habia creido que ese dia pudiera llegar. Ahora se preguntaba, temeroso, si el propietario del hotel tenia idea de lo grande que habia sido el botin acumulado.
Warren Trent senalaba con su indice el documento que habia entre ellos, sobre el bar.
– Esta gente percibio el olor de la corrupcion porque no cometieron el error, mi error, de confiar en usted, considerandolo un amigo -durante un momento la emocion lo detuvo. Continuo-: Pero si ahondo, encontrare la evidencia. Hay mucho mas de lo que se dice aqui. ?No es asi?
Abyectamente, Tom Earlshore asintio.
– Bien, no tiene por que preocuparse. No intento procesarlo. Si lo hiciera, sentiria que estaba destruyendo algo de mi mismo.
– Le juro que si me da otra oportunidad -un atisbo de alivio cruzo por el rostro del anciano, que trato de ocultarlo en seguida- no volvera a suceder jamas -imploro.
– Quiere decir que ahora que ha sido descubierto, despues de todos esos anos de robos y embustes, gentilmente dejara de robar…
– Me sera muy dificil, mister Trent… conseguir otro trabajo a mi edad. Tengo una familia…
– Si, Tom, lo recuerdo -expreso Warren Trent con tranquilidad.
Earlshore se sonrojo.
– El dinero que ganaba aqui… este trabajo no era suficiente. Siempre habia cuentas que pagar; cosas para los ninos… -Se justificaba desmanadamente.
– Y las apuestas, Tom. No las olvidemos. Los corredores de apuestas siempre lo perseguian, ?no es cierto? Querian que les pagara. -Era un disparo al azar, pero el silencio de Earlshore demostro que habia dado en el blanco.- Ya se ha hablado bastante -corto Warren Trent con brusquedad-. Ahora, marchese del hotel y no vuelva a poner los pies aqui, jamas.
Estaba entrando mas gente al «Pontalba Lounge» por la puerta que comunicaba con el vestibulo. El murmullo de la conversacion se habia reanudado. Un joven ayudante del barman llego al bar y estaba sirviendo las bebidas, que los camareros recogian.
Tom Earlshore pestaneo, sin poder ceerlo.
– Mister Trent, es el momento de auge antes del almuerzo…
– Ya no es problema suyo. Usted no trabaja aqui.
Lentamente, como si lo inevitable lo penetrara, la expresion del exbarman cambio. Su anterior mascara de deferencia se disipo, tomando su lugar una sonrisa aviesa.
– Muy bien, me ire. Pero usted no tardara mucho en hacerlo. Mister Alto y Todopoderoso Trent, porque a usted tambien lo echaran, aqui todo el mundo lo sabe.
– ?Que es lo que saben?
– Saben que usted es un viejo inutil y acabado -los ojos de Earlshore brillaban-, incapaz de dirigir nada, y mucho menos un hotel. Por eso perdera este hotel, con toda seguridad, y cuando eso suceda sere uno de los muchos que se reiran a carcajadas. -Vacilo, respirando pesadamente, sopesando las consecuencias de su actitud, con cautela, e inquietud. Pero el ansia de venganza prevalecio:- Durante mas anos de los que puedo recordar, usted ha actuado como si fuera el dueno de todo el mundo en el hotel. Tal vez haya pagado algunos centavos mas en jornales, que otros; y haya hecho pequenas caridades en la forma que lo hizo conmigo, como si fuera Jesucristo y Moises al mismo tiempo, pero no nos ha enganado. Usted pagaba los jornales para mantenernos fuera de los sindicatos, y la caridad lo hacia sentirse grande
Detras de ellos, el salon se estaba llenando con rapidez. Los taburetes del bar ya se estaban ocupando. Marcando un compas cada vez mas rapido, los dedos de Warren Trent tamborileaban sobre la barra tapizada de cuero. Cosa bastante curiosa…, la colera de unos momentos antes, lo habia abandonado. En su lugar habia ahora una firme resolucion: no titubear mas con respecto al segundo paso que habia considerado con anterioridad.
Levanto los ojos para mirar al hombre que durante treinta anos habia creido conocer, sin conocerlo en verdad.
– Tom, usted no sabra nunca como ni por que, pero la ultima cosa que ha hecho por mi, ha sido un favor. Ahora vayase… antes de que cambie de opinion y lo envie a la carcel.
