– El sabado por la manana.
– Muy bien -replico la duquesa-. Mi marido y yo volaremos a Chicago el viernes por la noche. Pararemos en el «Drake Hotel» y alli esperaremos hasta saber de usted.
El duque se miraba las manos, evitando encontrarse con los ojos de Ogilvie.
El detective dijo llanamente:
– Tendran noticias mias.
– ?Necesita algo?
– Una orden para el garaje. Puede ser necesaria, diciendo que me autorizan a retirar el coche.
– La escribire ahora mismo. -La duquesa cruzo la habitacion dirigiendose a un
Sin mirar el papel, Ogilvie lo puso en su bolsillo. Sus ojos permanecian fijos en el rostro de la duquesa. Hubo un silencio embarazoso.
– ?No es eso lo que queria? -pregunto ella.
El duque de Croydon se incorporo y se alejo muy erguido. Volviendo la espalda, dijo con displicencia:
– Es el dinero. Lo que quiere es el dinero…
Los rasgos carnosos de Ogilvie se plegaron en una sonrisa estupida.
– Eso es, duquesa. Diez mil ahora, como dijimos. Quince mil el sabado, en Chicago.
La, duquesa se llevo los enjoyados dedos, rapidamente, a las sienes, en un gesto de aturdimiento.
– No se como… lo olvide. Ha habido tantas otras cosas.
– No se preocupe. Yo me hubiera acordado.
– Tendra que ser esta tarde. Nuestro Banco tiene que…
– En efectivo -dijo el gordo-. Que sean billetes no mayores de veinte dolares, y que no sean nuevos.
– ?Por que? -interrogo ella, mirandolo fijamente.
– Porque de ese modo no se los puede rastrear.
– ?No confia en nosotros?
– En un asunto como este -replico el gordo, meneando negativamente la cabeza-, es mas prudente no confiar en nadie.
– Entonces, ?por que tenemos nosotros que confiar en usted?
– Porque tengo otros quince grandes que me esperan. -La curiosa voz de falsete tenia un dejo de impaciencia.- Y recuerde… Esos tambien tienen que ser en efectivo, y los Bancos no abren los sabados.
– Suponga -dijo la duquesa-, que en Chicago no le pagaramos.
Ya no habia una sonrisa en el rostro del detective, ni siquiera una mala imitacion.
– Me alegro de que traiga ese asunto a colacion -dijo Ogilvie-. Asi nos entenderemos.
– Creo que le entiendo, pero digamelo.
– Lo que sucedera en Chicago, duquesa, es esto. Estacionare el coche, pero usted no sabra donde esta. Llegare al hotel y cobrare los quince. Cuando tenga el dinero, le dare las llaves y le dire donde hallara el coche.
– No ha respondido a mi pregunta.
– Voy a hacerlo. -Los ojos de cerdo brillaron.- Si algo anda mal… como por ejemplo que usted diga que no tiene el dinero porque olvido que los Bancos no estan abiertos los sabados, llamare a la Policia… alli mismo en Chicago.
– Tendria mucho que explicar sobre usted mismo. Entre otras cosas, como es que usted ha conducido el coche hacia el Norte.
– En eso no habra ningun misterio. Dire que ustedes me pagaron doscientos dolares, que tendre conmigo, por traer el coche. Dijeron que era demasiado lejos para conducirlo ustedes mismos. Que usted y el duque querian venir por avion. Y que hasta llegar a Chicago, no me habia fijado detenidamente en el coche… ni imaginaba lo que podia ser. De manera que… -Los enormes hombros se encogieron.
– No tenemos intencion -le aseguro la duquesa de Croydon-, de dejar de cumplir nuestra parte del trato. Pero lo mismo que usted, queremos estar seguros de entendernos mutuamente.
– Supongo que nos entendemos -asintio Ogilvie.
– Vuelva a las cinco -dijo la duquesa-. Tendremos el dinero.
Ogilvie se fue; el duque de Croydon volvio de su aislamiento, voluntariamente impuesto, del otro lado de la habitacion. Sobre un parador habia una bandeja con vasos y botellas, reemplazadas la noche anterior. Vertiendo una buena dosis de whisky, le agrego soda y se lo bebio.
– Comenzamos temprano otra vez -anoto la duquesa con acritud.
– Es un agente de limpieza. -Se sirvio otro vaso, pero esta vez bebio con mas lentitud.- Cuando estoy en la misma habitacion con ese hombre, me siento sucio.
– Es obvio que el es menos delicado. De otra manera podria objetar la compania de un borracho, asesino de una criatura…
El rostro del duque se puso palido. Sus manos temblaban al dejar el vaso.
– Ese es un golpe bajo, mujer.
– …y que ademas huye -agrego ella.
– ?Gran Dios…! ?Eso te costara caro! -Era un grito colerico. Sus punos se cerraron y, por un momento, parecio que iba a golpearla.- ?Fuiste tu…! ?Tu, la que quiso seguir y no volver luego! Si no hubiera sido por ti, yo lo habria hecho. Dijiste que no serviria de nada. Ayer mismo hubiera ido a la Policia. ?Tu te opusiste! De manera que ahora tenemos a
– ?Debo entender -pregunto la duquesa-, que ha terminado uno de tus ataques de histeria? -No hubo respuesta, y continuo:- Puedo recordarte que necesitaste muy poca persuasion para actuar en la forma que lo hiciste. Si hubieras deseado, o si hubieras tenido la intencion de proceder de otra manera, mi opinion no te habria importado lo mas minimo. En cuanto a la lepra, dudo mucho que te hayas contagiado, pues te has mantenido cuidadosamente a un lado, dejando que todo lo que habia que arreglar con el hombre, lo hiciera yo.
Su marido suspiro.
– Ya debia saber que era inutil discutir. Lo siento…
– Si se necesita discutir para que pongas en claro tus pensamientos -dijo con indiferencia-, no tengo ningun inconveniente en hacerlo.
El duque habia recuperado su bebida y hacia girar el vaso.
– Es curioso -dijo-. Por un momento tuve la sensacion de que todo esto, por malo que fuera, nos habia acercado.
Las palabras eran, tan evidentemente, una imploracion, que la duquesa vacilo. Para ella tambien la entrevista con Ogilvie habia sido humillante y agotadora. Por un momento, muy dentro de su alma, sintio un deseo de tranquilidad. Sin embargo, por desgracia, el esfuerzo de una reconciliacion estaba mas alla de su posibilidad.
– Si asi ha sido no lo he advertido -replico. Luego con un tono mas aspero anadio-: De cualquier manera, no tenemos tiempo para sentimentalismos.
– ?Tienes razon! -Como si las palabras de su esposa hubieran sido una senal, el duque bebio todo el contenido de su vaso, y se sirvio otro.
– Te agradeceria -dijo ella con severidad- que, por lo menos, te mantuvieras consciente. Supongo que yo tambien tendre que ocuparme de los asuntos del Banco, pero hay papeles que necesitan tu firma.
7
A Warren Trent le esperaban dos tareas que se habia impuesto, y ninguna de las dos era agradable.
La primera era enfrentarse a Tom Earlshore con la acusacion que Curtis O'Keefe habia hecho la noche anterior: «Lo esta desangrando.» Habia declarado refiriendose al viejo barman: «Y a juzgar por las apariencias, desde hace mucho tiempo.»
Tal como lo habia prometido, O'Keefe habia documentado sus acusaciones. Poco despues de las diez de la manana, se entrego a Warren Trent un informe (con detalles especificos de observaciones, fechas y reincidencias).