Peter sonrio.

– Monsieur, estoy pensando en algo mas…

– ?Si?

– Usted creera que es presuntuoso decirlo -el joven chef vacilo-, pero creo que usted y yo, monsieur McDermott, con nuestras manos libres, podriamos hacer un exito de este hotel…

Aunque rio espontaneamente, fue una declaracion en la que Peter McDermott penso durante todo el trayecto hasta su oficina, en el entresuelo principal.

9

Un segundo despues de haber golpeado a la puerta de la habitacion 1410, Christine Francis se pregunto para que habia venido. Ayer, por supuesto, habia sido perfectamente natural que visitara a Albert Wells, despues de la gravedad de este la noche anterior, y de haberse visto, ella misma, complicada por las circunstancias. Pero ahora, mister Wells estaba bien cuidado, recobrandose, y de nuevo era un huesped mas entre el millar y medio de los que se alojaban en el hotel. En consecuencia, Christine se dijo que no habia ninguna razon para hacer una visita personal.

Sin embargo, habia algo en el viejo hombrecito que la atraia. Se pregunto si seria a causa de su aspecto paternal y quizas advirtiera en el algunos rasgos de su propio padre, a cuya perdida todavia no se habia acostumbrado despues de cinco largos anos. ?Pero no! La relacion con su padre habia sido de seguridad y confianza con el. Con Albert Wells, era ella quien se sentia protectora, como ayer, que habia querido protegerlo de su propia actitud y prefirio contratar a una enfermera privada.

O quiza, reflexiono Christine, en este momento se sintiera sola, deseando desechar su desagrado al saber que esta noche no se encontraria con Peter, como habian planeado. Y en cuanto a eso… ?Se trataria de un desagrado o de alguna emocion mas fuerte al descubrir que, en cambio, Peter estaria comiendo con Marsha Preyscott?

Si era sincera consigo misma, tendria que admitir que aquella manana habia estado disgustada, aunque esperaba haberlo disimulado bajo una sonrisa, y el comentario ligeramente mordaz que fue incapaz de reprimir. Hubiera sido un gran error mostrarse posesiva con respecto a Peter, o darle a la pequena miss Marsmahallow la satisfaccion de creer que habia logrado una victoria femenina, aun cuando, en realidad, asi fuera.

Todavia no habian respondido a su llamada. Recordando que la enfermera tendria que estar alli, Christine volvio a llamar, esta vez con mas fuerza. Se oyo el ruido de una silla y de pasos que se acercaban desde dentro.

La puerta se abrio y aparecio Albert Wells. Estaba completamente vestido. Parecia estar bien y habia color en su cara, que se ilumino cuando vio a Christine.

– Estaba deseando que viniera, miss. Si no venia, iba a ir a buscarla.

– Pense… -dijo ella sorprendida.

– Usted penso que me tendrian clavado aqui. -El hombre parecido a un pajaro reia.- Pues no lo lograron. Me senti bien, de manera que le pedi al medico del hotel que me enviara a ese especialista, el de Illinois, el doctor Uxbridge. Tiene mucho sentido comun; dijo que si la gente se siente bien, seguramente esta bien. De manera que despachamos la enfermera, y aqui estoy. -Se inclino:- Miss, entre.

La reaccion de Christine fue de alivio al pensar que habia terminado el considerable gasto de la enfermera particular. Sospechaba que el haberse enterado del costo, tendria mucho que ver con la decision que habia tomado Albert Wells.

– ?Habia llamado usted antes? -le pregunto, mientras la seguia dentro de la habitacion.

Ella admitio que si.

– Me parecio haber oido algo. Supongo que estaba distraido con esto.

Senalo la mesa proxima a la ventana. Sobre ella habia un grande e intrincado rompecabezas, cuyas dos terceras partes estaban ya completadas.

– O, quizas -agrego-, pense que era Bayley.

– ?Y quien es Bayley? -pregunto Christine con curiosidad.

– Si se queda un minuto lo conocera -afirmo el viejo, haciendo un guino-. Si no a el, a Barnum.

