sobrino Robin Boyton, de modo que la mitad restante habria que dividirla a partes iguales entre Marcus y Candace. Si comparamos la letra de los dos testamentos, vemos que los ha escrito la misma mano.
Igual que sucedia con el testamento posterior, la escritura era firme, negra e inconfundible, algo sorprendente siendo un hombre anciano, las letras eran altas, los trazos descendentes decididos, finas las lineas ascendentes.
– Y naturalmente ni usted ni nadie de su bufete notificaron a Robin Boyton su posible buena fortuna.
– Habria sido algo muy poco profesional. Por lo que se, el no lo sabia ni lo pregunto.
– Aunque lo hubiera sabido -dijo Dalgliesh-, dificilmente habria podido impugnar el ultimo testamento una vez habia sido ya autentificado.
– Y me atrevo a decir que usted tampoco puede, comandante. -Tras una pausa, prosiguio-: He accedido a responder a sus preguntas, ahora quiero hacerle una yo. ?Esta usted totalmente convencido de que Candace Westhall mato a Robin Boyton y a Rhoda Gradwyn e intento matar a Sharon Bateman?
– Si a la primera parte de su pregunta -contesto Dalgliesh-. No me creo la confesion en su totalidad, pero en un aspecto es cierta. Ella mato a la senorita Gradwyn y fue responsable de la muerte del senor Boyton. Confeso haber planeado el asesinato de Sharon Bateman. Para entonces ya habria decidido suicidarse. En cuanto sospecho que yo sabia la verdad sobre el ultimo testamento, no podia arriesgarse a someterse a un interrogatorio severo ante un tribunal.
– La verdad sobre el ultimo testamento -dijo Philip Kershaw-. Sabia que llegariamos a esto. Pero ?sabe usted la verdad? Y aunque la supiera, ?convenceria a un tribunal? Si ella estuviera viva y fuera condenada por falsificar las firmas, de su padre y de los dos testigos, las complicaciones legales sobre el testamento, estando Boyton muerto, serian considerables. Lastima que no pueda discutir algunas de ellas con mis colegas.
Parecia casi animado por primera vez desde que Dalgliesh entrara en la habitacion.
– Y bajo juramento, ?que diria usted?-pregunto Dalgliesh.
– ?Sobre el testamento? Que lo considere valido y no tuve sospechas acerca de las firmas tanto del testador como de los testigos. Compare la letra de los dos. ?Hay alguna duda de que estan escritos por la misma mano? Comandante, no hay nada que usted pueda o necesite hacer. Este testamento solo podia haber sido impugnado por Robin Boyton, y el esta muerto. Ni usted ni la Policia Metropolitana gozan de ningun
– Acepto que, dada la confesion, logicamente no se puede hacer nada mas -dijo Dalgliesh-. Pero no me gustan las cosas a medio hacer. Necesitaba saber si estaba en lo cierto y si era posible comprender. Usted me ha ayudado mucho. Ahora conozco la verdad en la medida en que puede conocerse, y creo entender por que Candace lo hizo. ?Es una afirmacion demasiado arrogante?
– ?Saber la verdad y entenderla? Si, con todos mis respetos, comandante, creo que si. Arrogante y, tal vez, impertinente. Como cuando desguazamos las vidas de los muertos famosos, como pollos chillones que picotean en todos los chismorreos y escandalos. Y ahora tengo una pregunta para usted. ?Estaria usted dispuesto a infringir la ley haciendo algo que reparase un dano o beneficiase a una persona amada?
– Respondo con una evasiva, pero es que la pregunta es hipotetica -dijo Dalgliesh-. Dependeria de la importancia y la sensatez de la ley que incumpliera y de si el bien para la supuesta persona amada, o incluso el bien publico, fuera, a mi juicio, mayor que el dano de quebrantar la ley. Con ciertos crimenes… el asesinato o la violacion, por ejemplo… seria del todo imposible. No se puede plantear la cuestion en abstracto. Soy agente de policia, no un teologo moral ni un especialista en etica.
– Oh, si lo es, comandante. Debido a la muerte de lo que Sydney Smith describia como religion racional y debido a que los defensores de lo que sigue transmiten mensajes tan confusos e inciertos, todas las personas civilizadas han de ser eticas. Hemos de resolver nuestra propia salvacion con diligencia basandonos en aquello en lo que creemos. Asi que digame, ?en alguna circunstancia violaria usted la ley para beneficiar a alguien?
– ?Beneficiar en que sentido?
– En cualquier sentido en el que se pueda conceder un beneficio. Satisfacer una necesidad. Proteger. Reparar un dano.
– Entonces, hablando en plata -dijo Dalgliesh-, creo que la respuesta es si. Me veo, por ejemplo, ayudando a la persona amada a tener una muerte compasiva si ella estuviera pasando las de Cain en este mundo implacable y solo respirar ya supusiera un tormento. Espero no tener que hacerlo. Pero ya que usted lo pregunta, pues si, me imagino a mi mismo quebrantando la ley para favorecer a alguien a quien amase. Sobre lo de reparar un dano no estoy tan seguro. Eso supondria tener la sabiduria para decidir lo que esta bien y lo que esta mal, y la humildad de considerar si alguna accion que yo pudiera emprender mejoraria o empeoraria las cosas. Ahora le formulo yo una pregunta. Perdone si le parece impertinente. ?La persona amada seria para usted Candace Westhall?
Kershaw se levanto con dificultad y, tras coger las muletas, se acerco a la ventana y estuvo unos instantes mirando como si el mundo exterior fuera una pregunta que jamas se enunciaria, o, en su caso, no requeriria respuesta. Dalgliesh espero. De pronto, Kershaw se volvio hacia el, y el comandante le observo mientras, como si fuera alguien que esta aprendiendo a caminar, el abogado regresaba a su silla con pasos vacilantes.
– Voy a decirle algo que nunca he dicho ni dire a ningun otro ser humano -dijo Kershaw-. Lo hago porque creo que con usted no hay peligro. Y ademas quizas al final de la vida llega un momento en que un secreto se convierte en una carga que uno desea traspasar a los hombros de otro, como si el mero hecho de que alguien mas lo sepa y lo comparta redujera el peso de algun modo. Supongo que es por eso por lo que la gente religiosa se confiesa. ?Que increible limpieza ritual debe de ser la confesion! De todos modos, esto no es para mi, y no pienso cambiar la no creencia de toda una vida por lo que al final me pareceria un consuelo falaz. Asi que le explicare. Esto no supondra para usted carga ni angustia alguna, y estoy dirigiendome a Adam Dalgliesh el poeta, no a Adam Dalgliesh el detective.
– En este momento no hay ninguna diferencia entre ellos -dijo Dalgliesh.
– En su mente no, comandante, pero quiza si en la mia. De todos modos, hay otra razon para hablar, no digna de admiracion, pero claro, ?hay alguna que lo sea? No se imagina el placer que es hablar con un hombre refinado sobre algo distinto del estado de mi salud. Lo primero y lo ultimo que el personal o cualquier visita pregunta es como me encuentro. Asi es como me defino ahora, en funcion de la enfermedad y la mortalidad. Sin duda le parecera dificil ser educado cuando la gente insiste en hablar sobre su poesia.
– Intento ser cortes cuando ellos quieren ser amables, pero lo detesto y no resulta facil.
– Asi, yo dejare en paz su poesia si usted deja en paz el estado de mi higado.
Se rio, una intensa y dura expulsion de aire interrumpida bruscamente. Parecio mas un grito de dolor. Dalgliesh aguardo sin hablar. Daba la impresion de que Kershaw estaba reuniendo fuerzas, mientras acomodaba su esqueletica figura en la butaca.
– En esencia es una historia corriente -dijo-. Pasa en todas partes. No tiene nada de especial ni atrayente salvo las personas afectadas. Hace veinticinco anos, cuando yo tenia treinta y ocho y Candace dieciocho, ella tuvo un hijo mio. Yo era socio del bufete desde hacia poco, y pase a encargarme de los asuntos de Peregrine Westhall. No eran particularmente dificiles ni interesantes, pero le hice suficientes visitas para ver lo que pasaba en aquella gran casa de piedra de los Cotswolds, donde vivia entonces la familia. La fragil y bonita mujer que utilizaba su enfermedad como una defensa contra su marido, la silenciosa y asustada hija, el introvertido hijo. Creo que en aquella epoca yo me las daba de ser alguien interesado en la gente, sensible a las emociones humanas. Quiza lo era. Y cuando digo que Candace estaba asustada, no estoy insinuando que su padre la maltratara o la golpeara. El tenia una sola arma, la mas mortifera: su lengua. No creo que llegara a tocarla nunca, desde luego no de manera afectuosa. Era un hombre al que no le gustaban las mujeres. Para el, Candace fue una decepcion desde el momento de nacer. No quiero que se lleve usted la impresion de que era un hombre deliberadamente cruel. Yo le tenia por un academico distinguido. A mi no me asustaba. Podia hablar con el, cosa que Candace nunca pudo hacer. Solo con que ella le hubiera hecho frente, el ya la habria respetado. El hombre aborrecia la sumision. Y logicamente tambien habria mejorado las cosas que ella hubiera sido bonita. Con las hijas siempre es asi, ?no?
– Es dificil enfrentarse a alguien si se le tiene miedo desde la infancia -dijo Dalgliesh.
Kershaw prosiguio como si no hubiera oido el comentario.
– Nuestra relacion, no estoy hablando de aventura, comenzo cuando yo estaba en la libreria de Blackwell, en Oxford, y vi a Candace, que habia ingresado en el trimestre de otono. Parecia deseosa de charlar, lo que no era habitual, y la invite a un cafe. Sin su padre, parecia cobrar vida. Ella hablaba y yo escuchaba. Quedamos en volver