– Hace frio -dije al fin-. Sigamos.

El prior reanudo la marcha sin rechistar y nos condujo hasta los dormitorios, un largo edificio de dos pisos que cerraba el lado este del claustro. El humo ascendia de numerosas chimeneas. Era la primera vez que entraba en las habitaciones de un monasterio, aunque sabia por la Comperta que los grandes dormitorios comunitarios de los primeros benedictinos se habian dividido en comodas habitaciones individuales hacia mucho tiempo. Penetramos en un largo corredor flanqueado de puertas, algunas de las cuales estaban abiertas y dejaban ver buenos fuegos y camas mullidas. La temperatura era muy agradable.

– Normalmente, esta cerrada con llave -dijo el prior deteniendose delante de una de las puertas-, para impedir que salga a vagabundear por ahi. ?Jerome, el comisionado desea veros! -anuncio empujando la hoja.

La celda del cartujo era tan austera como confortables las que acababamos de ver. La chimenea estaba apagada y las paredes totalmente desnudas, salvo por el crucifijo que habia clavado encima de la cama. El anciano se encontraba sentado en ella sin mas ropa que un calzon; su esqueletico torso, torcido y cargado de hombros, se veia tan encorvado como el mio, pero debido a las lesiones, no a la deformidad. Inclinado sobre el, el hermano Guy le limpiaba la docena de pequenas llagas que salpicaban su piel. Algunas eran rojas; otras, purulentas y amarillas. Junto a la cama, una palangana llena de agua despedia un penetrante aroma a lavanda.

– Siento interrumpir la cura, hermano Guy-dije entrando en la celda.

– Ya he acabado. Bueno, hermano, esto deberia aliviaros las llagas infectadas.

El cartujo me fulmino con la mirada antes de volverse hacia el enfermero.

– Mi camisa limpia, por favor.

El hermano Guy suspiro.

– Con esto no haceis mas que debilitaros -dijo el enfermero, tendiendole una prenda gris en cuyo interior se distinguia una negra y tiesa crin cosida al tejido-. Al menos, podriais humedecer el pelo para suavizarlo.

El anciano se puso la camisa y a continuacion el habito blanco. El enfermero recogio la palangana, nos hizo una reverencia y abandono la celda. El hermano Jerome y el prior se miraron con identica antipatia.

– ?Mortificandoos de nuevo, Jerome?

– Para expiar mis pecados. Pero, a diferencia de otros, no disfruto mortificando al projimo, hermano prior.

El prior Mortimus le lanzo una mirada asesina y luego se volvio hacia mi y me tendio una llave.

– Cuando termineis, entregadsela a Bugge -dijo, y salio dando un portazo.

De pronto, me di cuenta de que estabamos encerrados en un espacio reducido con un hombre que nos miraba con los ojos desorbitados por el odio en un rostro palido y consumido. Busque a mi alrededor un sitio donde sentarme, pero no habia mas asiento que la cama, de modo que me quede de pie apoyado en mi baston.

– ?Te duele la espalda, jorobado? -me pregunto el cartujo inesperadamente.

– Tengo molestias. Nos hemos dado una buena caminata por la nieve.

– ?Conoces el dicho? Tocar a un enano trae buena suerte, pero tocar a un jorobado solo causa desgracias. Eres una burla de la forma humana, comisionado. Por partida doble, porque tienes el alma tan deforme y podrida como todos los esbirros de Cromwell.

– ?Por los clavos de Cristo, senor, teneis una lengua de vibora! -exclamo Mark avanzando hacia el.

Le ordene que se detuviera con un gesto y sostuve la mirada del cartujo.

– ?Por que me insultais, Jerome de Londres? Todos dicen que estais loco. ?Lo estais? ?Alegariais estarlo si os hiciera enviar a la Torre por vuestra falta de respeto?

– No alegaria nada, jorobado. Me gustaria poder hacer lo que en aquella ocasion no tuve valor de hacer, convertirme en un martir de la Iglesia de Dios. Reniego del rey Enrique y de su usurpacion de la autoridad del Papa. -El anciano solto una risa amarga-. ?Sabias que hasta el propio Lutero desautoriza al rey? Dice que nuestro arrogante monarca acabara creyendose Dios.

Mark lo miraba boquiabierto. Aquellas palabras habrian bastado para hacer ejecutar al cartujo.

– Como debe de reconcomeros la verguenza por haber prestado juramento reconociendo la supremacia del rey… -replique sin inmutarme.

El anciano se levanto de la cama con dificultad, ayudandose de la muleta. Luego se la coloco bajo el brazo y empezo a recorrer la celda con paso lento. Cuando volvio a hablar, su voz era tranquila y firme.

