De pronto, el prior Mortimus levanto la cabeza y lo vio.

– ?Simon Whelplay! -le grito a traves de la sala-. Tu castigo no ha terminado. Esta noche no cenaras. Ve a aquel rincon.

El muchacho inclino la cabeza y se dirigio a la esquina mas alejada de la chimenea. Al quitarse las manos de la espalda, vi que llevaba un capirote con la letra M pintada en el. El novicio, rojo como un tomate, se lo puso. Los demas monjes apenas lo miraron.

– ?Eme? -le pregunte al abad.

– De maleficium, mala accion -respondio su reverencia-. Me temo que ha faltado a las normas. Por favor, tomad asiento.

Mark y yo nos sentamos junto al hermano Guy mientras el abad se dirigia hacia el facistol. Vi que en el soporte habia una Biblia y comprobe complacido que no era la Vulgata latina, con sus malas traducciones y sus evangelios inventados, sino la nueva version inglesa.

– Hermanos -anuncio con voz sonora el abad Fabian-, todos nos hemos sentido profundamente conmocionados por los recientes acontecimientos. Me complace dar la bienvenida al representante del vicario general, el comisionado Shardlake, que ha venido para investigar el asunto. Hablara con muchos de vosotros; debeis proporcionarle toda la ayuda que merece un representante de lord Cromwell. -Le lance una mirada severa, consciente de la ambiguedad de aquellas palabras-. El doctor Shardlake ha dado su autorizacion para que enterremos al senor Singleton, cuyo funeral se celebrara pasado manana despues del oficio de maitines. -Un murmullo de alivio recorrio las dos mesas-. Y, ahora, la lectura de hoy pertenece al capitulo septimo del Apocalipsis: «Despues de estas cosas vi cuatro angeles que estaban en pie sobre los cuatro angulos de la tierra…»

Me sorprendio que el abad hubiera elegido el Apocalipsis, uno de los textos favoritos de los reformistas mas radicalmente evangelistas, quienes gustaban de proclamar a los cuatro vientos que habian desentranado los misteriosos y estremecedores enigmas del libro sagrado. El pasaje enumeraba la lista de los que el Senor salvara el Dia del Juicio Final. Parecia un desafio hacia mi, para que identificara a la comunidad de Scarnsea con los justos.

– «Y me respondio: 'Estos son los que vienen de la gran tribulacion y lavaron sus tunicas y las blanquearon en la sangre del Cordero.'» ?Amen! -concluyo sonoramente.

Acto seguido, cerro la Biblia y abandono el refectorio con paso solemne; sin duda, el rosbif lo esperaba en la mesa de su comedor. Fue la senal para el comienzo del parloteo y la entrada de media docena de criados, que empezaron a servir la sopa, un espeso caldo de verdura, bien sazonado y muy apetitoso. Como no habia probado bocado desde el desayuno, durante un minuto me concentre en mi plato; luego, alce los ojos hacia Whelplay, que seguia inmovil en su rincon como una estatua envuelta en sombras. Mire hacia la ventana junto a la que estaba el chico y vi que seguia nevando con fuerza.

– ?El novicio no va a probar esta deliciosa sopa? -le pregunte al prior, que estaba sentado frente a mi.

– Hasta dentro de cuatro dias, no. Como parte de su castigo, permanecera ahi durante las comidas. Tiene que aprender. ?Os parezco demasiado severo, senor?

– ?Cuantos anos tiene? No aparenta los dieciocho.

– Pronto cumplira veinte, aunque nadie lo diria viendolo tan esmirriado. Hemos tenido que prolongar su noviciado; no consigue hacerse con el latin, aunque tiene buen oido para la musica. Ayuda al hermano Gabriel. Simon Whelplay necesita aprender obediencia. Se ha ganado el castigo, entre otras cosas, por evitar los oficios en ingles. Cuando impongo un correctivo a alguien intento que no lo olvide, ni el ni los demas.

– B-bien dicho, hermano prior -aprobo el tesorero asintiendo energicamente y dedicandome una fria sonrisa que trazo un fugaz tajo en su mofletudo rostro-. Comisionado…, soy el hermano Edwig, el tesorero -se presento dejando la cuchara en el plato, que habia vaciado en un suspiro.

– Entonces, ?sois el responsable de administrar los fondos del monasterio?

– Y de r-recaudarlos, y de que los gastos no superen los ingresos -anadio con un orgullo que contrastaba con su tartamudeo.

