– ?Por las llagas de Cristo, que alivio estar lejos de todos esos ojos! -exclame soltando un bufido.

Mire hacia el camino, que, como el patio, era un mar de monticulos de nieve. En el paisaje, uniformemente blanco, solo destacaban los arboles, desnudos y negros, los canaverales de la marisma y la lejana y grisacea cinta del mar. El hermano Guy me habia prestado otro baston, en el que me apoyaba con firmeza.

– Menos mal que llevamos estas fundas -observo Mark mirandose los pies.

– Si. Cuando se derrita la nieve, el campo se convertira en un mar de barro.

– Si es que se derrite alguna vez.

La caminata por aquel paramo nevado fue larga y penosa; de modo que cuando llegamos a las afueras de Scarnsea habia transcurrido una hora. Hablamos poco, pues seguiamos estando de un humor sombrio. En la ciudad apenas se veia gente por las calles, y la brillante luz del sol hacia aun mas patente el lamentable estado en que se encontraban la mayoria de los edificios.

– Tenemos que ir a la calle Westgate -le dije a Mark cuando llegamos a la plaza.

Junto al muelle habia una barca, en la que un individuo embozado en una capa negra inspeccionaba unos fardos de telas. Dos vecinos pateaban el suelo para combatir el frio. En el mar, frente a la boca del canal que atravesaba la marisma, se veia un gran barco.

– El aduanero -observo Mark.

– Esas telas deben de ir a Francia.

Tomamos una calle de elegantes casas nuevas. La puerta de la mas grande ostentaba el escudo de la ciudad. Llame con los nudillos, y al cabo de unos instantes un criado bien vestido nos abrio y, tras confirmarnos que aquella era la residencia del juez Copynger, nos hizo pasar a una hermosa sala amueblada con sillones tapizados y un aparador que exhibia una lujosa vajilla de oro.

– Parece que las cosas le van bien -observo Mark.

– Desde luego -respondi acercandome al retrato de un hombre de cabellos rubios, barba puntiaguda y expresion adusta que habia colgado en la pared de enfrente-. Un buen trabajo. Y pintado aqui mismo, a juzgar por el fondo.

– Eso quiere decir que es un hombre acaudalado… -estaba diciendo Mark cuando se abrio la puerta y el modelo de la pintura aparecio en el umbral embutido en una bata marron con cuello de piel de marta.

Copynger era un individuo alto y fornido de unos cuarenta anos y aspecto severo.

– Doctor Shardlake, es un honor -dijo estrechandome la mano con fuerza-. Soy Gilbert Copynger, juez de Scarnsea y el mas leal servidor de lord Cromwell. Conoci al pobre senor Singleton. Agradezco a Nuestro Salvador que esteis aqui. Ese monasterio es un antro de corrupcion y herejia.

– En efecto, alli nada es lo que parece -dije, y me volvi hacia Mark-. Es mi ayudante.

El juez inclino la cabeza levemente.

– Acompanadme a mi despacho, os lo ruego. ?Tomareis un pequeno refrigerio? Hace un tiempo tan infernal como si nos lo hubiera enviado el mismo Diablo. ?No pasais frio en el monasterio?

– Los monjes disponen de hogares en todas las habitaciones.

– De eso no me cabe duda, senor comisionado. Ninguna duda. -Copynger nos condujo al otro extremo del vestibulo, entro en una acogedora habitacion con vistas a la calle y retiro unos documentos de encima de unos taburetes que habia cerca del fuego-. Disculpad el desorden, pero recibo tanto papeleo de Londres… El jornal minimo, las leyes sobre los pobres… -El juez solto un suspiro-. Ademas, debo informar hasta del menor comentario que oiga contra la Reforma. Afortunadamente, en Scarnsea se oyen pocos; pero a veces mis informadores se los inventan, lo que me obliga a investigar afirmaciones que nunca han sido hechas. No obstante, asi la gente sabe que debe medir sus palabras.

– Estoy seguro de que lord Cromwell duerme mas tranquilo sabiendo que cuenta con hombres tan leales como vos en los condados. -Copynger respondio al cumplido asintiendo con gravedad mientras yo le daba un sorbo a la copa-. Un vino excelente, senor juez, gracias, pero el tiempo apremia. Hay asuntos sobre los que agradeceria cualquier informacion.

– Estoy a vuestra disposicion. El asesinato del senor Singleton ha sido un insulto al rey. Clama venganza.

