Mientras estaba junto al monje, me llego un tenue aroma, tal vez a sandalo. Desde luego, el enfermero olia mejor que sus hermanos de congregacion.

– Le comunicare al abad que pueden hacerse los preparativos para el funeral -dijo el hermano Guy, aliviado.

En ese momento, sono una violenta campanada que me hizo dar un respingo.

– Nunca habia oido unas campanadas tan fuertes. Ya me han llamado la atencion al llegar.

– La verdad es que esas campanas son demasiado grandes para nuestro campanario. Pero tienen una historia interesante. Proceden de la antigua catedral de Tolosa.

– ?Como acabaron aqui?

– Despues de dar muchas vueltas. La catedral fue pasto de las llamas hace ochocientos anos, durante una incursion de los arabes, que se llevaron las campanas como trofeo. Mas tarde, aparecieron en Salamanca, cuando la ciudad fue reconquistada para Cristo, y fueron donadas a Scarnsea cuando se fundo el monasterio.

– Sigo pensando que son demasiado grandes para esta iglesia.

– Nos hemos acostumbrado a ellas.

– Yo no podria.

– La culpa es de mis antepasados arabes -dijo el hermano Guy con una sonrisa tan triste como fugaz.

Llegamos al claustro en el preciso momento en que los monjes salian de la iglesia en procesion. La imagen me produjo una impresion que permanece fresca en mi memoria a pesar de los anos transcurridos: unos treinta benedictinos de habito negro deslizandose en dos filas por el antiguo claustro de piedra, con las capuchas caladas y las manos ocultas en las anchas mangas para protegerselas de la nieve, que caia formando una silenciosa cortina y los cubria mientras avanzaban a la luz de los vitrales. Era un hermoso espectaculo, y no pude evitar conmoverme.

El hermano Guy nos dejo en nuestra habitacion diciendo que pasaria a buscarnos poco despues para acompanarnos al refectorio. Tras sacudirnos la nieve de las capas, Mark saco el pequeno catre y se tumbo.

– ?Como creeis que mato el espadachin a Singleton, senor? ?Estaba esperandolo y lo ataco por la espalda?

– Posiblemente -dije empezando a sacar libros y documentos de mi alforja-. Pero ?que hacia Singleton en la cocina a las cuatro de la manana?

– Puede que se hubiera citado alli con el monje del que habla el portero.

– Si, esa es la explicacion mas plausible. Alguien cito a Singleton en la cocina, tal vez con la promesa de proporcionarle informacion, y lo mato. Lo ejecuto, mas bien. Todo este asunto recuerda a una ejecucion. Desde luego, habria sido mucho mas sencillo apunalarlo por la espalda.

– Parecia un hombre duro -dijo Mark-. Aunque, con la cabeza separada del cuerpo, resulta dificil asegurarlo - anadio con una risa nerviosa, y comprendi que la vision del cadaver lo habia impresionado tanto como a mi.

– Robin Singleton era la clase de abogado que detesto. Sabia poco de leyes, y lo poco que sabia, mal aprendido. Salia adelante avasallando y enganando, cuando no dejando caer oro en la mano adecuada en el momento adecuado. Pero no merecia que lo mataran de ese modo.

– Habia olvidado que el ano pasado presenciasteis la ejecucion de la reina Ana, senor -dijo Mark. -Ojala pudiera olvidarlo.

– Al menos os ha servido en vuestro analisis de los hechos. Asenti con tristeza y luego esboce una sonrisa ironica. -Me acuerdo de un profesor que tuve cuando empece en las Inns of Court, el doctor Hampton. Solia decir: «En cualquier investigacion, ?cuales son las circunstancias mas relevantes? ?Ninguna! -gritaba respondiendose a si mismo-. ?Todas las circunstancias son relevantes, todo debe examinarse desde todos los angulos!»

– No digais eso, senor. Entonces podriamos quedarnos aqui eternamente… -dijo Mark estirandose con un grunido-. Ahora seria capaz de dormir doce horas seguidas, incluso en este duro tablon.

– Pues tendras que esperar. Quiero cenar con la comunidad. Si queremos sacar algo en claro, necesitamos conocerlos a todos. ?Vamos, los servidores de lord Cromwell son incansables! - exclame, pegandole una patada al catre.

