alimentos.

Albert Wells hizo una sena a un camarero que pasaba. -Creo que, despues de todo, tomare mas cafe -dijo, y luego, le pregunto a Christine-: ?Y usted?

– No, gracias -respondio-. No se detenga. Quiero conocer el resto. -Que extrano, penso ella, que esa clase de aventuras epicas con las que la gente suena, le hubiera ocurrido a alguien aparentemente tan insignificante como el hombrecillo de Montreal.

– Bien, Christine, creo que los tres meses siguientes fueron los mas largos que hayan podido vivir dos hombres. Quiza los mas rudos. A duras penas pudimos subsistir. Algo de pescado; algunas plantas. Al final, estaba yo mas delgado que un mimbre y mis piernas se habian puesto negras por el escorbuto. Tuve bronquitis y flebitis. Hymie, apenas se mantuvo un poco mejor, pero nunca se quejaba y por eso me gustaba aun mas. Le sirvieron el cafe, y Christine espero.

– Por fin llego el ultimo dia de septiembre. Habiamos oido en Yellowknife que cuando el derecho de la primera pertenencia caducaba, otros trataban de instalarse alli, de manera que no quisimos arriesgarnos. Teniamos nuestras estacas listas. Inmediatamente despues de la media noche las plantamos. Recuerdo que era una noche renegrida como un pozo, nevaba mucho y soplaba un viento terrible.

Sus manos cineron la taza de cafe, como habia hecho antes. -Y nada mas. Porque despues la Naturaleza se encargo del resto, y lo primero que recuerdo con claridad es el de estar en un hospital, en Edmonton, a mil seiscientos kilometros de distancia de donde plantamos las estacas. Me entere despues, que Hymie me saco, del Shield, aunque no se como lo logro; y un piloto con una avioneta me llevo hacia el Sur. Muchas veces, incluso en el hospital, me dieron por muerto. No mori. Si bien cuando descubri las cosas, hubiera querido que asi fuera. -Se detuvo para beber el cafe.

– ?La pertenencia no era legal?

– La pertenencia estaba bien. El inconveniente era Hymie. -Albert Wells se golpeo la nariz de pico de gorrion, reflexionando.- Tal vez tuviera que retroceder un poco en el relato. Mientras esperabamos que llegara nuestra hora en el Shield, habiamos firmado dos escrituras de venta. Cada uno de nosotros (en el papel) entregaba al otro la mitad de la propiedad.

– ?Por que hicieron eso?

– Fue idea de Hymie, para el caso de que uno de nosotros no sobreviviera. Si eso sucedia, el sobreviviente guardaria el papel demostrando que toda la propiedad era suya, y romperia el del otro. Hymie dijo que evitaria muchos enredos legales. En aquel momento parecia sensato. Las escrituras estipulaban que, en caso de que los dos sobrevivieramos, las transferencias reciprocas serian destruidas.

– De manera que mientras usted estuvo en el hospital… -interrumpio Christine.

– Hymie tomo ambos papeles y registro el suyo. Para cuando yo estuve en condiciones de interesarme, Hymie tenia la totalidad del titulo, y ya estaba trabajando con maquinaria y personal adecuados. Descubri que habia habido una oferta de un cuarto de millon de dolares de una de las mayores companias de fundiciones, y que habia otros interesados.

– ?Usted no podia hacer nada?

– Me imagino que me sentia vencido antes de empezar. De todas maneras, tan pronto sali del hospital, pedi dinero prestado para llegar al Norte.

Albert Wells se detuvo y con una mano saludo a alguien a traves del comedor. Christine miro, y vio a Peter McDermott que se acercaba a la mesa. Se habia preguntado si Peter recordaria su sugerencia de reunirse con ellos despues de cenar. Verlo le produjo una deliciosa sensacion. Al punto advirtio que Peter estaba abatido.

El hombrecito saludo a Peter con afecto, y un camarero se apresuro a acercar una silla.

– Temo haber acabado un poco tarde. Han sucedido algunas cosas. -Peter se dejo caer en la silla con placer. Penso que lo que habia dicho era un monumento a la inconsciencia.

Esperando que despues tendria alguna oportunidad de hablar en privado con Peter, Christine le comento:

– Mister Wells me ha estado relatando una historia maravillosa. Debo oir el final.

– Continue, mister Wells. Sera como haber llegado a una representacion cinematografica, cuando ya ha empezado. Despues me enterare del principio -exclamo Peter bebiendo el cafe que le habia traido el camarero.

El hombrecito sonrio, mirando sus manos nudosas y asperas.

– No hay mucho mas que decir, si bien lo que queda es un poco enredado. Fui hacia el Norte y encontre a Hymie en Yellow-knife, en lo que pasa por ser un hotel. Le dije cuanta cosa mala me vino a la boca. Durante todo el tiempo el tenia una amplia sonrisa, lo que me enfurecia, hasta que me senti con ganas de matarlo alli mismo. Sin embargo, no lo hubiera hecho. Hymie me conocia lo bastante para saberlo.

– Debe haber sido un hombre odioso -interrumpio Christine.

– Creo que si. Solo que, cuando me tranquilice, Hymie me pidio que lo acompanara. Fuimos a ver a un abogado, y alli, con los papeles listos, me devolvio mi parte, completa… en realidad, mejorada, porque Hymie no habia tomado nada para si, por el trabajo que habia realizado durante los meses que yo estuve ausente.

– No comprendo. Porque… -Christine estaba aturdida.

– Hymie se explico. Dijo que desde el comienzo sabia que se presentarian muchas cuestiones legales, papeles que firmar, especialmente si no vendiamos y seguiamos trabajando la pertenencia, sabiendo que eso era lo que yo queria. Hubo prestamos de Bancos para maquinaria y jornales, y todo lo demas. Conmigo en el hospital, y la mayor parte del tiempo inconsciente, no hubiera podido hacer nada… con mi nombre en el titulo de propiedad. De manera que Hymie utilizo mi escritura de venta y siguio adelante. Siempre penso en devolverme mi parte. Lo unico que pasaba era que no le gustaba mucho escribir, y jamas me lo hizo saber. Desde el comienzo, sin embargo, habia arreglado las cosas legalmente. Si el hubiera muerto, yo quedaria con su parte y la mia.

Peter McDermott y Christine se miraron a traves de la mesa.

– Despues -siguio diciendo Albert Wells-, hice la misma cosa con mi mitad, un testamento para que todo pasara a Hymie.

Teniamos hecho un arreglo mutuo con respecto a esa mina, hasta el dia en que Hymie murio, hace cinco anos. Creo que el episodio me enseno algo importante: cuando uno tiene fe en alguien, no debe apresurarse a cambiar de opinion.

– ?Y la mina? -pregunto Peter McDermott.

– Bien, procedimos con acierto al rehusar las ofertas de compra, y resulto que al fin teniamos razon. Hymie la dirigio unos cuantos anos. Todavia sigue produciendo… Es una de las minas que mas produce en el Norte. De vez en cuando voy a echar un vistazo, en recuerdo de los viejos tiempos.

– ?Usted… usted… es propietario de una mina de oro?

Casi sin poder hablar, con la boca abierta, Christine quedo mirando al hombrecito.

– Si, y de algunas otras cosas mas -asintio jovialmente Albert Wells.

– Si me perdona la curiosidad -se excuso Peter McDermott-, ?que otras cosas?

– No me acuerdo de todas. -El hombrecito se movio con expresion timida en su silla.- Hay un par de periodicos, algunos barcos, una compania de seguros, edificios y otras menudencias. Compre una cadena de mercados el ano pasado. Me gustan las cosas modernas. Mantienen vivo mi interes.

– Si, me imagino que asi deberia ser -replico Peter.

Albert Wells se sonrio con picardia.

– En realidad, hay algo que no iba a decirles hasta manana, pero bien puedo hacerlo ahora. Acabo de comprar este hotel.

18

– Esos son los caballeros, mister McDermott.

Max, el maitre, senalo el otro extremo del vestibulo, donde dos hombres (uno de ellos el detective de la Policia, capitan Yolles) estaban esperando tranquilamente al lado del mostrador de periodicos.

Momentos antes, Max habia llamado a Peter mientras permanecia sentado a la mesa del comedor con Christine, aturdido por completo y en silencio, ante el anuncio de Albert Wells. Ambos, Christine y el mismo,

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