– No lo hare -solto Lucy-. No puedo hacerlo.
–
– No les resultara facil -replico ella a la vez que lo miraba con dureza.
Se produjo un silencio y, de repente, Lucy bajo los ojos hacia el monton de expedientes en la mesa. Con un movimiento brusco, deslizo el brazo por el tablero y lanzo las carpetas al suelo.
– ?Maldita sea! -exclamo.
Peter siguio callado y Lucy solto un buen puntapie a una papelera de metal, que rodo con estrepito.
– No lo hare -repitio-. Dime, ?que es peor? ?Ser un asesino o dejar que un asesino vuelva a matar?
Esa pregunta tenia respuesta, pero Peter no estaba seguro de querer decirla.
Lucy inspiro hondo varias veces antes de fijar los ojos en los de Peter.
– Tu lo entiendes -susurro-. Si me voy con las manos vacias, alguien mas morira. No se cuanto tiempo pasara, pero llegara el dia, al cabo de un mes, seis meses o un ano, en que estare frente a otro cadaver y observare una mano derecha a la que le faltan cinco falanges. Y aunque atrape al hombre y lo vea sentado en el banquillo de los acusados y me levante para leer las acusaciones ante un juez y un jurado, seguire sabiendo que alguien murio por mi fracaso aqui y ahora.
Peter se dejo caer por fin en una silla y agacho la cabeza para restregarse la cara con las manos, como si se la estuviera lavando. Cuando miro a Lucy, no comento lo que ella decia, aunque a su modo lo hizo.
– ?Sabes que, Lucy? -pregunto en voz baja-. Antes de convertirme en investigador de incendios provocados, pase cierto tiempo como bombero. Me gustaba. Combatir un fuego no es algo equivoco. Apagas el incendio o este destruye algo. Sencillo, ?no? A veces, en un caso dificil, notas el calor en el rostro y oyes el sonido que el fuego produce cuando esta realmente fuera de control. Es un sonido terrible, embravecido. Salido del infierno. Y existe un instante en que todo el cuerpo te suplica que no entres, pero lo haces de todos modos. Sigues adelante, porque el fuego es malo y porque los demas miembros de tu dotacion ya estan dentro, y sabes que tienes que hacerlo. Es la decision que mas cuesta tomar.
Lucy parecio reflexionar sobre eso.
– ?Y ahora que? -pregunto.
– Tendremos que correr algunos riesgos -dijo Peter.
– ?Riesgos?
– Si.
– ?Que opinas de lo que dijo Francis? -quiso saber Lucy-. ?Crees que aqui todo esta al reves? Si efectuara esta investigacion fuera de aqui y un detective se fijara en el sospechoso menos probable, no en el mas probable, relevaria a ese hombre del caso, claro. No tendria ningun sentido, y se supone que las investigaciones deben tenerlo.
– Aqui nada tiene sentido -comento Peter.
– Asi pues, Francis tal vez tenga razon. La ha tenido en muchas cosas.
– ?Que hacemos, entonces? ?Repasar todos los expedientes en busca de…? ?En busca de que?
– ?Que otra cosa podemos hacer?
Peter dudo otra vez. Penso en lo que habia pasado y se encogio de hombros.
– No lo se -dijo a la vez que sacudia la cabeza-. Soy reacio…
– ?Reacio a que?
– Bueno, cuando alteramos el dormitorio de Williams, ?que ocurrio?
– Un hombre murio asesinado. Solo que ellos no lo creen asi…
– No, aparte de eso, ?que ocurrio? El angel aparecio, quiza para matar a Bailarin. No lo sabemos con certeza. Pero si sabemos que se presento en el dormitorio para amenazar a Francis.
– Ya veo por donde vas -dijo Lucy tras inspirar hondo.
– Tenemos que hacerlo salir de nuevo.
– Una trampa -asintio Lucy.
– Una trampa -corroboro Peter-. Pero ?que podriamos usar como anzuelo?
Lucy sonrio, sin alegria, la clase de expresion de alguien que sabe que para lograr mucho hay que arriesgar mucho.
A primera hora de la tarde, Negro Grande reunio a un pequeno grupo de pacientes del edificio Amherst para una salida al jardin. Francis aun no habia visto los brotes de las semillas plantadas en esa zona antes de la muerte de Rubita y la detencion de Larguirucho.
