pasara. Cuando vio que el automovil no lo hacia, volvio a su velocidad original, sin preocuparse.

Pocos kilometros mas adelante advirtio que los coches que circulaban por los canales que se dirigian hacia el Norte, disminuian el ritmo de la marcha. Las luces posteriores de frenado de los otros vehiculos, se encendian. Corriendose hacia la izquierda pudo ver lo.que parecia ser un grupo de faros, y que los dos canales hacia el Norte se confundian en uno solo. La escena tenia las caracteristicas normales de cualquier accidente en la ruta.

Entonces, de repente, despues de dar vuelta a una curva, vio la verdadera razon de la lentitud. Dos filas de coches de Policia de carretera de Tennessee, con las luces rojas en los techos, destellando intermitentemente, estaban colocados a ambos lados de la carretera. Una barrera iluminada estaba cruzada en el camino central. En el mismo instante, el coche que lo habia estado siguiendo, encendio una senal luminosa propia del tipo policial.

Mientras el «Jaguar» aminoraba la marcha y se detenia, agentes estatales, con los revolveres desenfundados, corrieron hacia el.

Temblando, Ogilvie levanto las manos sobre la cabeza.

Un rudo sargento abrio la puerta del coche.

– Mantenga las manos donde estan -le ordeno-, y salga despacio. Esta arrestado.

17

– ?Fijese! -exclamo Christine Francis-, lo esta haciendo otra vez. En ambas ocasiones, cuando le estaban sirviendo el cafe, usted ha rodeado la taza con sus manos, como si le proporcionara una especie de consuelo.

– Usted advierte mas cosas que la mayoria de la gente -replico Albert Wells, desde el otro lado de la mesa, dirigiendole su jovial sonrisa de gorrion.

Esta noche parecia fragil, otra vez. Algo de la palidez de su rostro y, de vez en cuando, durante el transcurso de la noche lo habia molestado una tos bronquial, sin llegar a afectarlo en su alegria. Lo que necesita, reflexiono Christine, es alguien que lo cuide.

Estaban en el comedor principal del «St. Gregory». Desde su llegada, hacia mas de una hora, la mayoria de los otros comensales se habian retirado, aunque algunos pocos se retrasaban saboreando el cafe y los licores. A pesar de que el hotel estaba completo, la concurrencia en el comedor habia sido algo escasa esa noche.

Max, el maitre, llego discretamente a la mesa.

– ?Desearia algo mas, senor?

Albert Wells miro a Christine, quien hizo un gesto negativo.

– Me parece que no. Cuando quiera, puede traer la cuenta.

– Desde luego, senor. -Max se inclino ante Christine, asegurandole con su mirada que no habia olvidado el arreglo de la manana.

– Acerca del cafe… -prosiguio el hombrecito cuando se hubo retirado el maitre-, cuando se explora en busca de minas en el Norte, nunca debe desperdiciarse nada, si se quiere sobrevivir, ni siquiera el calor de la taza de cafe que se esta tomando. Es un habito que se adquiere. Podria perder la costumbre, me imagino, aunque hay cosas que siempre es bueno recordar de vez en cuando.

– ?Porque aquellos fueron buenos tiempos, o porque la vida es mejor ahora?

– Supongo que algo de ambos.

– Usted me conto que habia sido minero. Pero no sabia que tambien hubiera explorado minas.

– Muchas veces se es lo uno y lo otro. En especial, en la region del Canadian Shield, esto es, en los territorios del Noroeste, Christine, cerca de los confines del Canada. Cuando se esta alla solo, en la tundra (en el desierto artico, como le llaman) se hace de todo, desde clavar estacas reclamando pertenencias, hasta quedarse congelado en las tierras heladas. La mayoria de las veces, si no lo haces, no hay ningun otro que lo haga por ti.

– Cuando usted exploraba, ?que era lo que buscaba?

– Uranio, cobalto. Casi siempre oro.

– ?Descubrio algo? Me refiero al oro.

– Mucho -asintio-. Alrededor de Yellowknife, en Great Slave Lake. Se hicieron descubrimientos alli, desde 1890 hasta una estampida que se produjo en 1945. Sin embargo, la region era aspera e inhospita para explotarla y extraer el oro.

– Debe de haber sido una vida muy dura -comento Christine.

El hombrecillo tosio, despues tomo un sorbo de agua, sonriendo como si se disculpara.

– Era mas dura en aquel entonces. Al mas minimo descuido, el Canadian Shield lo mataba a uno. -Miro alrededor del comedor, agradablemente decorado, iluminado con candelabros de cristal.- Desde aqui, parece algo muy lejano.

– Usted dice que la mayoria de las veces era demasiado dificil para extraer el oro. ?No lo fue siempre?

– No siempre. Algunos fueron mas afortunados que otros, aunque hasta para ellos las cosas anduvieron mal. Tal vez se debiera en parte, a que tanto el Shield como las Barren Lands producian efectos extranos en la gente. Algunos que se creian que eran fuertes (y no solo fisicamente) resultaban debiles. Y descubria que otros a quienes hubieran confiado la vida, eran indignos. Tambien sucedia lo contrario. Recuerdo que una vez… -Se detuvo cuando el mattre coloco sobre la mesa una pequena bandeja con la cuenta.

– Continue -le urgio ella.

– Es una larga historia, Christine -volvio los ojos hacia la cuenta, observandola.

– Me gustaria escucharla -insistio Christine, y era verdad. A medida que transcurria el tiempo, penso, el modesto hombrecito le gustaba mas.

Levanto la mirada y parecio que apuntaba algo divertido en sus ojos. Miro a traves del salon al maitre, y despues otra vez a Christine. De pronto saco un lapiz y firmo la cuenta.

– Fue en 1936 -comenzo Albert Wells-, mas o menos en la epoca en que empezo una de las ultimas afluencias al Yellow-knife. Lo estaba explorando en las proximidades de la ribera del Great Slave Lake. En aquel entonces tenia un socio. Se llamaba Hymie Eckstein. Hymie habia venido de Ohio. Habia estado en el negocio del vestido, de vendedor de coches usados, y otra cantidad de cosas, imagino. Era emprendedor y muy conservador. Pero tenia una habilidad especial para gustar a la gente. Creo que usted lo llamaria encanto. Cuando llego a Yellowknife, tenia poco dinero. Yo estaba sin un centimo. Hymie se hizo cargo del sustento de ambos.

Albert Wells tomo un sorbo de agua, pensativo.

– Hymie jamas habia visto una raqueta para caminar en la nieve; no habia oido hablar de la tierra helada; no sabia distinguir el esquisto del cuarzo. Desde el comienzo, sin embargo, nos llevamos bien. Y salimos adelante.

«Habiamos estado fuera un mes, tal vez dos. Entonces, un dia, cerca de la boca del Yellowknife River, nos detuvimos para liar unos cigarrillos. Sentados alli, a la manera que lo hacen los exploradores, me puse a desmenuzar unos terrones ferruginosos, esto es, Christine, piedras oxidadas, y deslice unos pedazos en mis bolsillos. Mas tarde, a la orilla del lago, zarandee los pedruscos. Casi muero de la impresion cuando vi en la criba unas buenas pepitas de oro.

– Cuando eso ocurre en la realidad -comento Christine-, debe de ser una de las cosas mas emocionantes del mundo.

– Tal vez haya otras cosas mas emocionantes. Si las hay, jamas las he encontrado en mi camino. Bien, volvimos corriendo al sitio en que habiamos encontrado las piedras, y lo cubrimos con musgo. Dos dias despues descubrimos que el terreno ya habia sido acotado. Creo que fue el golpe mas terrible que jamas habiamos sufrido. Resulto que un explorador de Toronto habia puesto las estacas. Se habia ido el ano anterior, volviendose al Este, sin saber lo que poseia. Bajo la ley de los Territorios, si no se trabaja la pertenencia, los derechos caducan un ano despues de haber sido registrados.

– ?Cuanto tiempo habia pasado?

– Nosotros hicimos nuestro descubrimiento en junio. Si las cosas permanecian tal como estaban, la tierra quedaria disponible el ultimo dia de septiembre.

– ?No podian callarse y esperar?

– Tratabamos de hacerlo. Salvo que no fue tan facil. Por una parte, el descubrimiento que habiamos hecho estaba relacionado con una mina explotable, y ademas debiamos tener en cuenta otros exploradores, como nosotros mismos, trabajando en esa region. Por otra parte, Hymie y yo nos habiamos quedado sin dinero ni

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