esas declaraciones, ?que hara usted con ellas?
– Por mucho que desee utilizarlas de otra manera, tienen ustedes mi palabra de que nadie las vera; no saldran del hotel.
– ?Como sabemos que podemos confiar en usted?
– No pueden saberlo. Tendran que correr el riesgo.
Hubo un silencio en la habitacion; no se oia mas que el crujir de la silla y el apagado tecleteo de la maquina de escribir en la otra habitacion.
– Yo me arriesgo -exclamo de pronto Waloski-. Deme algo con que escribir.
– Creo que yo tambien lo hare -era Gladwin.
Lyle Dumaire asintio con resignacion.
– ?De manera que todo el mundo quiere escribir? -rezongo Dixon. Luego, se encogio de hombros-. ?Que puedo hacer? -Y dirigiendose a Peter, exclamo:- Quiero un lapicero de punta fina… Sienta a mi estilo.
Media hora despues Peter McDermott releyo, con mucho cuidado, las varias paginas que habia hojeado deprisa, antes de que los dos jovenes se marcharan.
Las cuatro versiones de los sucesos de la noche del lunes, si bien diferian en algunos detalles, estaban de acuerdo en los hechos esenciales. Todas ellas llenaban algunos claros en la informacion y las instrucciones de Peter con respecto a identificar a cualquiera del personal del hotel que estuviera comprometido, habian sido seguidas al pie de la letra.
El jefe de botones, Herbie Chandler, estaba firme e inequivocamente implicado.
12
La idea original, medio esbozada en la mente de Keycase Milne habia tomado forma.
Sin duda alguna, su instinto le decia que la aparicion de la duquesa de Croydon en el mismo momento en que el pasaba por el vestibulo, habia sido algo mas que una mera coincidencia. Era un favorable augurio, senalando un camino a cuyo termino estaban las brillantes joyas de la duquesa.
Admitia que la fabulosa coleccion de joyas no estuviera en su totalidad en Nueva Orleans. En sus viajes, como era sabido, la duquesa no llevaba mas que algunas piezas de su tesoro de A!adino. Aun asi, era casi seguro que el botin seria grande, y aunque algunas alhajas estarian bien guardadas en la caja fuerte del hotel, era indudable que habria algunas otras a mano.
La clave de la situacion, como siempre, estaba en la llave de la
Subio y bajo por los ascensores varias veces, eligiendo distintos ascensores para no llamar la atencion. Finalmente, encontrandose solo con un ascensorista, pregunto con indiferencia:
– ?Es cierto que el duque y la duquesa de Croydon estan alojados en el hotel?
– Si, senor.
– Supongo que el hotel tiene habitaciones especiales para huespedes como esos. -Keycase sonrio con afabilidad.- No como las nuestras, gente comun.
– Si, senor, el duque y la duquesa ocupan la
– ?Oh, si! ?Y en que piso esta?
– En el noveno.
Keycase, hablando consigo mismo, dijo que habia terminado con el punto uno, y dejo el ascensor en su propio piso, el octavo.
El punto dos era establecer el numero exacto de la habitacion. Resulto facil. Subio un piso por las escaleras de servicio; luego dio unos pasos mas. Las puertas dobles, forradas con cuero con las flores de lis doradas proclamaban la
Bajo al vestibulo una vez mas. En esta ocasion para dar un paseo aparentemente casual, y pasar por el escritorio de recepcion. Una inspeccion visual demostro que la 973-7, como la mayor parte de las habitaciones plebeyas, tenia una casilla corriente para el correo. Habia una llave en ella.
Seria un error pedir la llave en seguida. Keycase se sento para observar y esperar. La precaucion resulto acertada.
Despues de unos minutos de observacion se hizo obvio que el hotel estaba alerta. Comparado con el metodo normal y simple de entregar las llaves, los empleados hoy tomaban precauciones. A medida que los huespedes pedian las llaves, el empleado solicitaba el nombre. Luego controlaba la respuesta en la lista de registros. Era indudable que su golpe de esta madrugada habia sido denunciado, dando como resultado un aumento de precauciones.
