El grupo tardo un momento en asimilar esta afirmacion. Fue Cleo quien planteo la siguiente pregunta.
– ?Por que no lo traen de vuelta aqui? Es aqui donde debe estar y no encerrado en una carcel sin sol y puede que con un punado de criminales. Cabrones. Violadores y ladrones, seguro. Pobre Larguirucho, en manos de la policia. Cabrones fascistas.
– Porque lo acusan de un delito -respondio el psicologo con rapidez. A Francis le parecio extrano que evitara la palabra asesinato.
– Pero hay algo que no entiendo -tercio Peter en una voz tan queda que todo el mundo se volvio hacia el-. Larguirucho esta loco, y ayer estaba mas loco aun. ?Cual es la palabra que a usted le gusta usar?
– Descompensado -respondio el senor del Mal con frialdad.
– Una palabra de lo mas tonta -espeto Cleo, enfadada-. Una palabra tonta, idiota y totalmente inutil.
– Bien -prosiguio Peter-. Larguirucho atravesaba una crisis. Todos nos dimos cuenta. A lo largo del dia fue empeorando y nadie hizo nada por ayudarlo. Hasta que exploto. Ahora bien, si estaba aqui, en el hospital, por ese motivo, ?como le pueden acusar? ?Un loco no es precisamente alguien que no sabe lo que hace?
Evans asintio, pero se mordio el labio antes de contestar.
– Esa es una decision que debera tomar el fiscal del condado. Hasta entonces, Larguirucho se quedara donde esta…
– Bueno, creo que deberian traerlo aqui, donde estan sus amigos -insistio Cleo, enojada aun-. Ahora solo nos tiene a nosotros. Somos su unica familia.
Hubo un murmullo general de asentimiento.
– ?No podemos hacer algo? -pregunto la mujer del pelo alborotado.
Ese comentario provoco tambien asentimientos farfullados.
– Bueno -dijo el senor del Mal-, creo que deberiamos seguir abordando los problemas que nos trajeron aqui. Si nos esforzamos por mejorar, quizas encontremos una forma de ayudar a Larguirucho.
– Malditos ineptos -gruno Cleo con indignacion-. Cabrones descerebrados.
Francis no sabia muy bien a quien se referia Cleo, pero estuvo de acuerdo con las palabras que habia elegido. Cleo tenia la habilidad de una emperatriz de llegar al quid de la cuestion de una forma imperiosa. Empezaron a oirse improperios y juramentos.
– Estas palabras colericas no ayudan a Larguirucho, ni a ninguno de nosotros. -El senor del Mal levanto la mano, exasperado-. Asi que vamos a parar.
Hizo un gesto cortante con la mano. Era la clase de movimiento que Francis se habia acostumbrado a ver en el psicologo y que subrayaba una vez mas quien estaba cuerdo y, por lo tanto, quien estaba al mando. Y, como de costumbre, tuvo un efecto intimidador; el grupo, refunfunando, se recosto en las sillas y el breve instante que podia haber acabado en una abierta rebelion se disolvio en el aire viciado de la sala. Francis vio que Peter se mantenia firme, con los brazos cruzados y el entrecejo fruncido.
– Pues yo creo que no hemos usado las suficientes palabras colericas -solto por fin, no en voz alta, pero con determinacion-. Y no entiendo por que eso no va a ayudar a Larguirucho. ?Como saber que podria ayudarlo o no en este momento? Creo que deberiamos protestar aun mas.
– Seguramente tu lo harias -replico el senor del Mal, girandose en su asiento.
Ambos hombres se observaron un momento y Francis vio que estaban al borde de un enfrentamiento fisico. Pero, casi con la misma rapidez, todo cambio porque el senor del Mal se volvio y dijo:
– Deberias reservarte tus opiniones. Estas mejor callado.
Era una afirmacion desdenosa, y dejo helado al grupo.
Francis vio que el Bombero buscaba una replica, pero en ese momento se oyo un ruido en la puerta de la sala.
Todas las cabezas se volvieron cuando se abrio. Negro Grande entro languidamente y por un instante lleno el umbral con su corpulencia, ocultando a quien le seguia. Se trataba de la mujer que Francis habia visto por la ventana al principio de la sesion. Tras ella, a su vez, iba Tomapastillas y, por ultimo, Negro Chico. Los auxiliares adoptaron posiciones de centinela junto a la puerta.
– Senor Evans -dijo Gulptilil-, lamento interrumpir la sesion.
– No se preocupe -respondio el senor del Mal-. Ya estabamos a punto de terminar.
Francis tenia la certeza de que estaban mas al principio que al final de algo. Pero, de hecho, no escucho el intercambio entre los dos terapeutas. En lugar de eso, observo a la mujer, que, ofreciendole su perfil derecho, esperaba flanqueada por los hermanos Moses.
Tuvo la impresion de ver muchas cosas, todas a la vez. Era esbelta y muy alta, de casi metro ochenta, y rondaba los treinta anos. Tenia la piel de color cacao, de una tonalidad parecida a las hojas de roble que caen en otono, y sus ojos presentaban un aspecto ligeramente oriental. El cabello, de un negro azabache, le llegaba mas abajo de los hombros. Debajo del impermeable color habano, llevaba un traje chaqueta azul. Sujetaba la cartera de piel con unos dedos largos y delicados, y contemplaba la sala con una determinacion que habria calmado hasta al paciente mas descompensado. Era casi como si su presencia silenciara los delirios y los temores que ocupaban cada asiento.
Al principio, Francis la considero la mujer mas hermosa del mundo, pero entonces ella se volvio un poco y el vio que tenia el lado izquierdo del rostro desfigurado por una larga cicatriz blanca que le partia la ceja y le recorria la mejilla en zigzag para terminar en la mandibula. La cicatriz le causo el mismo efecto que el pendulo de un hipnotizador: no podia apartar los ojos de esa linea irregular que le bisecaba la cara. Se pregunto por un momento si no seria como mirar la obra de un artista desquiciado, que, abrumado ante una perfeccion inesperada, hubiera decidido tratar su propio arte con absoluta crueldad.
– ?Quienes son los dos hombres que encontraron el cadaver de la enfermera? -pregunto dando un paso al frente, y su ronca voz parecio atravesar a Francis.
– Peter, Francis -llamo el doctor Gulptilil-, esta senorita ha conducido desde Boston para haceros algunas preguntas. ?Podriais acompanarnos a mi despacho para que pueda hablar con vosotros como es debido?
Francis se puso en pie y, en ese instante, fue consciente de que Peter observaba con la misma intensidad a la joven.
– Yo te conozco -musito Peter como para si.
Francis se percato de que la mujer se fijaba en su amigo y, por un segundo, arrugaba la frente en un gesto de reconocimiento. Luego, casi con la misma rapidez, volvio a su impasible belleza marcada.
Los dos hombres salieron del circulo de sillas.
– Cuidado -solto Cleo de golpe. Y cito de su obra favorita-: «El claro dia se apaga y nos dirigimos a las sombras.» -Se produjo un momento de silencio antes de que anadiera con voz ronca-: Cuidado con los cabrones. Solo buscan perjudicarlo a uno.