en condiciones. Benton y yo perseguiremos a la senorita Westhall.
Los cuatro hombres de seguridad, alertados por las llamas, se afanaban alrededor del seto encendido, que, humedecido por la lluvia anterior, enseguida quedo apagado y convertido en ramitas carbonizadas y humo acre. Ahora una nube baja se desplazo descubriendo la cara de la luna y la noche adopto un aspecto sobrenatural. Las piedras, plateadas por la anomala luz lunar, brillaban como tumbas espectrales, y las figuras, que Dalgliesh sabia que eran Helena, Lettie y los Bostock, se transformaron en formas incorporeas que desaparecieron en la oscuridad. Dalgliesh observo como Chandler-Powell, hieratico en su largo batin y acompanado por Flavia, acarreaba a Sharon al otro lado del muro, y luego los tres desaparecian tambien por la senda de los limeros. Fue consciente de que alguien se quedaba, y de subito a la luz de la luna surgio la cara de Marcus Westhall, semejante a una imagen flotante e incorporea, el rostro de un hombre muerto.
Dalgliesh se le acerco y le dijo:
– ?Adonde es probable que ella vaya? Hemos de saberlo. La dilacion no servira de nada.
Cuando se alzo, la voz de Marcus fue ronca.
– Ira al mar. Le encanta el mar. Estara donde le gusta nadar. Kimmeridge Bay.
Benton se habia puesto rapidamente los pantalones y se habia embutido a duras penas un grueso jersey mientras corria hacia el fuego. Ahora Dalgliesh se dirigio a el.
– ?Recuerdas la matricula del coche de Candace Westhall?
– Si, senor.
– Ponte en contacto con la delegacion local de trafico. Que empiecen a buscar. Sugiereles que empiecen por Kimmeridge. Nosotros iremos en el Jag.
– Bien, senor. -Y en un instante Benton estaba corriendo con brio.
Marcus habia recuperado la voz. Andaba a trompicones detras de Dalgliesh, torpe como un viejo, gritando con voz quebrada:
– Voy con usted. ?Espereme! ?Espereme!
– No hace falta. Al final la encontraremos.
– Debo ir. Tengo que estar alli cuando la encuentren.
Dalgliesh no perdio tiempo discutiendo. Marcus Westhall tenia derecho a estar con ellos y podia ayudar a identificar el tramo correcto de playa.
– Pongase un abrigo, pero apurese.
Su coche era el mas rapido, aunque la velocidad apenas era importante, ya que tampoco se podia correr en la sinuosa carretera rural. Tal vez fuera ya demasiado tarde para llegar al mar antes de que ella caminara hacia la muerte, si ahogarse era lo que tenia pensado. Era imposible saber si su hermano decia la verdad, pero, recordando su rostro angustiado, Dalgliesh penso que seguramente si. Benton tardo solo unos minutos en ir a buscar el Jaguar a la Vieja Casa de la Policia y estaba esperando cuando Dalgliesh y Westhall llegaron a la carretera. Sin decir palabra, Benton abrio la portezuela trasera para que entrara Westhall y Dalgliesh le siguio. Ese pasajero era demasiado imprevisible para dejarle solo en la parte posterior de un coche.
Benton saco la linterna y leyo en voz alta el recorrido que debian seguir. El olor a parafina de la ropa y las manos de Dalgliesh impregnaba el coche. Bajo la ventanilla, y el aire nocturno, fresco y agradable, le lleno los pulmones. La estrecha carretera se desplegaba ante ellos con subidas y bajadas. A ambos lados se extendia Dorset, con sus valles y colinas, los pueblecitos, las casitas de piedra. A aquellas horas de la noche habia poco trafico. Todas las casas estaban a oscuras.
De pronto noto un cambio en el aire, una frescura que era mas una sensacion que un olor, aunque para el resultaba inconfundible: el aroma salobre del mar. La carretera se estrecho cuando descendieron por el silencioso pueblo y siguieron hasta el muelle de Kimmeridge Bay. Ante ellos, el mar rielaba bajo la luna y las estrellas. Siempre que Dalgliesh estaba cerca del mar se sentia atraido hacia el mismo como un animal a una charca de agua. Aqui, siglos despues de que el hombre se mantuviera erguido en la orilla, el mar, con su planido inmemorial, inquebrantable, ciego, indiferente, provocaba muchas emociones, no siendo la menor, como ahora, la conciencia de la fugacidad de la existencia humana. Se encaminaron a la playa en direccion este, bajo la imponente negrura del acantilado de pizarra, en lo alto oscuro como el carbon y en la base alfombrado de hierba y matorral. Los bloques de pizarra se adentraban en el mar, formando un camino de rocas azotadas por las olas, que se deslizaban por encima siseando al retirarse. A la luz de la luna, relucian como ebano lustrado.