Deberia haberme alegrado de estar en compania de otro reformista, pero confieso que Copynger no me resultaba simpatico. Aunque, ademas de las obligaciones de su cargo, los jueces debian cumplir el creciente numero de tareas que les encomendaba Londres, lo cierto era que no podian quejarse. Siempre han sabido aprovecharse de su posicion, de modo que el aumento de obligaciones llevaba aparejado un aumento de ganancias, incluso en municipios tan pobres como Scarnsea, como demostraba la prosperidad de Copynger. A mi modo de ver, su ostentacion no concordaba con sus aires de avinagrada probidad. Pero aquella era la nueva clase de hombres que estabamos creando en la Inglaterra de entonces.

– Decidme -le pregunte-, ?que piensa de los monjes la gente de aqui?

– Los odian, porque son unas sanguijuelas. No hacen nada por Scarnsea, no vienen a la ciudad si pueden evitarlo y cuando lo hacen se comportan con la arrogancia del Diablo. Las limosnas que reparten son miserrimas, y encima los pobres tienen que ir andando hasta el monasterio para recibirlas. En consecuencia, el peso del sustento de los indigentes recae sobre el contribuyente. -Segun parece, tienen el monopolio de la venta de cerveza… -Y cobran un precio abusivo. Ademas, su cerveza es pesima; tienen la destileria llena de gallinas que sueltan su porqueria sobre las tinas.

– Si, ya lo he visto. Debe de saber a rayos.

– Pues nadie mas puede vender cerveza -dijo Copynger abriendo los brazos-. Tambien a sus tierras les sacan todo el jugo que pueden. Si alguien os dice que los monjes son terratenientes considerados, podeis responderle que miente. Y desde que el hermano Edwig se hizo cargo de la contaduria, las cosas no han hecho mas que empeorar; ese seria capaz de despellejar a una pulga para aprovechar la grasa del culo.

– Si, seguro que lo haria. Hablando de las cuentas del monasterio…, vos informasteis a lord Cromwell de que habian vendido tierras por debajo de su valor…

– Me temo que no conozco todos los detalles -admitio Copynger con evidente incomodidad-. Oi rumores, pero enseguida se corrio la voz de que yo estaba investigando, y ahora los grandes terratenientes actuan con mucha cautela. Asenti.

– ?Y quienes son?

– El mayor propietario de la zona es sir Edward Wentworth. El abad y el son una y carne…, a pesar de que esta emparentado con los Seymour. Salen juntos a cazar. Entre los arrendatarios se rumorea que el monasterio le ha vendido tierras en secreto y que ahora el mayordomo del abad se encarga de recaudar las rentas de sir Edward; pero no puedo confirmarlo, porque esta fuera de mi competencia. -El juez fruncio el entrecejo con irritacion-. El monasterio tiene tierras en todas partes, incluso fuera del condado. Lo siento, comisionado. Si tuviera mas autoridad…

– Tal vez esto sobrepase mis atribuciones -dije tras reflexionar unos instantes-, pero, dado que tengo potestad para investigar todo lo relativo al monasterio, creo que podria indagar las ventas de tierras que se hayan realizado. ?Y si reanudarais vuestras pesquisas sobre esa base, invocando el nombre de lord Cromwell?

Copynger sonrio.

– Un requerimiento hecho en nombre de Su Senoria obraria milagros. Hare todo lo que este en mi mano.

– Gracias. Podria ser importante. Por cierto, creo que sir Edward es primo del hermano Jerome, el anciano cartujo que vive en el monasterio…

– Si, Wentworth es un viejo papista. Tengo entendido que el cartujo habla abiertamente contra la Reforma. Si de mi dependiera, lo colgaria del campanario de la iglesia.

– Decidme -le pregunte tras reflexionar unos instantes-, si lo hicierais, ?como reaccionaria la gente de la ciudad?

– Lo celebrarian. Como ya he dicho, odian a los monjes. Ahora Scarnsea es una ciudad pobre, y ellos aun la empobrecen mas. El puerto esta tan enfangado que apenas puede entrar un bote de remos.

– Si, ya lo he visto. He oido que alguna gente se dedica al contrabando. Segun los monjes, utilizan los marjales de detras del monasterio para acceder al rio. El abad Fabian asegura que lo ha denunciado repetidamente y que las autoridades hacen la vista gorda.

De pronto, el rostro de Copynger adopto una expresion recelosa.

– El abad diria lo que fuera con tal de perjudicarnos. Es un problema de recursos, senor comisionado. Solo hay un consumero, y no puede pasarse las noches vigilando todos los caminos de la marisma.

– Segun uno de los monjes, en esa zona ha habido actividad recientemente. El abad piensa que los

Вы читаете El gallo negro
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату