?Habia salido bien! Una vez mas, la ruta de escape bien planeada habia dado resultado.
– Lo siento, amigo. No es necesario que se enoje. Me voy -agrego desde la puerta.
Ya casi habia salido; el hombre seguia en la cama, todavia echando chispas. Utilizo un guante doblado para abrir el picaporte. Solo entonces lo habia logrado. Keycase cerro la puerta tras de si.
Escuchando atentamente, oyo que el hombre se levantaba de la cama y los pasos que se dirigian hacia la puerta; esta sono, y el de dentro coloco la cadena de seguridad. Keycase continuo escuchando.
Durante cinco largos minutos permanecio en el corredor sin volverse, esperando que el hombre de la habitacion telefonearia abajo. Era esencial saberlo. Si sucedia, Keycase debia volver al punto a su habitacion antes de que se diera la alarma. Pero no hubo ningun ruido ni sono el telefono. El peligro, de momento, habia desaparecido.
Despues, sin embargo, el asunto podria ser diferente.
Cuando mister 641 despertara, a plena luz de la manana, recordaria lo ocurrido. Pensando en ello, podria plantearse algunos interrogantes. Por ejemplo: ?Como era posible que alguien al equivocarse de habitacion, pudiera entrar en esta, utilizando la llave de otra? Y una vez dentro, ?por que se quedo en la oscuridad en lugar de encender la luz? Tambien estaba la reaccion inicial de culpabilidad de Keycase. Un hombre inteligente, despierto por completo, podria reconstruir esa parte de la escena. En cualquier caso, habria bastante razon para hacer una indignada llamada telefonica al gerente del hotel.
La gerencia, representada quiza por el detective del hotel, reconoceria en seguida los sintomas y se realizarian los controles de rigor. Entrevistarian al ocupante de la habitacion 614, quienquiera que fuese y con seguridad pondrian frente a frente a ambos huespedes. Los dos afirmarian que jamas se habian visto. El detective no se sorprenderia, pero confirmaria su sospecha referente a la presencia de un ladron profesional en el hotel; la noticia cundiria con rapidez. De tal manera al iniciarse la campana de Keycase, todo el personal del hotel seria alertado.
Tambien era probable que el hotel se pusiera en contacto con la Policia local. Ellos a su vez pedirian informacion al F. B. I. con respecto a ladrones de hoteles conocidos que pudieran estar operando por alli. Si llegaba esa lista, era seguro que traeria incluido el nombre de Julius Keycase Milne. Habria fotografias, instantaneas policiales para ser exhibidas a los empleados del hotel y otras personas.
Lo que deberia hacer era recoger y huir. Si se apresuraba, podia salir de la ciudad en menos de una hora.
Solo que no era tan simple. Habia invertido el dinero: el coche, el motel, su habitacion en el hotel, la muchacha del
Hasta ahora habia analizado los aspectos negativos del problema. Habia que estudiarlo de otra manera.
Aun cuando se produjera la secuencia de acontecimientos que habia imaginado, podrian transcurrir varios dias. La Policia de Nueva Orleans estaba ocupada. De acuerdo con la informacion del matutino, todos los detectives disponibles estaban trabajando a destajo en un caso aun no resuelto de un atropello y huida del conductor: un doble homicidio que habia producido gran conmocion en la ciudad entera. No era probable que la Policia restara tiempo a eso, cuando en el hotel no se habia cometido ningun crimen. Por supuesto, que en algun momento vendrian. Siempre era asi.
De manera que ?cuanto tiempo tenia? Sin ser optimista, otro dia completo; probablemente, dos. Lo medito con cuidado. Seria suficiente.
El viernes por la manana, despues de haber conseguido lo que queria, podria abandonar la ciudad sin dejar rastro. Y asi lo resolvio.
Pero ahora, en ese momento, ?que haria? ?Volver a su habitacion del octavo piso, dejando el resto de la tarea para manana, o seguiria adelante?
La tentacion de abandonar el primitivo plan era muy fuerte. El incidente de un momento antes lo habia sacudido mucho mas -si era sincero consigo mismo- que otros episodios anteriores y similares. Su propia habitacion le parecia un seguro y confortable refugio.
Definitivamente, resolvio seguir adelante. Cierta vez habia leido que cuando el piloto de un avion militar tenia un accidente por causas que le eran ajenas, en seguida se le enviaba a otro vuelo antes de que perdiera su temple. El debia seguir el mismo principio.
