– No tanto como eso, miss. Dar propinas es como la muerte; algo inexorable. De modo que, ?para que preocuparse? De todas maneras, le di una buena propina a Barnum esta manana… algo asi como pagar por adelantado la diversion que acabo de tener con Bayley. Lo que no me gusta es que me tomen por tonto.

– No creo que eso pase a menudo. -Christine comenzaba a sospechar que Albert Wells necesitaba mucha menos proteccion de la que al principio habia supuesto. Lo encontro, sin embargo, tan agradable como siempre.

– Eso puede ser -reconocio el-. Sin embargo, le dire una cosa. Hay peor conducta en este hotel que en la mayoria.

– ?Por que dice eso?

– Porque la mayor parte del tiempo tengo los ojos abiertos, miss, y hablo con la gente. Me dicen cosas que tal vez no se las digan a usted.

– ?Que tipo de cosas?

– Primero, muchas personas imaginan que pueden hacer cualquier cosa, sin cargar con las consecuencias. Supongo que eso ocurre porque no hay una buena administracion. Podria ser buena, pero no lo es, y tal vez ese sea el motivo por el cual mister Trent tiene problemas ahora.

– Es casi increible -dijo Christine-. Pero Peter McDermott me dijo exactamente lo mismo, con las mismas palabras. -Sus ojos inspeccionaron el rostro del hombrecito. Con toda su falta de verbosidad, parecia tener un instinto seguro para llegar a la verdad.

Albert Wells asintio.

– Ahi tenemos un joven listo. Hablamos ayer.

– ?Vino a verle Peter? -inquirio sorprendida.

– Si

– No lo sabia. -Pero ese era el tipo de cosas, penso Christine, que haria Peter McDcrmott: proseguir con eficiencia todo lo que le concerniera personalmente. Ya habia observado su capacidad para abarcar las cosas en conjunto, y sin omitir detalles.

– ?Usted se casara con el, miss?

La abrupta pregunta la sorprendio.

– ?Que le ha hecho pensar eso? -protesto. Pero, confundida, sintio que su cara se sonrojaba.

Albert Wells rio. Habia momentos, penso Christine, que tenia el aire de un diablillo travieso.

– Se me ocurrio por la forma en que acaba de pronunciar su nombre. Ademas, creo que ustedes dos deben verse a menudo, ya que trabajan aqui; y si el joven posee el sentido comun que le atribuyo, no tiene que buscar mucho mas.

– Mister Wells, ?usted es insoportable! Usted…, usted lee los pensamientos de la gente, y luego hace que una se sienta muy mal -pero la calidez de su sonrisa desmentia el regano-. Y, por favor, deje de llamarme miss. Mi nombre es Christine.

– Ese nombre tiene algo especial para mi. Era el de mi esposa.

– ?Era?

– Murio, Christine -asintio-, hace tanto que a veces pienso que el tiempo que estuvimos juntos, en realidad no existio. Ni los buenos momentos, ni los dificiles. Hubo bastante de ambos. Pero otras veces, de cuando en cuando, parece que todo sucedio ayer. Es entonces cuando lamento estar tan solo. No tuvimos hijos… -Se detuvo, pensativo.- Nunca se sabe cuanto se comparte con alguien, hasta que esa comunion termina. De manera que usted y ese joven… aferrense a todos los minutos que puedan. No pierdan mucho tiempo; nunca lo recuperaran.

– Ya le he dicho que no es mi novio -ella reia-, por lo menos, todavia no.

– Si hace las cosas bien, puede serlo.

– Quiza. -Sus ojos se fijaron en el rompecabezas, parcialmente completo. Dijo con lentitud:- Me pregunto si hay una pieza clave para todo… en la forma que usted lo dijo. Y cuando se la encuentra, si uno lo sabe con exactitud, o solo lo imagina y espera. -Luego, casi sin darse cuenta, se encontro haciendo una confidencia al hombrecito, relatando los sucesos del pasado: la tragedia de Wisconsin, su soledad, luego su venida a Nueva Orleans, los anos de adaptacion, y ahora, por primera vez, la posibilidad de una vida plena y fructifera. Tambien relato el fracaso de los planes para la noche y su desagrado por tal motivo.

