que antes no habia observado de cerca. Contenia el cinturon que se habia utilizado para estrangular a la victima.
Bosch lo examino unos segundos, como si se tratara de una serpiente que el debia identificar, antes de poner la mano en la caja para cogerla cautelosamente. Vio la etiqueta atada a traves de uno de los agujeros del cinturon. En la suave concha plateada habia polvo negro. Parte de las lineas curvas de la huella dactilar de un pulgar permanecia alli.
Levanto el cinturon para verlo a la luz. Le dolia mirarlo, pero lo hizo. El cinturon tenia dos centimetros y medio de ancho y estaba hecho de piel negra. La hebilla de concha era el adorno mas grande, pero habia otras conchitas plateadas adheridas a lo largo de la correa. La contemplacion desperto el recuerdo. En realidad no lo habia elegido el. Meredith Roman lo habia llevado al May Co. de Wilshire. La amiga de su madre habia visto el cinturon en un colgador, con muchos otros, y le dijo que a su madre le gustaria. Ella lo compro y le dejo que se lo diera a su madre por su cumpleanos. Meredith tenia razon. Su madre se ponia el cinturon a menudo, sin ir mas lejos cada vez que iba a visitarlo despues de que el tribunal le retirara la custodia. E incluida la noche en que fue asesinada.
Bosch leyo la etiqueta de la prueba, pero solo ponia el numero de caso y el nombre de McKittrick. Se fijo en que los agujeros segundo y cuarto de la correa eran circulos imperfectos, ensanchados por la punta de la hebilla. Supuso que tal vez su madre lo llevaba mas ajustado en ocasiones, para impresionar a alguien, o mas suelto otras veces, encima de ropa mas voluminosa. Lo sabia todo del cinturon, salvo quien lo habia usado por ultima vez para asesinarla.
Se dio cuenta entonces de que quien hubiera utilizado ese cinturon, esa arma, ante la policia habia sido responsable de llevarse una vida y cambiar indeleblemente la suya propia.
Cuidadosamente volvio a dejarlo en la caja y lo cubrio con el resto de la ropa. Por ultimo cerro la caja con la tapa.
Despues de examinar el contenido de la caja, Bosch no podia quedarse en casa. Sentia la necesidad de salir. No se molesto en cambiarse de ropa. Se limito a entrar en el Mustang y empezar a conducir. Ya estaba oscuro y tomo por Cahuenga hasta Hollywood. Se dijo a si mismo que no sabia adonde iba y que no le importaba, pero era mentira. Lo sabia. Cuando llego a Hollywood Boulevard doblo hacia el este.
El coche lo llevo a Vista, donde viro hacia el norte y despues se desvio en el primer callejon. Los faros cortaban la oscuridad y Bosch vio un pequeno campamento de vagabundos. Un hombre y una mujer se acurrucaban en un cobertizo de carton. Cerca de alli yacian otros dos cuerpos, envueltos en mantas y periodicos, y del aro de un cubo de basura llegaba el brillo tenue de las llamas agonizantes. Bosch paso despacio, con la mirada fija en un punto mas adentrado del callejon, el lugar de la escena del crimen esbozado en el expediente.
La tienda de recuerdos de Hollywood era ahora una tienda de libros y videos para adultos. Habia un acceso por el callejon para los clientes timidos y varios coches aparcados en la parte posterior del edificio. Bosch se detuvo cerca de la puerta y apago las luces. Se quedo sentado en el Mustang, sin experimentar ninguna necesidad de salir. Nunca antes habia estado en el callejon, en el lugar del crimen. Solo queria quedarse sentado durante un rato y ver que sentia.
Encendio un cigarrillo y observo a un hombre que salia apresurado de la tienda para adultos con una bolsa en la mano y se metia en un coche estacionado al fondo del callejon.
Bosch penso en cuando aun era nino y seguia a cargo de su madre. Tenian un pequeno apartamento en Camrose y en verano, las noches que ella no trabajaba o los domingos por la tarde, se sentaban en el patio de atras y escuchaban la musica que subia a la colina desde el Hollywood Bowl. El sonido era malo, agredido por el trafico y el bullicio de la ciudad antes de que les llegara, pero las notas altas se percibian con claridad. Lo que le gustaba a Bosch no era la musica, sino la presencia de su madre. Era el momento de estar juntos. Ella siempre le decia que un dia lo llevaria al Bowl a escuchar
Bosch finalmente oyo a la Filarmonica interpretando
Capto un movimiento con el rabillo del ojo y alguien golpeo con el puno la ventana del conductor. Bosch se llevo la mano izquierda a la cintura en un acto reflejo, pero no llevaba ninguna pistola bajo la americana. Se volvio y miro el rostro de una anciana con los anos marcados como galones en la piel. Parecia que llevara tres conjuntos de ropa. Cuando termino de golpear la ventana, la mujer abrio la mano y extendio la palma. Bosch, todavia sobresaltado, busco rapidamente en el bolsillo y saco un billete de cinco. Encendio el motor para poder bajar la ventanilla y le dio el dinero. Ella no dijo nada, solo lo cogio y se alejo. Bosch la observo marcharse y se pregunto como habia terminado ella en ese callejon. ?Y el?
