– ? Y crees que ahora tu estas a salvo de mi? -replico el angel con dureza-. ?A salvo de ti mismo?

No respondi. Se produjo un breve silencio y luego una explosion, como un disparo, seguida del ruido de un cristal hecho anicos. Un cenicero lleno de colillas se habia estrellado contra la pared, lanzado con fiera violencia. Retrocedi. La cabeza me daba vueltas; el agotamiento, la tension y el miedo pugnaban por apoderarse de mi. Olia a tabaco y algo de ceniza todavia revoloteaba en el aire junto a una mancha oscura en la pared blanca.

– Nos estamos acercando al final, Francis -dijo el angel con tono burlon-. ?Lo notas? ?Lo sientes? ?Te das cuenta de que casi se ha acabado? Tal como ocurrio anos atras -anadio con amargura-. Se acerca el momento de morir.

Me mire la mano. ?Habia lanzado yo el cenicero al oir sus palabras? ?O lo habia lanzado el para demostrar que estaba tomando forma, adquiriendo sustancia? ?Volviendose de nuevo real? La mano me temblaba.

– Moriras aqui, Francis. Tendrias que haber muerto entonces, pero moriras ahora. Solo. Olvidado. Sin amor. Pasaran dias antes de que alguien encuentre tu cadaver, tiempo mas que suficiente para que los gusanos te infesten la piel, se te hinche el estomago y tu hedor apeste.

Negue con la cabeza, dispuesto a hacerle frente.

– Oh, si-prosiguio-. Sera asi. Ni una palabra en los periodicos, ni una lagrima derramada en tu funeral, si es que lo hay. ? Crees que la gente llenara alguna iglesia para encomiarte, Francis? ?Que pronunciaran discursos bonitos sobre tus obras? ?Sobre todas las cosas esplendidas y valiosas que hiciste antes de morir? No lo creo, Francis. Te moriras y nada mas. Sera un gran alivio para todas las personas a las que nunca has importado un comino y que, en el fondo, estaran encantadisimas de que ya no seas una carga para ellas. Lo unico que quedara de tu vida sera el olor que dejes en este piso, que los proximos inquilinos quitaran con desinfectante y lejia.

Hice un gesto hacia la pared escrita.

– ?Crees que a alguien le importaran tus garabatos idiotas? Desapareceran en minutos. En segundos. Alguien vendra, echara un vistazo a los destrozos que causo el loco, ira a buscar una brocha y tapara hasta la ultima palabra. Y lo que paso hace mucho tiempo quedara enterrado para siempre.

Cerre los ojos. Si sus palabras me golpeaban, ?cuanto dano me haria con los punos? Tuve la impresion de que el angel se volvia cada vez mas fuerte y yo mas debil. Inspire hondo y empece a arrastrarme por la habitacion con el lapiz en la mano.

– No viviras para terminar la historia -dijo-. ? Comprendes, Francis? No viviras. No lo permitire. ?Crees que podras escribir el final, Francis? ?Ja! El final me pertenece. Siempre me pertenecio. Siempre me pertenecera.

No sabia que pensar. Su amenaza era tan real en ese momento como tantos anos antes. Pero tenia que intentarlo. Desee que Peter estuviera alli para ayudarme, y el angel debio de leerme el pensamiento, o quiza gemi su nombre sin darme cuenta, porque rio de nuevo y dijo:

– Esta vez no puede ayudarte. Esta muerto.

30

Peter recorrio de prisa el pasillo, asomo la cabeza a la sala de estar comun, se detuvo frente a las salas de reconocimiento y echo un rapido vistazo al comedor esquivando grupos de pacientes, en busca de Francis y Lucy Jones, pero ninguno de los dos andaba por alli. Tenia la abrumadora sensacion de que estaba pasando algo fundamental a espaldas suyas. Recordo de repente la selva de Vietnam. Durante la guerra, el cielo azul, la tierra humeda, el aire sobrecalentado y el follaje mojado parecian siempre iguales, de modo que solo un sexto sentido permitia saber si a la vuelta de la esquina habria un francotirador en un arbol, o una emboscada, o quiza solo un alambre camuflado que cruzaba el camino, esperando el paso errante que detonara la mina enterrada. Todo era cotidiano y corriente, todo estaba en su sitio, como se suponia que tenia que estar, excepto la cosa oculta que amenazaba con una tragedia. Eso mismo veia ahora en el hospital.

Se detuvo junto a una ventana con barrotes, donde habian dejado solo a un anciano en una silla de ruedas. Le resbalaba un hilillo de baba hasta el menton, donde se mezclaba con su incipiente barba gris. Tenia los ojos fijos en el exterior.

– ?Puede ver algo? -le pregunto Peter, pero no obtuvo respuesta.

Unas gotas de lluvia distorsionaban la vista, y al otro lado del cristal solo se atisbaba un dia apagado, humedo y gris. Peter se agacho para tomar una toallita de papel del regazo del hombre y le seco la barbilla. El anciano no lo miro pero asintio como dandole las gracias. Siguio inexpresivo. Lo que estuviese pensando sobre su presente, recordando sobre su pasado o incluso planeando de cara al futuro, estaba perdido en la niebla que habia descendido sobre el. Peter penso que los

dias que le quedaban de vida no tendrian mas consistencia que las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal de la ventana.

Detras de Peter, una mujer de pelo largo, despeinado y cubierto de canas hacia eses por el pasillo como si estuviera bebida; se detuvo de golpe y miro el techo.

– Cleo se ha ido -gimio-. Se ha ido para siempre. -Y reanudo su movimiento a la deriva.

Peter se dirigio hacia el dormitorio, convencido de que aquello no era un hogar. Solo un par de dias mas. Unos cuantos tramites, un apreton de manos, un «buena suerte», y se acabo. Lo trasladarian y su vida seria otra cosa.

No sabia muy bien que pensar. El mundo del hospital te provocaba indecision. En el mundo real, las decisiones eran evidentes y, por lo menos, tenian la posibilidad de ser honestas. Podian evaluarse y sopesarse. Pero entre aquellas paredes cerradas, nada de eso parecia igual.

Lucy se habia cortado el pelo y se lo habia tenido de rubio. Si eso no provocaba el impulso depredador del hombre que buscaban, no sabia que podria hacerlo. Apreto los dientes, con fuerza. Miro el techo como un conductor que espera que el semaforo cambie a verde. Penso que Lucy estaba corriendo un riesgo. Francis tambien estaba en la cuerda floja. De los tres, el era el que se habia arriesgado menos. De hecho, todavia no se habia arriesgado, no se habia puesto en peligro alguno.

Se volvio y, al ver a Lucy delante de su despacho, se dirigio presuroso hacia ella.

Las vistas de altas se habian celebrado una tras otra a lo largo del dia. Francis comprendio enseguida que si habias cumplido todas las condiciones necesarias para optar a una vista, lo mas probable era que te dieran de alta. La farsa que estaba presenciando era una opera burocratica, concebida para asegurarse de que no se corrian riesgos imprevistos y se cumplian las formalidades. Nadie queria dar de alta a alguien que fuera a sumirse de inmediato en una rabia psicotica.

El aburrido joven de la fiscalia examinaba superficialmente los casos pendientes contra los pacientes y el joven que actuaba como abogado de oficio se oponia rutinariamente a todo lo que decia. Para el tribunal eran mas importantes la evaluacion del personal del hospital y la recomendacion de la joven del departamento de salud mental, que seguia rebuscando entre sus carpetas y notas y vacilaba y tartamudeaba un poco al hablar, ya que le pedian opinion sobre si se corria algun riesgo al dar de alta a alguien y ella no tenia ni idea.

– ?Es un peligro para el o para los demas? -le preguntaban como una letania.

Claro que no, si seguia tomando los medicamentos y no volvia a encontrarse en las mismas circunstancias que lo habian desquiciado. Por supuesto, esas circunstancias seguian ahi, de modo que no era facil ser optimista sobre las posibilidades reales de nadie fuera del hospital.

Los pacientes se marchaban. Los pacientes volvian. Un bumerang de locura.

Francis intentaba escuchar todas las palabras pronunciadas y observar las caras de los pacientes, los medicos, los padres, hermanos o primos que se levantaban para hablar. En su interior solo sentia agitacion y caos. Sus voces le gritaban que se fuera. Insistentes, chillonas, suplicantes; todas igual de firmes, casi histericas en su deseo. Era como estar atrapado en el foso de una orquesta horrorosa, en la que todos los instrumentos sonaban cada vez con mas fuerza y mas desafinados.

Sabia por que. De vez en cuando, cerraba los ojos para descansar un poco. Pero no le servia de mucho.

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