en que estan las cosas. Por lo menos, yo no lo estoy, y tratare de hacer lo que pueda para cambiar los reglamentos del hotel.
– ?Reglamentos! ?Racionalizacion! ?Malditas excusas! -La cara rubicunda del doctor se puso mas roja aun.- ?En mi epoca se esgrimian todas! ?Me asqueaban! ?Me sentia disgustado, avergonzado, y descompuesto con la raza humana!
Se hizo un silencio entre ellos.
– ?Muy bien! -La voz del doctor Ingram bajo de tono; su colera inmediata habia cedido.- Le concedo que usted no sea tan intolerante como otros, McDermott. Usted tiene un problema personal, y supongo que reganarlo no soluciona nada. Pero, ?no ve, hijo? La mayor parte de las veces la gente es razonable como usted y yo; pero luego se suma para que Jim Nicholas reciba el tratamiento que se le dio hoy.
– Lo comprendo, doctor. Aunque no creo que todo el asunto sea tan simple como usted lo pinta.
– Muchas cosas no son simples -gruno el viejo-. Ya oyo lo que le dije a Nicholas. Si no se le ofrece una disculpa y una habitacion sacare a toda la convencion del hotel.
– Doctor Ingram -dijo Peter con cautela-, ?no es corriente, acaso, que en sus convenciones se produzcan acontecimientos, discusiones medicas, demostraciones, ese tipo de cosas, que benefician a muchas personas?
– Naturalmente.
– Entonces, ?que se ganaria? Me refiero a que ganaria nadie si usted suprime la convencion. No me refiero al doctor Nicholas… -Guardo silencio, consciente de que se renovaba la hostilidad a medida que seguia hablando.
– No me venga con esas cosas -dijo el doctor Ingram en tono cortante-. Y atribuyame alguna inteligencia, como para haber pensado ya en eso.
– Lo lamento.
– Siempre hay razones para
– Doctor, eso es una hipotesis…
– ?No importa lo que sea! Le pregunto una cosa simple y directa.
Peter lo considero. En cuanto concernia al hotel, suponia que cualquier cosa que dijera, no influiria ahora en los resultados. ?Por que, entonces, no responder con sinceridad?
– Creo que haria exactamente lo que usted piensa hacer… Cancelar la convencion.
– ?Bien! -dando un paso hacia atras, el presidente lo miro, valorandolo-. Debajo de todo ese exterior hotelero hay un hombre honrado.
– Que muy pronto puede quedar sin empleo…
– ?Aferrese a ese traje negro, hijo! Puede obtener trabajo ayudando en los funerales. -Por primera vez, el doctor Ingram rio.- A pesar de todo, McDermott, usted me gusta. ?No tiene alguna muela que necesite arreglo?
Peter nego con la cabeza.
– Si no le importa, doctor, me gustaria conocer sus planes lo antes posible. -Habria que tomar medidas en seguida de confirmarse la cancelacion. La perdida para el hotel iba a ser desastrosa, como Royall Edwards habia dicho durante el almuerzo. Pero por lo menos, podrian suspenderse algunos preparativos para los dias siguientes.
– Usted ha sido franco conmigo; hare lo mismo con usted. He citado a los ejecutivos a una sesion de emergencia, a las cinco de la tarde -miro su reloj-, es decir, dentro de dos horas y media. La mayoria de nuestros principales colegas habra llegado para entonces.
– No dude de que me mantendre en contacto.
El doctor Ingram asintio. Habia vuelto a su mal humor.
– No se llame a engano por el momento de tregua que hemos tenido, McDermott. Nada ha cambiado desde esta manana, e intento dar un puntapie a su gente, donde mas le duela.
Sorprendentemente, Warren Trent reacciono casi con indiferencia cuando le informaron de que el Congreso de Odontologos Americanos podria suspender la convencion y marcharse del hotel como demostracion de protesta.
Peter McDermott habia ido, en seguida de dejar al doctor Ingram, al entresuelo principal, a la
Warren Trent estaba mucho menos tenso que en las ultimas ocasiones. Tranquilo, detras de su escritorio cubierto de marmol negro, en su suntuosa oficina, no demostraba nada de la irascibilidad tan notoria los dias anteriores. Hubo momentos, mientras escuchaba el informe de Peter, que una debil sonrisa jugaba por sus labios, aunque parecia tener poco que ver con los sucesos de que hablaban. Peter pensaba que era mas bien como si su patron saboreara algun placer oculto, solo conocido por el.
Al fin, el propietario del «St. Gregory» movio la cabeza, decidido.
– No se marcharan. Hablaran, si, pero ahi quedara todo.
– El doctor Ingram parecia muy resuelto.
– El podra estarlo; pero los otros, no. Usted dice que hay una reunion esta tarde. Le dire lo que va a pasar: discutiran un tiempo, luego se formara una comision para proyectar una resolucion. Mas tarde, tal vez manana, la comision informara a los ejecutivos. Estos pueden aceptar el informe o enmendarlo; en cualquiera de los dos casos, hablaran un poco mas. Despues, tal vez al dia siguiente, la resolucion se debatira en el piso de la convencion. Lo he visto antes, el gran proceso democratico. Todavia estaran hablando cuando la convencion haya terminado.
– Es posible que usted tenga razon -accedio Peter-. Si bien es un punto de vista bastante cinico.
Habia expresado su pensamiento con temeridad y se preparaba para una respuesta explosiva. No ocurrio.
– Tengo un criterio practico -refunfuno, en cambio, Warren Trent-, eso es. La gente hablara sobre los llamados principios hasta que se les seque la lengua. Pero no se pondran inconvenientes a si mismos, si pueden evitarlo.
– Podria ser mas facil todavia, si cambiaramos nuestra politica -alego Peter con terquedad-. No puedo creer que el doctor Nicholas, si lo admitimos, contamine el hotel.
– Podria ser que el, no. Pero lo haria la gentuza que vendria luego. Entonces tendriamos un verdadero problema.
– Tengo entendido que ya lo tenemos. -Peter sabia que estaba incurriendo en excesos verbales. Estaba especulando hasta donde podria llegar. Y se pregunto por que estaria hoy el propietario de tan buen humor.
Las patricias facciones de Warren Trent se plegaron con un gesto de sorna.
– Podemos haber tenido dificultades durante un tiempo. Dentro de uno o dos dias, eso ya no existira. -En forma abrupta, pregunto:- Curtis O'Keefe, ?esta todavia en el hotel?
– Creo que si. Si se hubiera marchado, ya me habria enterado.
– ?Bien! -La sonrisa subsistia.- Tengo una informacion que puede interesarle. Manana le dire a O'Keefe y a toda su cadena de hoteles que se tiren al lago Pontchartrain.
11
Desde su ventajoso lugar en el escritorio de jefe de botones, Herbie Chandler observo, sin ser visto, a los cuatro jovenes que entraron en el «St. Gregory» desde la calle. Faltaban unos minutos para las cuatro.
Reconocio a dos del grupo: a Lyle Dumaire y a Stanley Dixon, este ultimo protestando, mientras se dirigian hacia los ascensores. Pocos segundos despues habian desaparecido.
El dia anterior, Dixon le habia asegurado a Herbie, por telefono, que no se divulgaria la parte que habia desempenado el jefe de botones en el embrollo de la noche anterior. Pero Dixon, penso Herbie intranquilo, no era mas que uno de los cuatro. Era algo imprevisible como reaccionarian los otros, y hasta el mismo Dixon ante un interrogatorio con posibles amenazas. Lo mismo que durante las ultimas veinticuatro horas, el jefe de botones seguia abrigando creciente aprension.