* * *

Llegamos al refectorio acompanados por el hermano Guy, tras recorrer varios pasillos oscuros y subir una escalera. Era una sala impresionante, de techo muy alto, sostenido por gruesas columnas y grandes arcos. A pesar de sus proporciones, los tapices que colgaban de las paredes y las espesas esteras de rota que cubrian el suelo creaban un ambiente acogedor. Un facistol de madera primorosamente tallada presidia una de las esquinas. Los gruesos cirios de los candelabros arrojaban un calido resplandor sobre dos mesas dispuestas con vajilla y cubiertos de plata; la primera, de seis plazas, estaba junto a la chimenea, y la segunda, mucho mas larga, un poco mas retirada. Los criados de la cocina se afanaban a su alrededor dejando jarras de vino y soperas de plata que llenaban el aire de un aroma delicioso.

– Son de plata -murmure examinando los cubiertos de la mesa pequena-. Y la vajilla tambien.

– Esta es la mesa de los obedienciarios, donde se sientan los monjes que desempenan un oficio -me explico el hermano Guy-. Los demas utilizan cubiertos de peltre.

– La gente normal usa cubiertos de madera -repuse en el preciso instante en que el abad Fabian hacia su entrada. Los criados dejaron lo que estaban haciendo y se inclinaron ante el, que les respondio asintiendo benevolamente-. Y el abad comera en platos de oro, seguro -le susurre a Mark.

El aludido se acerco a nosotros con una sonrisa forzada.

– No he sido advertido de que deseabais cenar en el refectorio. Habia hecho preparar rosbif en la cocina de casa.

– Os lo agradezco, pero cenaremos aqui.

– Como gusteis -dijo el abad con un suspiro de resignacion-. Le he sugerido al doctor Goodhaps que os acompanara a cenar, pero se niega en redondo a salir de su habitacion.

– ?Os ha dicho el hermano Guy que he dado mi autorizacion para que enterreis al comisionado Singleton?

– Si. Lo anunciare antes de cenar. Esta noche me corresponde leer a mi… en ingles, como mandan las ordenanzas -anadio el abad enfaticamente.

– Bien.

Oimos voces en la puerta y vimos que los monjes comenzaban a entrar. Los dos obedienciarios a los que habiamos visto al poco de llegar -Gabriel, el sacristan rubio, y Edwig, el tesorero moreno-, se dirigieron juntos y en silencio a la mesa inmediata a la chimenea. Formaban una extrana pareja; uno, alto y palido, avanzaba con la cabeza ligeramente agachada, mientras que el otro daba largos pasos que denotaban seguridad. Al cabo de unos instantes se les unieron el prior, los dos obedienciarios a los que habiamos conocido en la sala capitular y el hermano Guy. El resto de los monjes se sento a la mesa larga. Entre ellos estaba el anciano cartujo, que me lanzo una mirada aviesa.

– Me han informado de que el hermano Jerome os ha ofendido -me susurro el abad inclinandose hacia mi-. Os pido disculpas. Al menos, sus votos lo obligan a guardar silencio durante las comidas.

– Tengo entendido que esta aqui gracias a la intercesion de un miembro de la familia Seymour.

– Nuestro vecino, sir Edward Wentworth. Pero la peticion procedia de la oficina de lord Cromwell -puntualizo el abad mirandome de reojo-. Su Senoria queria a Jerome lejos, en algun lugar discreto. En su condicion de pariente lejano de la reina Juana, resultaba incomodo.

Asenti.

– ?Cuanto tiempo lleva aqui?

El abad observo el cenudo rostro del cartujo.

– Dieciocho largos meses.

Pasee la mirada por la congregacion, que me lanzaba inquietas ojeadas, como si fuera un extrano animal que se habia colado en el refectorio. Adverti que la mayoria de los monjes eran ancianos u hombres maduros; se veian pocas caras jovenes y solo tres habitos de novicio. Un viejo al que le temblaba la cabeza debido a la perlesia se persigno rapidamente sin dejar de observarme.

Adverti una figura que permanecia indecisa junto a la puerta y reconoci al novicio que se habia hecho cargo de nuestros caballos; se balanceaba sobre las piernas con evidente nerviosismo y llevaba algo escondido a la espalda.

Вы читаете El gallo negro
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату