Su cabeza trabajaba con velocidad. La coleccion de joyas de la duquesa de Croydon era una de las mas fabulosas del mundo. Cualquiera que fuera la ocasion, siempre aparecia resplandeciente con sus alhajas. Aun ahora, sus ojos se entrecerraron al ver sus anillos y un broche de zafiros, que deberian ser de un valor incalculable. La costumbre de la duquesa significaba que, a pesar de las naturales precauciones, siempre tendria parte de su coleccion muy a mano.

Una idea a medio formar: inquieta, audaz, imposible… ?lo seria? estaba tomando cuerpo en la mente de Keycase.

Continuo observando, mientras precedida por los perros, la duquesa de Croydon paso por el vestibulo hacia la calle soleada.

2

Herbie Chandler llego temprano al hotel, pero no para beneficio del «St. Gregory», sino para el suyo propio.

Entre los fraudes sistematizados del jefe de botones habia uno al que se le llamaba, en los muchos hoteles en que se practicaba, «mezcla de fondos de licor».

Los huespedes del hotel que recibian visitas en sus habitaciones, o aun los que bebian solos, con frecuencia dejaban unos centimetros de licor en las botellas, en el momento de marcharse. Cuando hacian las maletas, la mayor parte se abstenia de incluir los fondos de licor, ya fuese por temor a que se derramaran o para no pagar exceso de equipaje aereo. Pero la psicologia humana los llevaba a no tirar un buen licor y por lo general lo dejaban, intacto, sobre la mesita de noche de las habitaciones desocupadas.

Si un botones observaba tales residuos cuando lo llamaban para llevar las maletas de los huespedes que partian, era comun que volviera a los pocos minutos para recogerlos. Cuando los huespedes cargaban con sus propias maletas, como muchos prefieren hacerlo en nuestros dias, la camarera del piso casi siempre lo notificaba al botones, quien compartiria con ella el beneficio.

Los restos de licor se abrian paso hacia el rincon de almacenamiento en un subsuelo, dominio privado de Herbie Chandler. Estaba protegido como tal por la intervencion del encargado de la despensa, quien a su vez, recibia ayuda de Chandler para ciertas raterias propias.

Se llevaban las botellas alli; por lo general, en las bolsas de la lavanderia, que los botones podian manipular dentro del hotel, sin provocar comentarios.

En el transcurso de uno o dos dias, la cantidad recolectada era sorprendentemente grande.

Cada dos o tres dias (con mas frecuencia, si el hotel estaba atareado con los congresos) el jefe de botones consolidaba su provision, como estaba haciendo ahora.

Herbie junto las botellas que contenian gin, en un grupo. Eligiendo dos de las marcas mas caras, y empleando un pequeno embudo, vacio las otras marcas en ellas. Termino con la primera botella llena y la segunda hasta sus tres cuartas partes. Tapo las dos botellas, poniendo la segunda a un lado para llenarla con la proxima remesa. Repitio el proceso con el Bourbon, Scotch y whisky de centeno. En total, se llenaron siete botellas con restos de otras. Luego de vacilar un momento, vacio algunos restos de vodka en las botellas de gin.

Ese mismo dia, algo mas tarde, las siete botellas se entregarian a un bar que quedaba a pocas manzanas del «St. Gregory». El dueno del establecimiento, con pocos escrupulos respecto a la calidad, servia el licor a los clientes, pagando a Herbie la mitad del precio de la bebida comprada en forma regular. Periodicamente, para los involucrados dentro del hotel, Herbie declaraba el dividendo, que en general era lo mas pequeno que se atrevia a formular.

Ultimamente, la «mezcla de fondos de licor» habia sido buena, y la acumulacion del dia de hoy habria complacido a Herbie, si no hubiera estado preocupado con otras cosas. La noche anterior, un poco tarde, hubo una llamada telefonica de Stanley Dixon. El joven habia relatado su propia version de la conversacion sostenida con Peter McDermott. Tambien habia informado de la citacion que les habia formulado a el y a sus compinches, para que concurrieran a la oficina de McDermott a las cuatro de la tarde del dia siguiente que era hoy. Lo que Dixon queria saber era: ?Hasta donde estaba enterado McDermott?

Herbie no pudo dar respuesta, excepto advertir a Dixon que fuera discreto y no admitiera nada. Pero desde entonces no habia hecho otra cosa que pensar en que habria pasado en las habitaciones 1126-7, dos noches antes, y hasta donde estaria informado (en cuanto concernia a la parte desempenada por el jefe de botones) el subgerente general.

Faltaban nueve horas para las cuatro. Herbie pensaba que pasarian muy despacio.

3

Como lo hacia la mayoria de las mananas Curtis O'Keefe, primero se ducho y luego rezo. El procedimiento era eficiente, ya que podia llegar a presencia de Dios, limpio, y ademas se secaba bien en una bata de tela de esponja durante los veinte minutos, mas o menos, que permanecia de rodillas.

Un sol brillante que entraba en la suite, confortable y fresca por el aire acondicionado, daba al hotelero una sensacion de bienestar. La sensacion se transfirio a sus locuaces oraciones que adquirieron el aire de una conversacion intima entre iguales. Curtis O'Keefe no olvido, sin embargo, recordar a Dios su gran interes en el «St. Gregory Hotel».

El desayuno se servia en la suite de Dodo. Ella hizo el pedido para ambos, despues de pensarlo mucho leyendo el menu, y luego de una interminable conversacion con el servicio de habitaciones, durante la cual cambio toda la orden varias veces. Hoy la eleccion del jugo parecia causarle mucha incertidumbre y dudo (a traves del dialogo, que duro varios minutos, con la persona invisible que tomaba el pedido), sobre los meritos del anana, del pomelo y la naranja. Curtis O'Keefe, divertido, imaginaba el trastorno que la prolongada conversacion causaria en la mesa de pedidos del servicio de habitaciones, muy ocupado, once pisos mas abajo.

Esperando que llegara el desayuno, hojeo el periodico matutino, el Times-Picayune de Nueva Orleans, y el New York Times enviado por correo aereo. Observo que localmente no habia novedad con respecto al caso del atropello y fuga, que habia eclipsado la mayor parte de las otras noticias de Crescent City. En Nueva York, vio que en el «Big Board» las acciones de los «O'Keefe Hotels» habian bajado tres cuartos de punto. La declinacion no tenia importancia… era una fluctuacion normal, y era seguro que habria un alza neutralizante cuando se enteraran de la nueva adquisicion de la cadena, en Nueva Orleans, como era posible que sucediera pronto.

El pensamiento le recordo los dos dias fastidiosos que tendria que pasar en espera de la confirmacion. Se arrepintio de no haber insistido en obtener una decision la noche anterior; pero ahora, habiendo empenado su palabra, no habia nada que hacer mas que pasar el tiempo con paciencia. No tenia la mas minima duda de una decision favorable de parte de Warren Trent. En realidad, no habia alternativa posible.

Cuando estaban terminando el desayuno, hubo una llamada telefonica, que Dodo atendio, de Hank Lemnitzer, el representante personal de Curtis O'Keefe en la costa occidental. Sospechando a medias la naturaleza de la llamada, la tomo en su propia suite, cerrando la puerta de comunicacion tras de si.

El tema que le interesaba y esperaba se tratara, llego despues de un informe de rutina sobre varios intereses financieros (ajenos al negocio de hoteles) en los cuales Lemnitzer intervenia con astucia.

– Hay algo mas, mister O'Keefe… -El arrastre nasal californiano se percibio a traves del telefono.- Se trata de Jenny LaMarsh, la muneca… er… la joven por la cual usted mostro interes aquel dia, en el «Beverly Hills Hotel»… ?lo recuerda?

O'Keefe lo recordaba muy bien: una sorprendente morena, con una figura soberbia, sonrisa fria y divertida, y un ingenio travieso. Le habian impresionado tanto sus manifiestas posibilidades como mujer, como la fluidez de su conversacion. Alguien habia dicho, le parecia recordar, que ella se habia graduado en Vassar. Tenia un contrato no muy bueno con uno de los mas pequenos estudios cinematograficos.

– Si, la recuerdo.

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