me acordaba de que los tarros seguian aqui. Le dire a Dean que los venga a buscar. Si condesciende a ello, les dara buen uso. Aunque el nivel de mi mermelada no alcanza el de la suya ni mucho menos.

Aparecio de nuevo. Lettie se volvio para seguirla a la puerta, pero se paro y descorrio el pestillo y levanto la tapa del congelador. La accion fue instintiva, sin pensar. El tiempo se detuvo. Durante un par de segundos, que en retrospectiva se prolongaron hasta parecer minutos, se quedo mirando fijamente lo que habia abajo.

La tapa se le cayo de las manos con un debil sonido metalico, y Lettie se desplomo sobre el congelador, temblando sin control. El corazon le latia con fuerza y se habia quedado sin voz. Jadeaba y trataba de formar palabras, pero no salia ningun sonido. Al final, forcejeando, recobro la voz. No parecia la suya, ni la de nadie que conociera.

– ?Candace, no mires, no mires! -grazno-. ?No vengas!

Pero Candace ya la estaba empujando a un lado y manteniendo la tapa abierta contra el peso del cuerpo de Lettie.

El estaba acurrucado de espaldas, con ambas piernas alzadas rigidamente en el aire. Seguramente los pies habian presionado contra la tapa del congelador. Las manos, curvadas como zarpas, yacian palidas y delicadas, las manos de un nino. Habia golpeado a la desesperada la tapa con las manos, los nudillos estaban amoratados y en los dedos se veian hilillos de sangre seca. Su rostro era una mascara de terror; los azules ojos, grandes y sin vida como los de una muneca; los labios, tensados en una mueca que descubria los dientes. En el espasmo final, se morderia la lengua, y en la barbilla se le habian secado dos gotas de sangre. Llevaba vaqueros azules y una camisa desabrochada a cuadros azules y beiges. El olor, conocido y repugnante, ascendia como el gas.

De algun modo Lettie reunio fuerzas para llegar tambaleandose hasta una de las sillas de la cocina, en la que se desplomo. Ahora, ya no de pie, empezo a recuperarse y sus latidos se hicieron mas lentos, mas regulares. Oyo el sonido de la tapa que se cerraba, pero sin ruido, casi suavemente, como si Candace tuviera miedo de despertar al muerto.

La miro. Candace estaba de pie, inmovil, apoyada en el congelador. De repente le vinieron arcadas, corrio al fregadero y se puso a vomitar, agarrada a los lados en busca de apoyo. Las nauseas siguieron hasta mucho despues de que ya no hubiera nada que devolver, tremendos chillidos que le desgarrarian la garganta. Lettie observaba, queriendo ayudar pero sabiendo que Candace no querria que la tocaran. Candace abrio el grifo del todo y se echo agua por toda la cara como si tuviera la piel en llamas. El agua le bajaba por la chaqueta a chorros, y el pelo le caia sobre las mejillas en mechones empapados. Sin hablar, alargo la mano y encontro un

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