Tom Earlshore se volvio, y sin mirar a derecha ni a izquierda, se marcho.
Pasando por el vestibulo, dirigiendose a la puerta sobre Carondelet Street, Warren Trent eludio con frialdad las miradas de los empleados que lo observaban. No estaba de humor para zalamerias, habiendose enterado esa manana de que la traicion usaba una sonrisa, y que la cordialidad podia ser el disfraz del desprecio. La aseveracion de que se reian de el, porque intentaba tratar bien a los empleados, lo habia herido profundamente, tanto mas cuanto que tenia un halo de verdad. «Bien -penso-, esperemos uno o dos dias. Veremos quien rie el ultimo.»
Cuando llego a la calle soleada y ajetreada, un hombre uniformado lo vio y se adelanto con deferencia.
– Consigame un taxi -pidio. Habia tenido la intencion de caminar una o dos manzanas, pero una aguda punzada de ciatica que habia sentido al bajar los escalones del hotel le hizo cambiar de idea.
El portero silbo, y desde el congestionado transito, un automovil se acerco a la acera. Warren Trent subio a el con dificultad, mientras el hombre sostenia la puerta abierta, llevandose luego la mano a la gorra, al cerrarla. El respeto era otro gesto vacio, suponia Warren Trent. Desde ahora, miraria con sospecha unas cuantas cosas que antes habia considerado de algun valor.
El taxi arranco, y consciente del examen del conductor a traves del espejo retrovisor, le ordeno:
– Lleveme a algunas manzanas mas adelante. Quiero un telefono…
– Hay muchos en el hotel, patron -informo el hombre.
– Eso no importa. Lleveme a un telefono. -No tenia deseos de explicar que la llamada que estaba por hacer era demasiado confidencial, como para arriesgarse a utilizar una linea del hotel.
El chofer se encogio de hombros. Despues de andar dos manzanas, dio vuelta por Canal Street, mirando una vez mas a su cliente por el espejo.
– Es un hermoso dia. Hay telefonos alli abajo, en el muelle.
Warren Trent asintio, contento de tener un momento mas de respiro.
El transito era menos intenso cuando cruzaron Tchoupitoulas Street. Un minuto despues, el taxi paraba en un estacionamiento frente al edificio del Port Commissioner. Habia una cabina telefonica a unos pasos.
Dio un dolar al chofer, dejandole el cambio. Luego, cuando iba a dirigirse a la cabina, cambio de idea y cruzo Eads Plaza, para detenerse frente al rio. El calor del mediodia lo penetraba desde arriba, y se colaba ascendiendo por los pies, con una sensacion de placer, desde la acera de cemento. El sol, amigo de los huesos de los viejos, penso.
Al otro lado de los ochocientos metros de ancho del Mississippi, Algiers, en la distante orilla, reverberaba bajo el sol. El rio estaba oloroso hoy, aun cuando eso no era extrano. El olor, la lentitud y el barro eran parte de los estados de animo del «Padre de las Aguas». Como la vida, penso, cieno y fango alrededor de uno, siempre igual.
Un barco de carga se deslizaba, rumbo al mar, su sirena ululando ante un convoy de barcazas. Las barcazas se hicieron a un lado; el carguero siguio adelante sin disminuir su velocidad. Pronto el barco cambiaria la soledad del rio por una soledad mayor, la del oceano. Se pregunto si los que estaban embarcados sabian eso, o si les importaba. Tal vez no. O quiza, como el mismo, habian llegado a saber que no habia un lugar en el mundo en que el hombre no estuviera solo.
Volvio sus pasos hacia la cabina telefonica, y cerro la puerta con cuidado.
– Una llamada a Washington, D. C. con carta de credito -informo al telefonista.
Pasaron algunos minutos, que incluyeron preguntas sobre la naturaleza de su negocio, antes de que lo conectaran con la persona que buscaba. Por ultimo, llego a la linea la voz prepotente y descortes del mas poderoso lider de los trabajadores del pais, y algunos decian, «del mas corrompido».
– Vamos, hable.
– Buenos dias -respondio Warren Trent-. Espero que no este almorzando.
– Tiene tres minutos -dijo la voz cortante-. Ya ha desperdiciado quince segundos.
– Hace algun tiempo, cuando nos conocimos, usted me hizo una proposicion. -Warren Trent hablo con rapidez.- Es posible que no lo recuerde…