– He hablado con ella, mister O'Keefe, unas pocas veces. De cualquier manera estaria encantada de acompanarlo en uno o dos viajes.

No habia necesidad de preguntar si miss LaMarsh sabia el tipo de relacion que el viaje involucraria. Hank Lemnitzer se habria encargado de eso. Las posibilidades, admitio para si Curtis O'Keefe, eran interesantes. La conversacion, asi como otras cosas, con Jenny LaMarsh, serian en extremo estimulantes. Sin duda, tampoco tendria dificultad en desenvolverse con acierto frente a personas extranas. Desde luego no estaria indecisa frente a cosas tan simples como elegir un jugo de frutas.

Pero, para su propia sorpresa, vacilo.

– Hay algo que quisiera asegurar, y es el futuro de miss Lash.

La voz de Hank Lemnitzer llego, con expresion confidencial, desde el otro extremo del continente:

– No se preocupe por eso. Me encargare de Dodo, lo mismo que hice con las otras.

– Eso no es lo fundamental -dijo Curtis O'Keefe en tono terminante. A pesar de la eficiencia de Lemnitzer, a veces carecia de sutileza.

– ?Que es lo fundamental, mister O'Keefe?

– Quiero que busque algo para miss Lash, especificamente. Algo bueno. Y quiero saberlo antes de que se marche.

La voz adquirio una expresion dubitativa.

– Espero poder hacerlo. Desde luego, Dodo no es muy inteligente…

– No quiero cualquier cosa, ?comprende? -insistio O'Keefe-. Y tomese todo el tiempo que sea necesario.

– ?Y con respecto a Jenny LaMarsh?

– ?No tiene ella alguna otra cosa…?

– Creo que no. -Hubo un atisbo de mala voluntad para contemplar el capricho; luego, con viveza, una vez mas:- Bien, mister O'Keefe, lo que usted diga. Lo llamare.

Cuando O'Keefe volvio a la sala de la otra suite, Dodo estaba amontonando los platos del desayuno en la mesita de ruedas.

– ?No hagas eso! Hay personal en el hotel a quien se le paga para hacer ese trabajo -le dijo irritado.

– Pero, Curtie, me gusta hacerlo.

Volvio sus elocuentes ojos por un momento hacia el, y O'Keefe pudo ver que la habia ofendido. Pero de todos modos ella dejo de hacerlo.

Sin saber la razon de su mal humor, le informo:

– Voy a dar una vuelta por el hotel. -Decidio que mas tarde la compensaria llevandola a dar un paseo por la ciudad. Recordo que habia una excursion por la bahia, en un viejo barco de tambores, llamado S. S. President. Generalmente, estaba lleno de turistas, y era el tipo de cosas que a ella le gustaban.

Al llegar a la puerta exterior, obedeciendo a un impulso, se lo dijo. Ella respondio echandole los brazos al cuello.

– ?Curtie, sera hermoso! Me arreglare el pelo para que no vuele con el viento. ?Asi!

Con movimiento gracil alzo un brazo y echo hacia atras una guedeja de pelo rubio ceniza, sujetandolo tirante. El efecto, con el rostro levantado y su alegria espontanea, era de una belleza sencilla, tan grande, que O'Keefe sintio el impulso de cambiar sus planes y quedarse. En cambio, musito algo acerca de volver en seguida, y cerro la puerta con brusquedad.

Bajo en un ascensor al entresuelo principal, y desde alli, por la escalera, al vestibulo de entrada, apartando a Dodo de su mente, en forma definitiva. Caminando con aparente indiferencia, advertia las discretas miradas de los empleados del hotel que pasaban y que al verlo, parecian poseidos de repentina energia. Ignorandolos, continuo comprobando la condicion de los empleados del hotel, comparando sus propias reacciones con el informe dado por Odgen Bailey. Su opinion del dia anterior de que el «St. Gregory» necesitaba una mano firme que lo dirigiera, se vio confirmada por lo que observo. Tambien compartio la opinion de Bailey, con referencia a las nuevas fuentes de ingresos. La experiencia le decia, por ejemplo, que aquellos macizos pilares en el vestibulo, probablemente no sostenian nada encima. Si era asi, solo era cuestion de sacar una seccion de cada uno, y alquilar el espacio para vitrinas a los comerciantes locales.