– Creo que os he visto antes en el patio, discutiendo con un hermano sobre… ciertas obras en la iglesia, ?me equivoco?

Me volvi hacia el monje alto y rubio que unas horas antes habia mirado lujuriosamente a mi ayudante. Ahora estaba sentado casi enfrente de Mark, al que no paraba de lanzar miradas furtivas. Al captar la mia, se inclino sobre la mesa para presentarse.

– Gabriel de Ashford, comisionado. Soy el sacristan, ademas de chantre. Me ocupo de la iglesia y de la biblioteca, asi como del coro. Ahora somos tan pocos que tenemos que compaginar varios oficios.

– Comprendo. Cien anos atras seriais… ?cuantos, el doble que ahora? De modo que la iglesia necesita reformas…

– Ya lo creo, senor -dijo el sacristan, inclinandose hacia mi tan impulsivamente que casi derramo la sopa al hermano Guy-. ?La habeis visitado ya?

– No. Pensaba hacerlo manana.

– Tenemos la iglesia normanda mas hermosa de toda la costa meridional. Tiene cerca de cuatrocientos anos de antiguedad y puede compararse con los mejores templos benedictinos de Normandia. Pero uno de los muros ha empezado a agrietarse desde el techo. Urge repararla, y habria que hacerlo con piedra de Caen, como la que se utilizo para construirla…

– Hermano Gabriel -dijo el prior con sequedad-, el doctor Shardlake tiene cosas mas importantes que hacer que admirar la arquitectura de la iglesia. Ademas, tal vez la encuentre demasiado recargada -anadio con intencion.

– Pero, si no me equivoco, la Nueva Doctrina no condena la belleza arquitectonica…

– A no ser que la congregacion de en adorar el edificio en lugar de a Dios -repuse-. Eso seria idolatria.

– Nada mas lejos de mi intencion -se apresuro a responder el sacristan-. Pero creo que en cualquier edificio hermoso la vista deberia poder apreciar la exactitud de las proporciones, la armonia del conjunto…

El hermano Edwig hizo una mueca sarcastica.

– Lo que su c-caridad quiere decir es que, para satisfacer su ideal estetico, el monasterio deberia arruinarse importando grandes bloques de piedra caliza francesa. Me gustaria saber como piensa transportarlos por la marisma.

– ?No cuenta el monasterio con suficientes fondos? -les pregunte-. Segun he leido, las rentas que obteneis de vuestras tierras ascienden a ochocientas libras anuales. Y siguen aumentando de ano en ano, como bien saben los pobres que las pagan. Mientras hablaba, los criados habian vuelto trayendo bandejas con grandes y humeantes carpas y platos de verdura. Entre ellos habia una mujer, un viejo adefesio de nariz ganchuda, y no pude evitar pensar que Alice debia de sentirse muy sola si aquella era toda la compania femenina que tenia.

Volvi a mirar al tesorero, que me observaba con el entrecejo fruncido.

– R-recientemente hemos tenido que vender tierras por diversas razones. Y la cantidad que pide el hermano Gabriel supera todo el presupuesto para reparaciones de los proximos cinco anos. Servios una de estas deliciosas carpas, senor. Han sido cogidas en nuestro propio estanque esta misma manana.

– Pero sin duda podriais tomar dinero prestado a cuenta del superavit que debeis de tener todos los anos…

– Gracias, senor. Ese es mi argumento -dijo el hermano Gabriel.

El tesorero fruncio el entrecejo un poco mas, dejo la cuchara junto al plato y agito sus pequenas y regordetas manos.

– Una administracion pr-prudente aconseja no abrir un gran agujero en los ingresos de los anos por venir, pues los intereses son voraces como ratones. La politica del abad es mantener equilibrado el pr-pr…

En su acaloramiento, el congestionado tesorero perdio el control de su tartamudeo.

– Presupuesto -completo el prior en su lugar con una sonrisa desdenosa. Luego, me sirvio una carpa, clavo el cuchillo en la suya y empezo a cortarla con entusiasmo.

El hermano Edwig le lanzo una mirada fulminante y bebio un sorbo del excelente vino blanco.

– Por supuesto, no es asunto mio -dije encogiendome de hombros.

– Os p-pido disculpas si me he acalorado -dijo el tesorero dejando la copa en la mesa-. Es una vieja discusion entre el sacristan y yo -anadio esbozando otra breve sonrisa, que dejo al descubierto sus blancos y parejos dientes.

Me limite a asentir con gravedad y volvi a mirar hacia la ventana del rincon. Seguian cayendo gruesos copos de

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