de devolucion de llaves perdidas. La miniatura mostraba el numero de una matricula de Luisiana.
Sosteniendo las llaves bien a la vista, Keycase se apresuro a correr tras la mujer, que estaba abandonando la tienda. Si lo habian observado un momento antes, era obvio que ahora se daba prisa para devolverlas a su propietaria. Pero al llegar al conglomerado de peatones en Canal Street, cerro la mano y se puso las llaves en el bolsillo.
La mujer todavia estaba a la vista. Keycase la siguio a prudente distancia. Despues de caminar dos manzanas, cruzo Canal Street y entro en un salon de belleza. Desde fuera, Keycase la vio acercarse a una recepcionista que consulto su cuaderno, despues de lo cual, la mujer tomo asiento para esperar. Con una sensacion de exaltacion Keycase se dirigio a un telefono.
La llamada telefonica local establecio que la informacion que buscaba la podia obtener en la capital del Estado, en Baton Rouge. Keycase hizo otra llamada de conferencia, preguntando por la Division de Automoviles. El telefonista que respondiera supo en seguida con quien ponerle en comunicacion.
Sosteniendo las llaves, Keycase leyo el numero de la licencia que habia en la matricula miniatura. Un empleado cansado le informo que el coche estaba registrado a nombre de F. R. Drummond, cuyo domicilio estaba en el distrito de Lakeview de Nueva Orleans.
En Luisiana, como en otros Estados y territorios de America del Norte, el conocimiento de la propiedad de los vehiculos automoviles era un asunto de registro publico obtenible, en casi todos los casos, sin mas esfuerzo que una llamada telefonica. Era un procedimiento que Keycase habia utilizado antes con ventaja.
Hizo otra llamada, marcando el numero de F. R. Drummond. Como habia esperado, despues de sonar prolongadamente, no hubo respuesta.
Era necesario andar ligero. Keycase calculo que tenia una hora, tal vez un poco mas. Llamo un taxi, que lo llevo deprisa a donde tenia estacionado su coche. Desde alli, con la ayuda de un mapa de calles, llego a Lakeview, localizando sin dificultad la direccion que tenia anotada.
Inspecciono la casa desde media manzana de distancia. Era una residencia bien cuidada de dos pisos con garaje para dos coches y un espacioso jardin. La entrada estaba protegida por un gran cipres, que ocultaba la vista de las casas vecinas, a ambos lados.
Keycase condujo su coche audazmente debajo del arbol y camino hasta la puerta. Se abrio con facilidad con la primera llave que probo.
Dentro, la casa estaba en silencio. Llamo en voz alta.
– ?Hay alguien en la casa?
Si hubieran respondido, tenia preparada una excusa diciendo que la puerta estaba entreabierta, y que habia equivocado la direccion. No hubo respuesta.
Reviso el piso principal con rapidez, y luego subio las escaleras. Habia cuatro dormitorios, todos ocupados. En el armario del mas grande encontro dos bolsos de piel. Los saco. Otro armario tenia maletas. Keycase eligio una grande y metio alli los abrigos. En el cajon de un tocador encontro un joyero que vacio en la maleta, y agrego una maquina fotografica, unos prismaticos y una radio portatil. Cerro la maleta y la llevo abajo; luego la volvio a abrir para agregar una fuente y una bandeja de plata. En una mano llevo el magnetofono que vio en el ultimo momento, y la maleta grande en la otra.
En total, Keycase habia estado dentro de la casa solo diez minutos. Metio la maleta y el magnetofono en el portaequipajes de su coche y partio. Una hora despues habia ocultado su robo en la habitacion del motel de la carretera de Chef Menteur, habia estacionado su coche otra vez en un lugar del centro, y caminaba garboso hacia el «St. Gregory Hotel».
De camino, con un destello de humor, echo las llaves en un buzon, como se indicaba en la matricula en miniatura. Sin duda alguna, la organizacion de veteranos tullidos cumpliria con su cometido, y las devolveria a su duena.
Keycase calculaba que el inesperado botin le reportaria cerca de mil dolares.
Tomo cafe y un sandwich en la cafeteria del «St. Gregory»; luego, se fue caminando hasta el cerrajero de Irish Channel. El duplicado de la llave de la
Al volver, vio el sol brillando benevolo, desde un cielo sin nubes. Eso, y el imprevisto botin de la manana, eran sin duda buenos augurios y presagios de exito para la mision principal que tenia prevista para pronto. Keycase encontro que habia recobrado su vieja seguridad, mas una conviccion de invencibilidad.
11
Por toda la ciudad, en pausado alborozo, las campanas de Nueva Orleans anunciaban las doce del dia. Su melodia en contrapunto, llegaba a traves de las ventanas del noveno piso (hermeticas, en razon del aire acondicionado) de la
– ?Tan temprano…? El dia mas largo que recuerdo haber vivido…
– En algun momento terminara. -Desde un sofa (donde habia tratado, sin exito, de concentrarse en los
– ?Por el amor de Dios! ?Acaso no podria telefonear ese individuo? -El duque se paseaba por la sala, agitado, de un lado a otro, como lo habia hecho desde la manana temprano.
– Quedamos en que no nos comunicariamos -le recordo la duquesa, todavia con suavidad-. Es mucho mas seguro asi. Ademas, si el coche permanece oculto durante el dia, como esperamos, es muy probable que el tambien lo este.
El duque de Croydon examino un mapa de carreteras «Esso», como ya lo hiciera innumerables veces. Con el dedo trazo un circulo alrededor del area de Macon en Mississippi. Hablando a medias consigo mismo, dijo:
– ?Todavia esta tan cerca, tan infernalmente cerca…! ? Y todo el dia de hoy… esperando… esperando! - Apartandose del mapa, continuo:- El hombre podria ser descubierto.
– Es evidente que no lo ha sido, porque ya estariamos enterados de una forma u otra. -Al lado de la duquesa habia un ejemplar del vespertino
– Anoche solo dispuso de pocas horas para conducir el coche -continuo la duquesa, como para tranquilizarse-. Esta noche sera diferente. Puede seguir en cuanto oscurezca, y para manana a la noche ya estara a salvo.
– ?A salvo! -Su marido volvio con lentitud a su bebida.- Supongo que lo sensato es pensar asi. Y no en lo que sucedio. En esa mujer y en esa nina… Hicieron fotografias; supongo que las viste.
– Ya hemos pensado en eso. No traera ningun beneficio volver sobre lo mismo.
El parecio no haberla oido.
– El funeral es hoy… esta tarde… por lo menos, podriamos ir.
– No puedes hacerlo, y sabes que no lo haras.
Hubo un pesado silencio en la elegante y espaciosa habitacion.
Se quebro, de pronto, por la campanilla del telefono. Se miraron. Ninguno de los dos intento responder. Los musculos del rostro del duque se plegaban espasmodicamente.
La campanilla sono otra vez, luego callo. A traves de las puertas intermedias, oyeron la voz del secretario, indiferente, que respondia desde una extension telefonica.
Un momento despues, el secretario golpeo la puerta y entro en actitud deferente. Miro hacia el duque.