En la arcada mas alla del vestibulo vio un lugar de preferencia ocupado por el puesto de flores. La renta que percibia el hotel seria alrededor de trescientos dolares mensuales. Pero el mismo espacio, convertido en un salon moderno de cocteles, al estilo de los barcos fluviales, (?por que no?) podria aumentar, con facilidad, la renta a quince mil dolares, en el mismo periodo. La floristeria podria ser trasladada a otro lugar, bien a mano.

Volviendo al vestibulo, advirtio que habia mas espacio apto para producir dinero. Eliminando parte del lugar destinado al publico, podian acomodarse media docena de mostradores (para lineas aereas, alquiler de automoviles, excursiones, joyeria, quizas una drogueria) tal vez todos podrian caber achicandolos un poco. Desde luego, que significaria un ligero cambio en el aspecto; el actual aire de holgada comodidad habria desaparecido, con las plantas de adorno y las alfombras gruesas. Pero hoy en dia, los vestibulos iluminados, con brillantes avisos que se veian desde todas partes, era lo que ayudaba a hacer los balances de los hoteles mas satisfactorios.

Otra cosa: la mayor parte de las sillas deberian ser retiradas. Si la gente queria sentarse, era mas provechoso que se vieran obligados a hacerlo en uno de los bares o restaurantes del hotel.

Habia aprendido una leccion acerca de los asientos gratis, anos atras. Fue en su primer hotel… una construccion barata, una verdadera trampa con una fachada postiza, en una pequena ciudad del Sudoeste. El hotel tenia una caracteristica: una docena de pequenas toilettes de pago, que en diversas ocasiones eran usadas, o parecian serlo, por todos los granjeros y rancheros de cien millas a la redonda. Para sorpresa del joven Curtis O'Keefe, los ingresos que producian eran sustanciales, pero habia dos cosas que impedian que fueran mayores; la ley estatal ordenaba que uno de los doce retretes tenia que funcionar gratis, y el habito que habian adquirido los astutos campesinos de hacer cola para utilizar la toilette gratuita. Resolvio el problema contratando al borracho de la ciudad. Por veinte centavos la hora y una botella de vino barato, el hombre se instalaba estoicamente en el, durante todos los dias de trabajo. Los ingresos de las otras toilettes subieron con sorprendente rapidez.

Curtis O'Keefe sonrio al recordar el episodio.

Advirtio que el vestibulo se estaba llenando. Un grupo de recien llegados acababa de entrar y estaban registrandose, seguidos por otros que todavia verificaban el equipaje que se descargaba de una limousine del aeropuerto. Se habia formado una pequena cola en el mostrador de la recepcion. O'Keefe se quedo observando.

Entonces vio lo que hasta ese momento, en apariencia, nadie habia advertido.

Un negro de mediana edad, bien vestido y con una maleta en la mano, habia entrado en el hotel. Venia hacia la recepcion, caminando con aire despreocupado, como si estuviera dando un paseo. En el mostrador, dejo su maleta, y espero; era el tercero en la fila.

El intercambio de palabras fue claro y audible.

– Buenos dias -dijo el negro. Su voz, con acento del medio-este, era amable y culta-. Soy el doctor Nicholas. ?Tiene una reserva para mi? -Mientras esperaba, se quito el sombrero hongo de color negro, dejando al descubierto un cabello gris cuidadosamente cepillado.

– Si, senor. Si quisiera registrarse, por favor. -Las palabras fueron pronunciadas antes de que el empleado levantara los ojos. Al hacerlo, sus facciones se endurecieron. Estiro la mano, y quito el libro de registro que habia ofrecido un momento antes.- Lo siento -dijo con firmeza-. El hotel esta lleno.

Imperturbable, el negro respondio sonriente:

– Tengo una reserva. El hotel me envio una nota confirmandola -metio la mano en un bolsillo interior, y saco su cartera llena de papeles, entre los cuales eligio uno.

– Debe de haber sido por error. Lo siento. -El empleado apenas miro la carta que le pusieron delante.- Tenemos un congreso.

– Ya lo se -asintio el otro, su sonrisa apenas mas debil que antes-. Es una reunion de odontologos. Yo soy uno de ellos.

– No puedo hacer nada por usted -respondio el empleado moviendo la cabeza.

El negro retiro los papeles:

– En ese caso, quisiera hablar con alguna otra persona.

Mientras habian estado hablando, llegaron otros que se unieron a la fila, frente al mostrador. Un hombre con un impermeable con cinturon, pregunto con impaciencia:

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