La primera llave que habia obtenido le habia fracasado. Tal vez fuera un augurio, indicando que deberia alterar el orden y probar con la ultima. La muchacha de Bourbon Street le habia dado la 1062. ?Otro augurio! ?Su numero de suerte… el 2! Contando los pisos mientras subia, Keycase ascendio por la escalera de servicio.
El hombre llamado Stanley, de Iowa, que habia caido en la treta mas antigua en Bourbon Street, estaba por fin dormido. Al principio habia aguardado a la rubia de amplias caderas, con esperanza; luego, a medida que pasaba el tiempo, estas empezaron a disminuir, a lo que se anadio la poco agradable sensacion de haber sido timado. Al final, cuando sus ojos no pudieron permanecer abiertos por mas tiempo, se dio vuelta y cayo en un profundo sueno alcoholico.
No oyo a Keycase cuando entro y tampoco cuando se movio cuidadosamente y metodicamente por la habitacion. No se interrumpio su profundo sueno mientras Keycase le quitaba el dinero de la cartera y se guardaba el reloj y el anillo de sello, la pitillera de oro, el encendedor que hacia juego y unos gemelos de brillantes. Tampoco se movio cuando Keycase se marcho silenciosamente.
Era mediodia cuando Stanley, de Iowa, se desperto, y paso otra hora antes de que advirtiera entre la penumbra de su lastimosa condicion fisica, que le habian robado. Cuando por fin comprendio la importancia de este nuevo desastre, que se agregaba a su presente estado, mas la costosa e improductiva aventura de la noche anterior, se sento en una silla y lloro como un nino.
Mucho antes de eso, Keycase ponia a buen recaudo su botin.
Saliendo de la 1062, Keycase decidio que habia demasiada luz para arriesgar otra partida, y volvio a su propia habitacion, 830. Conto el dinero. Sumaba la satisfactoria cantidad de noventa y cuatro dolares, la mayor parte en billetes de cinco y de diez, todos usados, lo que significaba que no podian ser identificados. Con verdadero placer agrego el dinero de su propia cartera.
El reloj y otras cosas eran mas dificiles de ocultar. Al principio habia vacilado con respecto a la conveniencia de cogerlas, pero habia cedido a la codicia y a la ocasion. Desde luego, implicaba un peligro en algun momento del dia. La gente podia perder dinero y no estar segura de cuando ni como, pero la ausencia de joyas indicaba un robo, en forma concluyen te. Ahora era mucho mas probable la rapida atencion de la Policia, y el tiempo que se habia otorgado podia ser menor, aunque tal vez no fuera asi. Encontro que su confianza aumentaba, con una mejor disposicion para correr riesgos, si era necesario.
Entre sus efectos habia una maleta pequena, de hombre de negocios, del tipo que se puede entrar y sacar de un hotel sin llamar la atencion. Keycase puso los articulos robados en ella, calculando que, sin duda, algun joyero de su confianza le pagaria por lo menos cien dolares aun cuando su verdadero valor fuera mucho mayor.
Espero, dejando que el hotel despertara, y que el vestibulo estuviera bastante concurrido. Entonces tomo el ascensor, salio de el, y camino con la maleta hasta el aparcamiento de Canal Street, donde habia dejado el coche la noche anterior. Desde alli, se dirigio conduciendo con cuidado, a su habitacion en el motel sobre la carretera Chef Menteur. Se detuvo una vez en la ruta, levanto el capo del «Ford» simulando un problema en el motor, mientras sacaba la llave escondida en el filtro de aire del carburador. Se quedo en el motel solo el tiempo necesario para pasar los efectos robados a otra maleta. En el camino de vuelta al centro, repitio la pantomima del coche, volviendo a colocar la llave en el escondrijo. Cuando hubo estacionado el coche (en un estacionamiento distinto) no habia nada en su persona ni en la habitacion del hotel que lo pudiera relacionar con las cosas robadas.
Se sentia tan contento con la forma en que se desarrollaban las cosas que se detuvo a desayunar en la cafeteria del «St. Gregory».
Al salir vio a la duquesa de Croydon.
Un momento antes habia salido del ascensor al vestibulo del hotel. Los
Keycase se detuvo, al principio sorprendido e incredulo. Sus ojos lo sacaron de la duda: