– ?Siendo asi, los automoviles desaparecieron antes de llegar a la barrera de alambres?

– Exacto. Uno tras otro. Durante los diez minutos que permaneci alli, desaparecieron todos en el borde de la carretera. Yo estaba de pie, pestaneando como Rip Van Winkle. Los habitantes de esta ciudad tienen para todas las preguntas una sola respuesta: 'No lo se'. ?Por que los automoviles llevan los faros encendidos? No lo se. ?Hacia donde desaparecen? No lo se. ?Se dirigen acaso al infierno? Tampoco lo se. ?Donde esta la carretera? No lo se. Y sus ojos son glaciales como los de los muertos.

Para mi estaba claro la clase de ciudad que era esta. Todo lo que necesitaba para comprobarlo era una prueba mas: verlo con mis propios ojos. Mire hacia los lados, levante mi brazo y detuve uno de los automoviles que pasaba por la carretera; este se detuvo. Su chofer tenia tambien los ojos glaciales. Empero, me arriesgue a pedirle:

– Yo quisiera llegar a los limites de la ciudad, a dos barrios de aqui, ?me lleva?

– Sientese -propuso indiferente.

Me sente a su lado, en tanto que el gordo y Mitchell, sin comprender nada, se acomodaban en el asiento de atras. El chofer, con apatia, dio la vuelta y acelero el automovil. Dejamos atras estos dos barrios en medio minuto.

– Miren -susurro inquieto Baker. Delante de nosotros, alli donde la carretera era cortada por la arcilla roja, estaba la barrera de alambres espinosos. Solo divisabamos una parte de ella, pues el resto se ocultaba detras de las casas de la carretera, dando la impresion de que la ciudad estaba rodeada de alambres y aislada del mundo de los vivos. Todo lo que veia ahora me lo habia imaginado despues de escuchar el relato de Baker, pero la realidad resulto ser mas absurda que las palabras de este.

– ?Cuidado con los alambres! -grito Baker agarrando el brazo del chofer.

– ?Donde estan? -pregunto este liberando su brazo-. ?Esta loco!

Evidentemente, el no veia los alambres.

– Parate -le dije-, nos bajaremos aqui.

El chofer dejo de acelerar, pero yo ya comenzaba a ver como el radiador se evaporaba en el aire, como si algo invisible se tragara el carro pulgada por pulgada; desaparecia el vidrio delantero, el panel de instrumentos, el volante y las manos del chofer. Esto era tan horrible que instintivamente cerre mis ojos de terror; de subito, un golpe fuerte me lanzo contra la tierra; mi nariz dio de sopeton contra el polvo del suelo y mis pies rozaron el asfalto. 'Cai en el mismo borde de la carretera' pense. ?Pero como fui lanzado a tierra, si la puerta del automovil estaba cerrada y este no se volco? Al levantar la cabeza note la carroceria de un automovil gris, desconocido. A su lado, en el polvo, al borde de la carretera, yacia sin sentido el pobre agente comercial.

– ?Estas vivo? -pregunto Mitchell, arrodillandose a mi lado. Este tenia un ojo amoratado-. A mi me lanzo de frente contra el coche de Baker -me dijo, senalando la maquina enredada en la barrera de alambres.

– ?Y donde esta nuestro automovil?

Se encogio de hombros. Por un minuto o dos permanecimos de pie y en silencio al borde de la carretera cortada, mirando el fenomeno fantastico que nos habia dejado sin automovil. El agente comercial se levanto tambien e hizo suyo nuestro asombro. El milagro se repetia cada tres segundos, cuando los automoviles -a toda velocidad- cruzaban el limite de la carretera. Los 'Fords', 'Pontiacs' y 'Buicks', reyes de la carretera, desaparecian sin dejar huellas, como pompas de jabon. Algunos automoviles se dirigian directamente en direccion a nosotros, pero ni nos moviamos del sitio, porque ellos se evaporaban casi a nuestro lado. Si, se evaporaban, esta es la palabra precisa. Este proceso de desaparicion tan misterioso e inexplicable era visible ahora con claridad al ser iluminado por los rayos del sol. En realidad, no desaparecian de improviso, sino paulatinamente, como si se introdujeran en un agujero del espacio y se volatilizaran de el, comenzando por el radiador y terminando por la chapa de la matricula. La ciudad parecia estar rodeada por un vidrio transparente, tras el cual no existian ni la carretera, ni los automoviles, ni la propia ciudad.

