el una reaccion tan violenta: se lanzo contra la puertecilla como si quisiera tirarse del automovil, luego abrio la boca y, con labios tremulos, pregunto:

– ?Del cielo?

Asenti con la cabeza.

– ?Y son pepinos largos y rosados que hacen picadas como los aviones? ?Eh?

Me sorprendi: decia que no habia leido periodicos y, sin embargo, estaba al tanto de las 'nubes'.

– Las acabo de ver -susurro y, nuevamente, se seco el sudor de la frente: el encuentro con nuestros conocidos de la Antartida lo habia extenuado.

– Bueno, ?y que? -le dije-. Ellas vuelan, se lanzan en picado y tienen el aspecto de pepinos. Empero, no hacen dano. Son simplemente una niebla. Eres un miedoso, ?no lo crees?

– Cualquiera en mi lugar habria tenido miedo -empezo diciendo aun inquieto-. Estuve a punto de enloquecer cuando ellos duplicaron el rebano.

Y mirando hacia los lados, como si temiera que alguien le escuchara, susurrando, agrego:

– Y a mi tambien.

Quizas te has dado cuenta, Yuri, que Mitchell habia experimentado la misma sensacion que experimentamos tanto tu como yo. Estas diabolicas 'nubes' se interesaron por su rebano, hicieron picadas sobre las vacas, y nuestro valiente cowboy trato de alejarlas. Entonces ocurrio algo completamente inexplicable. Uno de los pepinos rosados se aproximo a el, se detuvo sobre su cabeza y le ordeno retroceder. Sin palabras, naturalmente, pero a manera de hipnotizador: retroceda y montese al caballo. Mitchell me relata que no pudo oponerse ni huir. Retrocedio hacia el caballo sin ofrecer resistencia y salto a la silla. Estoy persuadido de que esta vez querian la estructura del jinete, porque de la gente habian adquirido ya una buena coleccion. El resto fue rutinario: niebla roja, inmovilidad absoluta, inactividad completa de los brazos y piernas y la impresion de que se le examina minuciosamente. En una palabra, fue un cuadro muy familiar. A poco, cuando la niebla se disipo, el muchacho volvio en si y no podia creer lo que veia: el rebano se habia duplicado en numero y, a su lado, sobre un caballo, se encontraba otro Mitchell. El caballo era el mismo, y el era el mismo, como ante un espejo.

En ese momento, el joven perdio el control de si mismo. (Recorde que a mi me sucedio lo mismo.) El muchacho corrio, corrio desesperado para alejarse de ese lugar y de la alucinacion, mas al pensar que el rebano no era suyo, sino de su patron y que de el debia responder, el joven se detuvo, recapacito y regreso al lugar de donde habia huido. Al llegar solo encontro la misma cantidad de vacas; su doble a caballo se habia ido y todo estaba tal como antes de la aparicion de las 'nubes' rosadas. Entonces tuvo reflexiones agobiadoras: 'o he visto un espejismo o me he vuelto loco'. Arreo las vacas hacia el corral y emprendio el camino en direccion a la ciudad a fin de ver al patron.

Como tu comprenderas, Yuri, todo esto es el introito de mi carta. Antes de que pudiese tranquilizarlo, me alarme: las nubes venian por la carretera en vuelo rasante. Eran justamente los cerditos de Walt Disney, como las llamo nuestro radista de MacMurdo, y diferentes de los pepinos. Mitchell las vio y guardo silencio, respirando sofocado.

'Ya empieza' pense, recordando sus espolonazos en el 'combate' aereo que tuve contra ellas. Pero esta vez no descendieron, sino que cruzaron a velocidad sonica sobre nosotros como relampagos en un cielo color lila.

– Se dirigen a la ciudad -susurro Mitchell desde el asiento posterior del automovil.

No respondi: ?quien las comprende!

– ?Por que no nos tocaron?

– No les interesamos. Dos personas en un automovil no es para ellas una gran cosa: ?tantos hay! Ademas, yo estoy marcado.

El no comprendio.

– Quiero decir, que ya me conocen -aclare-, y me recuerdan.

– No me gusta nada de esto -afirmo, y callo.

Nuestro silencio duro hasta el momento en que divisamos la ciudad. Nos encontrabamos a una milla de ella, pero, por una razon desconocida, yo no podia reconocerla. Tenia un aspecto extrano, envuelta en un humo color lila, como un espejismo distante sobre arena movediza amarilla.

– ?Que diablos es esto? -exclame-. ?Sera posible que mi cuentakilometros se haya estropeado? Este senala que nos falta una decena de millas para llegar a la ciudad ?y esta ya se divisa!

– ?Mira hacia arriba! -grito Mitchell. Sobre el espejismo de la ciudad las nubes rosadas colgaban a modo de cadena: ora medusas, ora sombrillas. ?No es un espejismo?

– La ciudad no esta en su sitio -dije-. No comprendo nada.

– Nosotros debimos ya haber cruzado por enfrente del motel del viejo Johnson -afirmo Mitchell-. Este se encuentra a una milla de la ciudad.

Recorde el rostro arrugado del dueno del motel y su voz estentorea de comandante: 'En el mundo todo esta al reves, Don. Yo ya comienzo a creer en Dios'. Sostengo que es hora de que yo empiece tambien a creer en Dios. ?Veo tantos milagros asombrosos e inexplicables! Johnson, que de costumbre recibia a todos los automovilistas sentado sobre la escalerita de piedra de su motel, desaparecio sin dejar huellas. Esto de por si era un milagro, porque nunca, en todos los anos que trabajaba en la base aerea, habia dejado de ver a este viejo bonachon sentado en su escalerita, abriendonos la ruta de la ciudad. Un milagro mayor era la desaparicion de su motel. Nosotros no pudimos dejarlo de lado y ni siquiera notamos indicios de construcciones a lo largo de la carretera.

Por el contrario, la ciudad se hacia cada vez mas visible. Sand City, envuelta en humo de color lila, dejo de ser un espejismo.

– Es una ciudad como otra cualquiera -dijo Mitchell-, aunque en ella hay algo insolito. ?No crees que hemos entrado por otra carretera?

Pero habiamos entrado en la ciudad por la carretera usual. Empezaron a surgir las cosas que ya conociamos: las casas rojas cerca de la entrada, el mismo cartelon a traves de la carretera pintorreado con letras grandes: 'Los bistecs mas jugosos son los de Sand City'; y la misma estacion de gasolina. Hasta Fritch, su dueno, llevando como siempre su bata blanca, se encontraba junto al roble destruido por un rayo, preguntando con amable sonrisa: ?En que puedo servirle, senor? ?Aceite? ?Gasolina?'

Capitulo 14 – La ciudad embrujada

Detuve mi automovil con el habitual chirrido de ruedas que conocian todos los duenos de las estaciones de gasolina del lugar.

– ?Hola, Fritch! ?Que le ocurre a la ciudad?

Me parecio que Fritch no me reconocia. El se aproximo a nosotros inseguro, privado de su rapidez habitual en el servicio, como el hombre que desde la oscuridad entrara de repente en una sala iluminada. Lo que mas me intrigaba era sus ojos: sin vida, como los de los muertos. Nos miraban sin vernos. Sin llegar al automovil, se detuvo:

– Buenos dias, senor -saludo indiferente, con una voz seca.

No pronuncio mi nombre.

– ?Que le ocurre a la ciudad? -inquiri gritando-. ?Le salieron alas?

– No lo se, senor -respondio Fritch tan indiferente y monotonamente como antes-. ?Que desea, senor?

No, este no era Fritch.

– ?Hacia donde se fue el motel del viejo Johnson? -pregunte impaciente.

El, sin sonreirse, repitio:

– ?El motel del viejo Johnson? No lo se, senor. -Se acerco mas a nosotros y con una sonrisa artificial, tan artificial que daba miedo, agrego-: ?En que puedo servirle, senor? ?Aceite? ?Gasolina?

– Bueno -le dije-, nos las arreglaremos a nuestro modo. Vamonos, Mitchell.

Cuando me alejaba de la estacion de gasolina volvi la cabeza: Fritch estaba todavia al borde de la carretera, acompanandonos con la mirada helada y sin vida, de los muertos.

– ?Que le sucede a ese individuo? -pregunto Mitchell-. Parece que empezo a beber demasiado temprano.

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