– Si, jorobado. Verguenza y miedo para mi alma eterna. ?Sabes a que familia pertenezco? ?Te han informado de eso?

– Se que estabais emparentado con la reina Juana, que Dios tenga en su gloria.

– Dios no la tiene en su gloria. Esta ardiendo en el infierno por casarse con un rey cismatico. -El cartujo se volvio y me miro fijamente-. ?Quieres que te cuente como llegue aqui? ?Quieres que te plantee un caso, senor abogado?

– Si, adelante. Me sentare para escucharos -dije tomando asiento en la dura cama.

Mark permanecio de pie con la mano en el pomo de la espada y el hermano Jerome siguio dando vueltas por la celda con paso cansino.

– Deje el siglo cuando tenia veinte anos. Mi difunta prima segunda todavia no habia nacido; no llegue a conocerla. Vivi en paz mas de treinta anos en la cartuja de Londres, una casa santa, no como este antro de molicie y corrupcion. Era un refugio, un lugar dedicado a Dios en medio de las vanidades de la ciudad.

– Un lugar en el que llevar camisas de crin formaba parte de la regla.

– Si, para recordarnos en todo momento que la carne es pecadora y vil. Tomas Moro vivio con nosotros cuatro anos y ya no abandono jamas la camisa de crin, ni siquiera cuando le impusieron la toga de lord canciller. Le ayudo a conservar la humildad y a mantenerse firme hasta la muerte, cuando se opuso al matrimonio del rey.

– Y a quemar a todos los herejes que pudo encontrar cuando fue nombrado lord canciller. Pero vos no os mantuvisteis firme, ?verdad, hermano Jerome?

El cartujo tenso el cuerpo; al ver que se volvia, me prepare para otra andanada de insultos. Sin embargo, su voz se mantuvo serena.

– Cuando el rey exigio a todos los miembros de las instituciones religiosas que le juraran obediencia como cabeza suprema de la Iglesia, los unicos que nos negamos fuimos los cartujos, aunque sabiamos lo que eso significaba -dijo el anciano mirandome a los ojos.

– Si, todas las casas prestaron juramento, salvo la vuestra.

– Eramos cuarenta, y se nos llevaron uno a uno. El prior Houghton, el primero en negarse a jurar, fue interrogado por Cromwell en persona. ?Sabias que, cuando el padre Houghton le dijo que san Agustin habia puesto la autoridad de la Iglesia por encima de las Escrituras, Cromwell le respondio que la Iglesia le traia sin cuidado y que san Agustin podia decir misa?

– Y tenia razon. La autoridad de las Escrituras esta por encima de la de cualquier exegeta.

– ?Y la opinion del hijo de un tabernero esta por encima de la de san Agustin? -Jerome solto una risa amarga-. Como no cedio, nuestro venerable prior fue declarado culpable de traicion y ejecutado en Tyburn. Yo estaba alli, y vi como el cuchillo del verdugo lo abria en canal cuando aun estaba vivo. Pero ese dia no hubo el jolgorio habitual en las ejecuciones; la muchedumbre asistio a su muerte en silencio. -Mire a Mark, que observaba atentamente a Jerome con el rostro demudado-. Sin embargo, tu senor no fue mas clemente con los siguientes hermanos. El vicario Middlemore y los obedienciarios tambien se negaron a jurar, y tambien acabaron en Tyburn. Esta vez, la multitud prorrumpio en gritos contra el rey. Cromwell no podia arriesgarse a que la siguiente ejecucion provocara una revuelta, de modo que empleo toda clase de presiones para conseguir que los demas pronunciaramos el juramento. Hizo clavar el brazo del prior Houghton, podrido y maloliente, en la entrada del convento, que puso en manos de sus hombres. Nos mataban de hambre, hacian mofa de los oficios, destrozaban nuestros libros, nos insultaban… Se deshacian de los discolos uno a uno. De la noche a la manana, alguien desaparecia o era enviado a una casa mas sumisa.

El anciano hizo una pausa y apoyo el brazo sano en el pie de la cama.

– He oido esas historias -dije alzando el rostro hacia el-. No son mas que cuentos.

El cartujo hizo oidos sordos a mi comentario y siguio paseando.

– La primavera pasada, tras la rebelion del norte, el rey perdio la paciencia con nosotros. A los hermanos que seguiamos en la cartuja nos dijeron que juraramos, si no queriamos que nos encerraran en Newgate y nos dejaran morir de hambre. Quince juraron y condenaron sus almas. Los otros diez acabaron en Newgate, donde los encadenaron a la pared de una celda inmunda y los dejaron sin comer. Algunos aguantaron semanas.

El anciano se interrumpio bruscamente, se tapo la cara con las manos y empezo a llorar en silencio balanceandose sobre los pies.

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