bandeja de cobre, junto a una licorera y unas copas de plata. La pared de detras del escritorio estaba cubierta de anaqueles.

– No imaginaba que los abades vivieran tan bien -comento Mark.

– Pues si, como ves tienen su propia vivienda. Antano, el abad convivia con sus hermanos, pero hace siglos, cuando la Corona empezo a gravar sus propiedades, idearon la estratagema de entregar al abad sus propias rentas, legalmente separadas. Ahora los abades viven a lo grande, y dejan la mayor parte de las responsabilidades cotidianas en manos de los priores.

– ?Por que el rey no cambia la ley para poder gravar los bienes de los abades?

Me encogi de hombros.

– En el pasado, los monarcas necesitaban el apoyo de los abades en la Camara de los Lores. Ahora… Bueno, dentro de poco eso ya no importara.

– Entonces, quien realmente dirige el monasterio es ese bruto escoces…

– Un autentico botarate, en efecto… -dije rodeando el escritorio para echar un vistazo a los anaqueles, en los que descubri una coleccion impresa de estatutos ingleses-. Disfruta maltratando a ese novicio.

– Ese muchacho parece enfermo.

– Si. Me gustaria saber que hace un novicio realizando las tareas de un criado.

– Creia que los monjes tenian que pasar parte del tiempo trabajando con las manos.

– Si, eso es lo que dice la regla de san Benito, pero ningun monje benedictino ha movido un dedo desde hace cientos de anos. Para eso estan los criados. No solo cocinan y atienden los establos; tambien encienden fuego, hacen las camas de los monjes y a veces incluso los ayudan a vestirse… y sabe Dios a cuantas cosas mas.

Cogi el cuno y lo examine a la luz de la chimenea. Era de acero templado. Le ensene a Mark el grabado de san Donato, ataviado a la usanza de los romanos e inclinado sobre un hombre tumbado en una esterilla que extendia el brazo hacia el en actitud suplicante. Era un trabajo primoroso, en el que hasta los pliegues de las ropas estaban reproducidos al detalle.

– San Donato devolviendo la vida a un muerto. Lo busque en mis Vidas de Santos antes de que nos pusieramos en camino.

– ?Podia resucitar a los muertos, como hizo Jesucristo con Lazaro?

– Cuenta la leyenda que Donato se cruzo en una ocasion con un cortejo funebre. Un hombre importunaba a la viuda del difunto, diciendole que su marido le debia dinero. El bueno de Donato exhorto entonces al muerto a que se levantara y saldara sus deudas. El hombre se incorporo, convencio a los presentes de que ya las habia pagado y volvio a caerse muerto. ?Dinero, dinero, con esta gente siempre es cuestion de dinero!

Oimos pasos al otro lado de la puerta, y un instante despues entro por ella un hombre alto y fornido de unos cincuenta anos. Bajo el habito negro de los benedictinos, asomaban unas calzas de terciopelo y zapatos con hebillas de plata. En su rubicundo rostro de facciones cuadradas destacaba una nariz de perfil romano. Su pelo, castano y abundante, apenas dejaba ver la tonsura, un pequeno circulo afeitado, que constituia una minima concesion ala regla.

– Soy el abad Fabian -dijo avanzando hacia nosotros con una sonrisa. Su porte era patricio, y su voz, sonora y aristocratica, pero bajo ellos crei percibir una nota de inquietud-. Bienvenidos a Scarnsea. Pax vobiscum.

– Doctor Matthew Shardlake, comisionado del vicario general -me presente, prescindiendo de la respuesta de rigor, «et cum spiritu tuo», pues no estaba dispuesto a dejarme arrastrar a una conversacion en latin.

El abad asintio lentamente. Sus hundidos ojos azules resbalaron sobre mi joroba y se dilataron al ver el sello en mi mano.

– Os lo ruego, senor, tened cuidado. Ese cuno debe utilizarse para sellar nuestros documentos legales. Estrictamente, solo yo puedo utilizarlo.

– Como representante del rey, tengo acceso a todo lo que hay aqui, reverencia.