– Las cosas se resuelven por si mismas, muchas veces -comento sesudamente Albert Wells, cuando Christine termino su relacion-. Otras, sin embargo, se necesita un empujoncito para hacer que la gente comience a moverse.

– ?Tiene alguna idea? -pregunto con vivacidad.

– Siendo mujer, usted sabra mucho mas que yo. Hay una cosa, sin embargo. Dadas las circunstancias, no me sorprenderia que ese joven la invitara manana.

– Podria ser -admitio Christine sonriendo.

– Entonces, contraiga otro compromiso usted, antes de que el la invite. La apreciara mas si tiene que esperar un dia.

– Tendre que inventar algo.

– Eso no sera necesario, salvo que usted lo desee. Yo iba a invitarla, de todos modos, miss…, excuseme, Christine. Me gustaria que comieramos, usted y yo…, una especie de retribucion por lo que hizo la otra noche. Si puede soportar la compania de un viejo, me agradaria ser el «sustituto».

– Me encantaria comer con usted -replico ella-, pero le prometo que no sera en calidad de sustituto, sino por usted mismo.

– ?Bien! -El hombrecito se inclino.- Creo que sera mejor que comamos en el hotel. Le dije al medico que no saldre por algunos dias.

Por un momento, Christine vacilo. Se preguntaba si Albert Wells sabia cuan altos eran los precios, por la noche, en el comedor principal del «St. Gregory». Aunque se hubieran terminado los gastos de la enfermera, no deseaba que se agotaran los fondos que le quedaban. De pronto penso en la forma de evitar que eso sucediera.

– El hotel me parece esplendido -le aseguro, dejando para despues el estudiar su idea-. Sin embargo, es una ocasion especial. Tiene que darme tiempo para ir a casa y cambiarme, y ponerme algo atrayente, de verdad. ?Que le parece manana por la noche… a las ocho?

En el piso decimocuarto, despues de dejar a Albert Wells, Christine advirtio que el ascensor numero cuatro estaba fuera de servicio. Observo que el trabajo de reparaciones se efectuaba tanto en las puertas como en el ascensor mismo.

Tomo otro ascensor para bajar al entresuelo principal.

10

El doctor Ingram, presidente de los odontologos, miro con colera a su visitante, en la suite del septimo piso.

– McDermott, si viene usted con idea de suavizar las cosas, le digo desde ahora que pierde el tiempo. ?Vino para eso?

– Si -admitio Peter-, desde luego.

– Por lo menos no miente -gruno el viejo.

– No hay razon para que lo haga. Soy empleado del hotel, doctor Ingram. Mientras trabaje aqui, tengo la obligacion de hacer lo mejor que pueda para el hotel.

– Y lo que sucedio con el doctor Nicholas, ?era lo mejor que podia usted hacer?

– No, senor. Creo que es lo peor que podiamos hacer. La circunstancia de que no tenga autoridad para cambiar los reglamentos del hotel, no lo mejora.

– Si en realidad piensa asi -le espeto el presidente de los odontologos-, tendria el coraje de renunciar y buscar trabajo en otra parte. Quiza, donde el sueldo fuera mas bajo, pero la etica mas alta.

Peter se sonrojo, controlandose para no dar una respuesta airada. Recordo que aquella manana, en el vestibulo, habia admirado al viejo dentista por su entereza. Nada habia cambiado desde entonces.

– ?Y pues? -los ojos alertas e inflexibles estaban fijos en los suyos.

– Suponga que hubiera renunciado; cualquiera que tomara mi puesto podria estar muy satisfecho con la forma

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