Salio del callejon y regreso a Hollywood Boulevard. Empezo a circular de nuevo a velocidad lenta. Primero sin destino, pero pronto encontro un proposito. Todavia no estaba preparado para enfrentarse a Conklin o Mittel, pero sabia donde residian y queria ver sus casas, sus vidas, los lugares donde habian terminado ellos.
Siguio por Hollywood Boulevard hasta llegar a Alvarado y tomo esta hasta la Tercera, donde doblo hacia el oeste. El viaje lo llevo a la zona de pobreza tercermundista de Little Salvador, mas alla de las mansiones apagadas de Hancock Park y despues a Park La Brea, un enorme complejo de apartamentos, condominios y residencias de ancianos.
Bosch encontro Ogden Drive y la recorrio lentamente hasta que vio el Park La Brea Lifecare Center. Era un edificio de doce plantas de hormigon y cristal. Bosch vio, a traves de la fachada de cristal del vestibulo, a un vigilante de seguridad junto a un poste. En Los Angeles ni siquiera los ancianos y enfermos estaban seguros. Miro hacia arriba y advirtio que la mayoria de las ventanas estaban a oscuras. Solo eran las nueve y el lugar ya estaba muerto. Alguien hizo sonar el claxon detras de el y Bosch acelero y se alejo, pensando en Conklin y en como seria su vida. Se pregunto, si al cabo de tantos anos el anciano que ocupaba una habitacion alli pensaba alguna vez en Marjorie Lowe.
La siguiente parada de Bosch fue en Mount Olympus, el chabacano afloramiento de casas modernas de estilo romano que se extendia por encima de Hollywood. Se suponia que la imagen deberia ser neoclasica, pero habia oido que la llamaban «meoclasica». Las enormes y caras mansiones estaban apinadas una junta a otra como los dientes. Habia columnas ornadas y estatuas, pero lo unico que parecia clasico del lugar era el
Cuando encontro el domicilio de Mittel, se detuvo en la calle, petrificado. Era una casa que conocia. Nunca habia estado en su interior, pero todo el mundo la conocia. Era una mansion circular que se alzaba en lo alto de uno de los promontorios mas reconocibles de las colinas de Hollywood. Bosch miro la casa sobrecogido, imaginando las dimensiones del interior y sus vistas desde el oceano a la montana. Con las paredes redondeadas iluminadas desde el exterior con luces blancas, parecia una nave espacial que se hubiera posado en lo alto de la montana y que se disponia a elevarse de nuevo. No era
Una verja de hierro protegia un largo sendero que conducia a la casa. Pero esa noche la verja estaba abierta y Bosch vio varios coches y al menos tres limusinas aparcadas a un lado del camino. Otros vehiculos estaban estacionados en la rotonda del fondo. Bosch solo cayo en la cuenta de que se celebraba una fiesta cuando un destello rojo paso la ventanilla del coche y de pronto la puerta se abrio del todo. Bosch se volvio y vio el rostro de un hombre latino de tez morena vestido con camisa blanca y chaleco rojo.
– Buenas tardes, senor. Nosotros nos ocupamos del coche. Si sube por el camino de la izquierda, le recibiran los relaciones publicas.
Bosch miro al hombre sin moverse, pensando.
– ?Senor?
Bosch salio del Mustang y el hombre del chaleco le entrego un papel con un numero. Despues se metio en el coche y arranco. Bosch se quedo a pie, conciente de que estaba a punto de dejar que los acontecimientos lo controlaran, pese a que sabia que deberia evitarlo. Vacilo y contemplo las luces traseras del Mustang que se alejaba. Dejo que la tentacion lo venciera.
Bosch se abrocho el ultimo boton de la camisa y se ajusto la corbata mientras subia por el sendero. Paso un pequeno ejercito de hombres con chalecos rojos y, cuando llego hasta arriba tras rebasar las limusinas, contemplo una asombrosa vista de la ciudad iluminada. Se detuvo y por un momento se limito a mirar. Veia desde el Pacifico