A los tres nos inquietaba probablemente un mismo pensamiento. ?Que hacer? ?Retornar a la ciudad? Pero, ?que clase de milagros nos esperaba todavia en esta ciudad embrujada? ?Que tipo de personas encontrariamos y con quienes podriamos cruzar unas palabras humanas, normales? Hasta este momento no habiamos encontrado ni una persona normal, excepto el viajante gordo. Supuse que los culpables de todo lo acontecido eran las 'nubes' rosadas, a pesar de que los habitantes de la ciudad no se asemejaban a los dobles aparecidos en el Polo Sur. Aquellos eran, o parecian ser, personas, en tanto que estos tenian el aspecto de resucitados que no recordaban nada, a excepcion de la necesidad de ir a algun lugar, conducir el auto, golpear las bolas del billar o beber whisky delante del mostrador del bar. Recorde la version de Thompson y, por primera vez, senti verdadero miedo. ?Sera posible que 'ellos' hayan reemplazado a todos los habitantes de la ciudad? ?Acaso…? No, yo necesitaba hacer un nuevo ensayo psicologico; solamente uno.

– Regresemos a la ciudad, muchachos -les dije a mis acompanantes-. Nosotros debemos poner en orden nuestras ideas, si no queremos ser enviados al manicomio. A juzgar por los cigarrillos, el whisky de la ciudad tiene que ser real.

En ese momento pense en Maria.

Capitulo 15 – La persecucion

Cerca del mediodia llegamos al bar donde trabajaba Maria. El letrero y la vitrina estaban iluminados con luz de neon. Los duenos no economizaban energia electrica ni de dia. Mi chaqueta blanca se encontraba banada de sudor; por suerte, dentro del bar la temperatura era agradable y apenas habia gente. Los taburetes altos del mostrador estaban vacios; algunas parejas susurraban junto a la ventana y un viejo semiborracho en un rincon del bar saboreaba su brandy con jugo de naranja.

Maria no nos oyo al entrar. Ella, de espaldas a nosotros tras el mostrador, colocaba botellas en la estanteria. Trepamos a los taburetes y cambiamos entre nosotros miradas expresivas sin pronunciar palabra. Mitchell estuvo a punto de llamarla, pero le detuve a tiempo, obligandole a guardar silencio: el ensayo psicologico me pertenecia a mi.

Este era el experimento mas dificil de todos en esta ciudad loca.

– Maria -la llame en voz baja.

Ella se dio la vuelta rapida, como si mi voz la hubiese asustado. Sus ojos miopes y semicerrados, desprovistos de espejuelos, y la luz viva que caia del techo cegandola, fueron quizas la causa de su indiferencia para con nosotros. No me reconocio.

Ella iba vestida y peinada como a mi me gustaba: un rizado simple sin presuncion de artista de cine; y sobre su cuerpo jugueteaba el vestido rojo de mangas cortas que yo preferia entre todos. Todo ello evidenciaba una cosa: que ella sabia de mi llegada y me esperaba. Me senti mejor y por unos minutos olvide mis dudas y temores.

– ?Maria! -la llame en voz alta.

Su respuesta fue una sonrisa coqueta con una pequena inclinacion de cabeza, tipica de cualquier muchacha de bar, pero no de Maria: el trato con las personas que conocia era diferente.

– ?Que te sucede, nina? -inquiri-. ?Yo soy Don!

– ?Cual es la diferencia entre Don o John? -respondio ella coqueta y jugando con los ojos; pero sin reconocerme-. ?En que puedo servirle, senor?

– Mirame -le suplique.

– ?Para que? -quiso saber ella asombrada y me miro. Observe no los dos ojos azules y rasgados como los de las muchachas de los cuadros de Salvador Dali, siempre vivos, carinosos y a veces furiosos, sino otros completamente diferentes, frios, muertos, como los de Fritch, los ojos de la muchacha del quiosco de tabaco, los del chofer que se evaporo en la carretera junto con su automovil; los ojos de una muneca. Aparato de cuerda. Brujo. Nada vivo. El ensayo fracaso: en la ciudad no habia seres vivos. Entonces, una decision rapida se apodero de mi: huir, huir a cualquier lugar, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que todo aquel horror se lanzara contra nosotros.

– ?Siganme! -ordene saltando del taburete. El gordo, sin comprender nada, esperaba la bebida encargada; Pero Mitchell lo entendio todo. Este era un joven maravilloso: todo lo cogia al vuelo. Cuando salimos a la calle,

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