Hacia una tarde esplendida. Calida, con rayos de sol que iluminaban las paredes blancas del hospital. Una ligera brisa desplazaba a las esporadicas nubes bulbosas por el cielo azul. Francis levanto la cara hacia el sol y dejo que el calor lo reconfortase. Oyo un murmullo de satisfaccion en su cabeza que podria corresponder a sus voces pero tambien podria deberse a la pequena sensacion de esperanza que experimento. Por unos instantes consiguio olvidar todo lo que estaba pasando y disfrutar del sol. Era la clase de tarde que disipa las tinieblas de la locura.
En esta salida participaban diez pacientes. Cleo iba a la cabeza de la fila, posicion que ocupo en cuanto cruzaron las puertas de Amherst, sin dejar de farfullar pero con una determinacion que parecia contradecir la despreocupacion a que invitaba el dia. Al principio, Napoleon procuro seguirle el ritmo, pero luego se quejo a Negro Grande de que Cleo los obligaba a caminar demasiado deprisa, lo que hizo que todos se detuvieran y estallara una pequena discusion.
– ?Yo debo ir en cabeza! -grito Cleo, enfadada. Se enderezo con altivez y miro por encima del hombro a los demas con una actitud majestuosa-. Es mi posicion. Por derecho y por deber -anadio.
– Pues no vayas tan deprisa -replico Napoleon, que resollaba un poco.
– Iremos a mi ritmo -respondio Cleo.
– Cleo, por favor… -empezo Negro Grande.
– No habra cambios -lo atajo Cleo.
El auxiliar se encogio de hombros y se volvio hacia Francis.
– Ve tu delante -pidio.
Cleo le salio al paso, pero Francis la miro con tal abatimiento que, pasado un segundo, resoplo con desden imperial y se hizo a un lado. Cuando el joven la adelanto, vio que los ojos le echaban chispas, como si un fuego la abrasara por dentro. Esperaba que Negro Grande tambien lo viera, pero no estaba seguro de ello, ya que el auxiliar intentaba mantener la calma en el grupo. Un hombre ya estaba llorando y otra mujer se alejaba del camino.
– Vamos -ordeno Francis con la esperanza de que los demas lo siguieran.
Pasado un momento, el grupo parecio aceptar que el fuera a la cabeza, quiza porque eso evito una posible discusion a gritos que nadie deseaba. Cleo se situo detras de el y, tras pedirle un par de veces que apretase el paso, se distrajo con los gemidos y los gritos inconexos que se oian en los edificios.
Se detuvieron al borde del jardin, y la tension que parecia acumularse en la cabeza de Cleo, se calmo un instante.
– ?Flores! -exclamo asombrada-. ?Hemos cultivado flores!
Flores rojas, blancas, amarillas y azules enroscadas entre si al azar ocupaban los parterres situados en un extremo de los terrenos del hospital. De la tierra oscura habian crecido peonias, rosas, violetas y tulipanes. El jardin era tan caotico como sus mentes, con capas y franjas de colores vibrantes que se extendian en todas direcciones, plantados sin orden ni concierto, pero aun asi florecian con fuerza. Francis lo observo con asombro y recordo lo monotona que era su vida en realidad. Pero incluso este pensamiento deprimente desaparecio ante aquella vision exuberante.
Negro Grande distribuyo unas modestas herramientas de jardineria. Eran utensilios para ninos, de plastico, y no iban demasiado bien para la tarea que tenian entre manos, pero Francis penso que eran mejor que nada. Se agacho junto a Cleo, que apenas parecia consciente de su presencia, y empezo a trabajar para organizar las flores en hileras y procurar ordenar un poco aquella explosion de color.
Francis no supo cuanto trabajaron. Hasta Cleo, que seguia farfullando palabrotas para si misma, parecio contener parte de su tension, aunque de vez en cuando sollozaba mientras cavaba y rastrillaba la marga humeda del jardin, y en mas de una ocasion Francis vio que alargaba la mano para tocar los petalos de una flor con lagrimas en los ojos. Casi todos los pacientes se detuvieron en algun momento para dejar que la tierra rica y