Una fria punzada de miedo le recordo una consecuencia tambien previsible: la Policia de Nueva Orleans estaria ya alerta y dentro de algunas horas podrian estar buscando a Keycase Milne por el nombre. Cierto que, si habia de dar credito al matutino, las muertes ocasionadas por el automovil que habia atropellado y huido dos noches antes, todavia reclamaba la atencion de la mayor parte de la Policia. Pero era indudable que alguien en el Departamento de Policia encontraria tiempo para transmitir por teletipo al FBI. Una vez mas, recordando el terrible precio de un nuevo proceso, Keycase estuvo tentado de apostar a lo seguro, marcharse del hotel y huir. La irresolucion lo retuvo. Luego, tratando de dejar las dudas a un lado, se tranquilizo con el recuerdo de los augurios favorables de esa manana.
Despues de un tiempo, la espera resulto provechosa. Aparecio un empleado joven con cabellos claros y ondulados. Daba la impresion de inseguridad y por momentos parecia nervioso. Keycase presumio que era nuevo en su trabajo.
La presencia del joven proporcionaba una posible oportunidad, aun cuando utilizarla significaba un riesgo, razonaba Keycase para si, un disparo a ciegas. Pero quiza la oportunidad (como los otros dias) fuera un augurio en si misma. Resolvio aprovecharla, empleando una tecnica que habia usado antes.
Los preparativos le llevarian por lo menos una hora. Como ya habia pasado la mitad de la tarde, deberia terminarlos antes de que el joven cumpliera su horario. Deprisa, Keycase dejo el hotel. Se dirigio a la gran tienda «Maison Blanche», en Canal Street.
Utilizando su dinero con economia, Keycase compro algunos articulos poco costosos pero grandes (especialmente juguetes para ninos) y espero mientras cada uno era puesto en una caja o envuelto en un papel con el nombre de «Maison Blanche». Al fin, con los brazos llenos de paquetes que apenas podia sostener, dejo la tienda. Se detuvo una vez mas, en una floristeria, coronando sus compras con una planta de azalea florecida, despues de lo cual volvio al hotel.
En la entrada por Carondelet Street un portero uniformado se apresuro a abrir la puerta. El hombre sonrio al ver a Keycase, casi oculto detras de sus paquetes y florida azalea.
Dentro del hotel, Keycase vago, ostensiblemente inspeccionando una serie de vitrinas, pero en realidad esperando que sucedieran dos cosas. Una era que se reunieran varias personas en el mostrador de la recepcion; la segunda que reapareciera el joven que habia visto antes. Las dos cosas sucedieron casi en seguida.
Tenso, y con el corazon saltando en el pecho, Keycase se acerco al mostrador de la recepcion.
Era el tercero en la fila frente al joven de cabello rubio y ondulado. Un momento despues no habia mas que una mujer de mediana edad delante de el que se llevo su llave despues de identificarse. Luego, cuando ya estaba por retirarse, la mujer recordo una queja concerniente a una correspondencia vuelta a mandar al hotel. Sus preguntas parecian interminables; las respuestas del joven empleado, inseguras. Impaciente, Keycase advertia que el nucleo de gente en el mostrador estaba disminuyendo. Ya estaba libre uno de los otros empleados, y miro hacia donde el se hallaba. Keycase evito sus ojos, rogando en silencio que el dialogo terminara de una vez.
Por fin la mujer se marcho. El joven empleado se volvio a Keycase; luego, como habia hecho el portero, sonrio involuntariamente ante la profusion de paquetes con la azalea encima.
Hablando con acritud, Keycase utilizo una frase ya ensayada.
– Estoy seguro que es muy comico. Pero si no es mucho pedirle, ?quiere darme la llave 973?
El joven enrojecio, la sonrisa se desvanecio en seguida:
– Desde luego, senor -confundido, como habia sido el proposito de Keycase, el hombre giro y tomo la llave de su lugar.