inquirio:
– ?Como podre encontrar aqui a mi patron?
– Aqui no lo podras encontrar -afirme-. En este lugar no hay gente, hay solamente brujos y espiritus malignos.
El gordo, sin entender nada, seguia obediente en pos de nosotros: no deseaba quedarse solo en esta ciudad maldita. Yo tenia el temor de que Mitchell tampoco lo comprendia todo; empero, por lo menos, no argumentaba.
Le bastaban los milagros vistos en la carretera.
– Bien; si debemos huir, huiremos -remarco el filosoficamente-. ?Recuerdas donde dejamos el automovil?
Mire a mi alrededor. Mi 'corvette' no se encontraba en la esquina. Quizas lo estacione en algun lugar mas cercano. En el lugar que habia ocupado mi automovil se hallaba ahora una maquina negra de la policia con los faros encendidos. En su interior habia un grupo de policias uniformados, mientras que afuera, junto a la puerta abierta, charlaban dos de ellos. Eran un sargento y un policia raso; este ultimo tenia la nariz achatada como la de un ex boxeador.
Enfrente, cerca de la entrada del 'Banco Comercial', habia dos mas. Todos ellos, como por una orden, empezaron a seguir nuestros movimientos con la misma mirada falta de vida de Fritch, pero ahora fija, concentrada y penetrante. Esto no me gusto…
El sargento cambio unas palabras con los que estaban dentro del automovil. Su mirada penetrante inquietaba. Por lo visto estaban esperando a alguien. '?A nosotros?' me interrogue. Nadie podia sentirse seguro en esta ciudad inventada.
– Rapido, Mitchell -dije en tanto que miraba hacia los lados-, pienso que nos metimos en un gran lio.
Su reaccion fue momentanea.
– ?Al otro lado de la calle! -grito el, echando a correr y cruzando por entre los automoviles estacionados junto a la acera.
Eche tambien a correr, esquive con agilidad un camion que se me venia encima y llegue a la acera opuesta, alejandome del sospechoso automovil negro. ?Y a tiempo! El sargento dio unos pasos por la calle, levanto el brazo y grito:
– ?Eh! ?Detenganse!
Pero yo ya habia doblado hacia una callejuela: una grieta obscura entre edificios sin escaparates ni letreros. El gordo, con una agilidad sorprendente, me alcanzo y, al tomarme por el brazo, grito:
– ?Mire lo que estan haciendo!
Mire hacia atras: los policias en fila india llegaban corriendo al callejon. Al frente corria el sargento jetudo, resoplando y abriendo la funda de la pistola. Cuando se dio cuenta de que yo le miraba, me grito:
– ?Alto ahi o disparo!
Lo que yo menos deseaba era conocer el sistema de su pistola, sobre todo ahora cuando habia adivinado el origen de la ciudad y de sus habitantes. Pero tuve suerte: oi el silbido de la bala despues de esconderme tras la carroceria de un automovil estacionado. La fila apretada de automoviles nos daba la posibilidad de maniobrar con facilidad. Baker y Mitchell, empujados por el terror y mostrando una agilidad asombrosa, se escondian detras de los carros, caminaban a gatas y corrian agachados los trechos descubiertos del callejon.
Yo conocia este callejon. En algun lugar cercano debia haber dos casas divididas por una puerta en forma de arco. A traves de esta podriamos llegar a la calle vecina y detener un automovil o quizas encontrar el nuestro. Nosotros lo abandonamos en la esquina de un callejon como este. O tal vez podriamos escondernos en el taller de reparacion, donde siempre arreglan o sueldan algo. Una semana atras, cuando Maria y yo pasabamos por aqui, el taller se encontraba vacio y en la puerta pendia un candado con un letrerito: 'Se alquila'. Al virar en direccion a la puerta en forma de arco, recorde el taller. Los policias se habian estancado a cierta distancia detras de nosotros.
– ?Siganme! -les grite a mis acompanantes y empuje la puerta del taller.