Ella movio la cabeza sin comprender. Caminando hacia la ventana, se inclino sobre el rompecabezas, observandolo. Habia bastantes piezas colocadas como para recorrer la escena descrita como «Nueva Orleans», la ciudad al atardecer, vista desde arriba, con el brillante rio cruzandola.

– Solia hacer esto. Mi padre me ayudaba.

– Hay algunos que opinan que no es un gran pasatiempo -observo Albert Wells, a su lado-, para una persona mayor. Por lo comun, trabajo en uno de esos rompecabezas cuando quiero pensar. Algunas veces descubro la pieza clave y la respuesta a lo que estoy pensando, al mismo tiempo.

– ?Una pieza clave? Nunca he oido eso.

– Es solo una idea mia, miss. Me parece que siempre hay una pieza clave para este y para casi todos los problemas que pueden plantearse. Algunas veces uno cree haberla encontrado, pero no es asi. Sin embargo, cuando se la halla, de pronto, todo se ve mas claro, incluso como se ajustan las otras piezas alrededor.

De pronto se oyo un golpe fuerte, autoritario. Los labios de Albert Wells formaron la palabra «Bayley».

Se sorprendio cuando se abrio la puerta y dejo ver a un botones del hotel, uniformado. Traia una coleccion de perchas con trajes sobre un hombro; al frente sostenia un traje de sarga azul, planchado, que por su corte pasado de moda pertenecia sin duda alguna a Albert Wells.

Con sorprendente rapidez, debida a la practica, el botones colgo el traje en el armario y volvio a la puerta donde el hombrecito estaba esperando. La mano izquierda del botones sostenia los trajes en el hombro; con ademan de automata, estiro la derecha con la palma hacia arriba.

– Ya le he dado propina -dijo Albert Wells. Sus ojos traicionaban su diversion-. Cuando recogieron el traje esta manana.

– No a mi, senor. -El botones sacudio la cabeza con decision.

– No a usted, pero si a su amigo. Es lo mismo.

– Yo no se nada de eso -replico estoico el botones.

– Quiere decir que el otro no la comparte con usted.

– No se de que esta hablando -la mano extendida habia bajado.

– ?Vamos, hombre! -Albert Wells reia sin disimulo-. Usted es Bayley. Le di la propina a Barnum.

Los ojos del botones se volvieron hacia Christine. Cuando la reconocio, una sombra de duda cruzo por su rostro. Luego sonrio con mansedumbre.

– Si, senor -reconocio, y salio cerrando la puerta tras de si.

– ?En nombre de Dios! ?De quien se trataba?

– ?Usted trabaja en un hotel -la interpelo riendo el hombrecito-, y no conoce el acomodo de Barnum y Bayley?

Christine nego con la cabeza.

– Es una cosa sencilla, miss. Los botones de hoteles trabajan por parejas, pero el hombre que se lleva el traje, nunca es el mismo que lo entrega de vuelta. Lo hacen asi para tener doble propina. Luego, juntan las propinas y las dividen.

– Lo entiendo -reconocio Christine-, pero nunca pense en ello.

– Tampoco la mayoria de los huespedes. Razon por la cual les cuesta el doble de propinas un mismo servicio. -Albert Wells se froto la nariz mientras reflexionaba.- Para mi es una especie de juego… ver en cuantos hoteles sucede lo mismo.

– ?Como lo descubrio usted? -le interrogo ella riendo.

– Un botones me lo dijo cierta vez… despues de hacerle saber que yo armaria un escandalo. Me dijo otra cosa. Usted sabe que en los hoteles con telefonos con disco, se puede llamar a las habitaciones desde ciertos aparatos, en forma directa. De manera que Bayley o Barnum, el que este de servicio ese dia, llamara a las habitaciones, en donde tiene que hacer las entregas. Si no hay respuesta, espera y llama mas tarde. Si contestan al telefono, es que hay alguien en la habitacion. Cortara la comunicacion sin decir una palabra. Luego, pocos minutos despues, entregara el traje y recogera una segunda propina.

– ?A usted no le gusta dar propinas, mister Wells?

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