asientos) en lugar de dos. Algunos expertos, conocidos por su rapidez de pies y manos, podrian atender a cuatro. Habria ligeras protestas aunque no muchas. Los camareros de la convencion eran, en general, personal independiente, llamado por cualquier hotel cuando se necesitaba. El trabajo producia dinero extra. Una paga de cuatro dolares por tres horas de trabajo en dos mesas; cada mesa extra importaria un cincuenta por ciento mas. Las propinas, que se agregaban a la cuenta de la convencion mediante arreglos previos, duplicaria toda la cantidad. Los hombres de pies ligeros volverian a su casa con dieciseis dolares; con suerte, tambien podrian haber ganado eso mismo a la hora del almuerzo o desayuno.
Una mesa rodante, con tres pavos recien cocinados, estaba ya saliendo de un ascensor de servicio. Los cocineros del recinto de preparacion cayeron sobre ellos. El ayudante del cocinero que los habia traido, volvio en busca de otros.
El despacho de mensajes por el
En medio de la agitacion, una anomalia.
El camarero informa al encargado, el encargado al
–
Una carcajada broto del grupo de sudorosos cocineros.
Pero el requerimiento habia observado el protocolo con correccion, como lo sabia Peter. Solo el
– Puede ser satisfecho -replico Andre Lemieux con una sonrisa-, pero sirvalo el ultimo en su mesa.
Eso tambien era una vieja practica en las cocinas. Como cuestion de relaciones publicas, la mayoria de los hoteles cambiarian un plato, si se pedia una alteracion del menu, aunque el sustituto fuera mas caro. Pero en forma invariable, como en este caso, el individualista deberia esperar hasta que todos sus companeros de mesa hubieran comenzado a comer. Una precaucion contra otros que pudieran sentirse inspirados en la misma idea.
Ahora la fila de camareros ante el mostrador de servicio, estaba disminuyendo. En el Gran Salon ya se habia servido el plato principal a la mayoria de los asistentes incluyendo a los ultimos en llegar. Los ayudantes comenzaban a regresar del comedor con los platos utilizados. Se tenia la sensacion de una crisis superada. Andre Lemieux abandono su lugar entre los servidores, y miro inquisitivamente al
Este ultimo, delgado como un palillo, diriase que no probaba los productos que elaboraba. Hizo un circulo con los dedos pulgar e indice.
– Todo listo para ser servido,
– Monsieur, parece que hemos dominado la situacion -comento Andre Lemieux, reuniendose a Peter.
– Diria que ha hecho usted mucho mas. Estoy impresionado.
– Lo que usted ha visto ha estado bien. Pero eso solo es una parte de la tarea -dijo el joven frances con un encogimiento de hombros-. En otras partes no parecemos tan eficientes. Excuseme, monsieur. -Se alejo.
El postre era
Ahora los camareros estaban alineados ante las puertas de servicio. El
Andre Lemieux inspeccionaba la fila.
A la entrada del Gran Salon, el
Cuando Andre Lemieux hizo un gesto afirmativo, el brazo del
Los cocineros con las bujias, recorrieron las filas de bandejas, encendiendolas. Las dobles puertas de servicio abiertas y sujetadas. Fuera, un electricista disminuyo la iluminacion; la musica de una orquesta se fue apagando hasta callar por completo. Entre los asistentes del Salon, ceso el rumor de las conversaciones.
De improviso, un reflector, por encima de los concurrentes, se encendio, enmarcando e iluminando la puerta de la cocina. Se produjo un instante de silencio, y luego se escucho una fanfarria de trompetas. Cuando termino, la orquesta y un organo rompieron juntos, en un
Peter McDermott se dirigio al Gran Salon para ver mejor. Podia contemplar la inesperada y compacta cantidad de comensales, y todo el Gran Salon apretadamente concurrido.
Andre Lemieux habia venido, y se coloco al lado de Peter.
– Se acabo por esta noche, monsieur. Salvo que, quiza, desee tomar un conac. En la cocina tengo un poco.
– No, gracias -replico Peter sonriendo-. Ha sido un buen espectaculo. ?Le felicito!
– Buenas noches, monsieur -saludo el sub-chef, mientras Peter se volvia para alejarse-. Y no lo olvide.
– ?Olvidar que? -inquirio Peter, deteniendose, intrigado.
– Lo que ya le he dicho. El hotel de gran categoria que usted y yo podriamos hacer.
Entre divertido y caviloso, Peter se dirigio por entre las mesas del banquete hacia la puerta exterior del Gran Salon.
Habia recorrido casi todo el espacio, cuando advirtio algo fuera de lugar. Se detuvo mirando alrededor, sin saber a ciencia cierta de que se trataba. De pronto lo comprendio. El doctor Ingram, el bravo y pequeno presidente del Congreso de Odontologos, debia de haber estado presidiendo este acto, uno de los principales de la convencion. Pero el medico no se encontraba en el puesto que le correspondia, ni en ningun otro de la larga mesa de cabecera.
Varios delegados, por encima de las mesas, saludaban a sus amigos, que se encontraban en otros sectores del banquete. Un hombre, con un audifono auxiliar para su sordera, se detuvo al lado de Peter.
– Buena concurrencia, ?eh?