Haciendo crujir las piedras a su paso, barrieron con las linternas la playa y el sendero elevado de negra pizarra. Marcus Westhall, que habia estado callado durante todo el trayecto, parecia reanimado y avanzaba a vigorosas zancadas por la franja de guijarros de la orilla como si fuera inmune al cansancio. Rodearon un promontorio y se hallaron frente a otra playa estrecha, otra extension de negras piedras agrietadas. No encontraron nada.
Ya no podian avanzar mas. La playa se acababa y los acantilados, descendiendo hacia el mar, les cerraban el paso.
– No esta aqui -dijo Dalgliesh-. Miremos en la otra playa.
La voz de Westhall, elevada para superar el ritmico bramido del mar, fue un grito aspero.
– Ella no va a nadar alli. Es aqui donde vendria. Andara cerca, en alguna parte.
– Volveremos a buscar de dia -dijo Dalgliesh con calma-. Creo que es mejor no seguir.
Sin embargo, Westhall ya estaba otra vez avanzando por las piedras, en equilibrio precario, hasta que llego al borde del rompiente. Y alli se quedo, perfilado en el horizonte. Tras intercambiar una mirada, Dalgliesh y Benton fueron saltando sobre los bloques barridos por las olas y se dirigieron hacia el. Westhall no se volvio. El mar, bajo un cielo moteado en el que nubes bajas amortiguaban el brillo de la luna y las estrellas, le parecio a Dalgliesh un caldero interminable de agua de bano sucia, cubierta de espuma que se colaba por las grietas de las rocas. La marea subia con fuerza, y vio que los pantalones de Westhall estaban empapados y, cuando se situo a su lado, una ola repentina y poderosa estallo contra las piernas de la rigida figura, y a punto estuvo de tirarlos a ambos de la roca. Dalgliesh lo agarro del brazo y lo sujeto con firmeza.
– Vamonos -dijo con calma-. No esta aqui. No hay nada que usted pueda hacer.
Sin decir palabra, Westhall dejo que lo ayudaran a cruzar el traicionero tramo de pizarra y lo acompanaran con amable prisa hasta el coche.
Se hallaban a mitad de camino de la Mansion cuando chisporroteo la radio. Era el agente Warren.
– Hemos encontrado el coche, senor. No fue mas alla de Baggot's Wood, a menos de un kilometro de la Mansion. Ahora estamos buscando en el bosque.
– ?Estaba abierto el coche?
– No, senor, cerrado. Y dentro no hay senales de nada.
– Muy bien. Prosigan; pronto me reunire con ustedes.
No era una busqueda que le hiciera mucha ilusion. Como ella habia aparcado el coche y no habia utilizado el tubo de escape para suicidarse, todo apuntaba a que se habia ahorcado. A Dalgliesh la horca siempre le habia horrorizado, y no solo porque habia sido tanto tiempo el metodo britanico de ejecucion. Por mucha compasion con que se llevara a cabo, habia algo singularmente degradante en el inhumano ahorcamiento de otro ser humano. Ahora tenia pocas dudas de que Candace Westhall se habia suicidado, pero, por favor Dios mio, no de este modo.
Sin volver la cabeza, se dirigio a Westhall.
– La policia local ha encontrado el coche de su hermana. Vacio. Ahora lo acompanare a la Mansion. Necesita secarse y cambiarse. Y debe esperar. No tiene absolutamente ningun sentido hacer nada mas.
No hubo respuesta, pero cuando se abrio la verja y el coche se detuvo frente a la puerta principal, Westhall dejo que Benton lo llevara adentro y lo dejara en manos de Lettie Frensham, que estaba aguardando. Westhall la siguio como un nino obediente hasta la biblioteca. Un monton de mantas y una alfombra estaban calentandose junto a un crepitante fuego y en la mesita junto al sillon habia frascos de brandy y de whisky.
– Creo que deberia tomar un poco de la sopa de Dean -dijo ella-. Ya la tiene preparada. Ahora quitese la chaqueta y los pantalones y envuelvase con estas mantas. Ire en busca de sus zapatillas y su albornoz.
– Estan por el cuarto de bano -dijo el sin entonacion.
– Ya los encontrare.
Hizo lo que se le decia docil como un nino. Los pantalones, como un monton de harapos, humeaban frente a las llamas saltarinas. Se arrellano en el sillon. Se sentia como un hombre recuperandose de la anestesia, sorprendido al descubrir que podia moverse, resignandose a estar vivo, deseando volver a perder el conocimiento