– Por supuesto, senor comisionado, por supuesto. -Sus ojos siguieron mis manos mientras volvia a dejar el sello en la bandeja-. Despues de un viaje tan largo, debeis de estar hambriento. ?Quereis que os pida algo de comer?

– Mas tarde, gracias.

– Lamento haberos hecho esperar, pero tenia asuntos que resolver con el administrador de nuestras propiedades en Ryeover. Aun nos queda mucho trabajo con las cuentas de la cosecha. ?Un poco de vino, quiza? - Pero muy poco.

El abad me sirvio unos dedos y se volvio hacia Mark. -?Puedo preguntar quien es el senor?

– Mark Poer, mi secretario y ayudante.

El abad enarco las cejas.

– Doctor Shardlake, tenemos asuntos muy serios que tratar. ?Puedo sugeriros que seria mejor hacerlo en privado? El joven podria esperaros en las habitaciones que os he hecho preparar.

– Me temo que no, reverencia. El propio vicario general me ordeno que me hiciera acompanar por el senor Poer. Se quedara mientras yo no le ordene lo contrario. ?Deseais examinar mi nombramiento?

Mark dedico una amplia sonrisa al religioso, que se sonrojo e inclino la cabeza.

– Como deseeis.

Una mano adornada de anillos cogio el documento que le tendia.

– He hablado con el doctor Goodhaps -dije mientras el abad rompia el sello.

El rostro del religioso se tenso, y tuve la sensacion de que arrugaba la nariz como si el olor del propio Cromwell ascendiera del papel. Mire hacia el cementerio, donde los criados habian encendido una hoguera de hojarasca de la que ascendia una fina columna de humo hacia el cielo gris. El dia empezaba a declinar.

El abad reflexiono durante unos instantes, dejo el nombramiento en el escritorio y se inclino hacia delante con las manos entrelazadas.

– Este asesinato es la cosa mas terrible que ha ocurrido en este monasterio, sin olvidar la profanacion de la iglesia… Aun estoy conmocionado.

Asenti.

– Tambien lord Cromwell lo esta. No desea que la noticia trascienda. ?Habeis sido discreto?

– Totalmente, senor. Monjes y criados estan advertidos de que deberan responder ante el vicario general si una sola palabra sale fuera de estos muros.

– Excelente. Aseguraos de que toda la correspondencia que llegue aqui pase por mis manos. Y de que no salga ninguna carta sin mi aprobacion. Bien, tengo entendido que la visita del comisionado Singleton no fue de vuestro agrado.

El abad volvio a suspirar.

– ?Que puedo decir? Hace dos semanas recibi una carta de la oficina de lord Cromwell diciendo que enviaba un comisionado para discutir asuntos sin especificar. Apenas llego, el senor Singleton me espeto que queria que cediera el monasterio al rey. -Su reverencia me miro a los ojos; ahora, ademas de inquieta, su mirada era desafiante-. Recalco que queria una cesion voluntaria y alternaba promesas de dinero con veladas amenazas, aduciendo irregularidades en nuestra conducta dentro de estos muros, totalmente infundadas, debo anadir. El documento de cesion que pretendia hacerme firmar era tanto mas inaceptable cuanto que implicaba admitir que nuestra vida en el monasterio era una farsa religiosa basada en absurdas ceremonias romanas -dijo el abad con una nota ofendida en la voz-. Nuestros actos de culto siguen fielmente las disposiciones del vicario general y todos los hermanos han pronunciado el juramento de renuncia a la autoridad papal.

– Por supuesto. De lo contrario, habrian tenido que atenerse a las consecuencias. -Adverti que llevaba una insignia de peregrino en un lugar visible del habito; habia visitado el santuario de Nuestra Senora en Walsingham. Claro que el rey habia hecho otro tanto en su momento. El abad respiro hondo y prosiguio-: El comisionado Singleton y yo discutimos sobre el hecho de que el vicario general no tiene ninguna base juridica para ordenar a mis monjes y a mi que le entreguemos el monasterio. Un hecho que el doctor Goodhaps, experto canonista, no pudo negar.

No hice ningun comentario, pues tenia razon.

– Tal vez podriamos centrarnos en las circunstancias del asesinato -dije-. Ese es ahora el asunto mas urgente.

El abad asintio con expresion sombria.

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