El candado y el letrerito seguian colgados en ella. Mi empujon no pudo abrirla. Luego el golpe que le di con mi hombro la estremecio haciendola crujir, pero se mantuvo firme. Entonces Mitchell se lanzo contra ella con todo el cuerpo: la puerta se desplomo con estruendo sobre el piso.
Empero, detras de ella no habia nada. La puerta no conducia a ningun lugar. Ante nosotros se encontraba un alfeizar oscuro, lleno de una masa densa y negra como el carbon. Al principio crei que esta era simplemente la oscuridad de un portal carente de luz diurna y trate de avanzar, pero rebote: resulto ser algo elastico como el caucho. Lo podia ver ahora perfectamente: era algo negro y real, perceptible al tocarlo; daba la sensacion de algo compacto y tenso, como la llanta de un automovil inflada o como humo comprimido. Mitchell dio un salto de gato en direccion a la oscuridad, pero reboto igualmente que una pelota. Este 'algo' lo habia lanzado hacia atras. Quizas ni un proyectil de canon lo habria podido penetrar. Yo llegue a la conviccion de que toda la casa era parecida: sin apartamientos, sin gente y llena de la mas completa oscuridad con la elasticidad del caucho.
– ?Que es esto? -pregunto Mitchell asustado. Note que el temor de la manana en la carretera habia vuelto a su rostro. Pero yo no tenia tiempo para analizar las impresiones, y abandone tal proposito. Nuestros perseguidores dejaron oir sus voces a corta distancia del lugar en que nos encontrabamos. Probablemente, ellos estaban ya bajo el arco. Entre nosotros y la sustancia densa y negra habia un espacio estrecho de no mas de un pie, formado por una oscuridad ordinaria, quizas de la misma clase, pero enrarecida hasta la concentracion de la niebla o del gas. Esta era la niebla tipica de Londres, en la cual no se puede ver a mas de una yarda. Sumergi la mano en ella y desaparecio como si hubiese sido cortada de un tajo. Me levante, pegue mi cuerpo a la oscuridad prensada en el alfeizar de la puerta y oi el susurro de Baker que preguntaba:
– ?Donde esta usted?
La mano de Mitchell me encontro y, en el acto, el comprendio como podiamos salvarnos. Ambos introdujimos al viajante gordo en el alfeizar y nos esforzamos en desvanecernos dentro de la oscuridad, haciendo presion hacia adentro para que el traicionero algo no nos rechazara de nuevo. La puerta del taller donde nos habiamos escondido estaba situada detras de una mamposteria de ladrillos. Los policias, que habian penetrado en el callejon, no nos podian ver. Pero hasta un idiota de nacimiento habria comprendido que nosotros no tuvimos tiempo para recorrer el callejon hasta el final y escondernos en la calle adyacente.
– Ellos estan por aqui -llego hasta nosotros la voz del sargento, traida por el viento-. ?Prueba a todo lo largo de la pared!
Las rafagas de los automaticos se sucedieron unas tras otras. Las balas no nos tocaban por la proteccion del saliente de la pared, pero silbaban y rechinaban al chocar contra los ladrillos. Los tres respirabamos pesadamente, transformados en ovillos sudorosos y con los nervios tensos: era una prueba dificil hasta para aquellos que poseyeran nervios de acero. Yo, temiendo que el gordo gritara, embargado por el terror, le puse mi mano en el cuello. 'Si chista, le apretare fuerte'. Pero los disparos se alejaron hacia el lado opuesto del callejon. Los policias disparaban contra todas las entradas y nichos. Sin embargo, no se retiraban: poseian el instinto de un sabueso y la conviccion canina de que la presa no se les iria. Conociendo a ese tipo de sabuesos, le susurre a Mitchell:
– ?Dame tu pistola!
Yo no hubiera hecho esto en una ciudad normal con policias normales, en el caso de haberme encontrado en una situacion similar; pero en esta ciudad embrujada todos los medios se justificaban. Tal fue la razon por la que mi mano, en la oscuridad, apreto firme y sin vacilacion el juguete de Mitchell. Desde el saliente de la pared observe cautelosamente la posicion de los policias, levante la pistola, atrape en la mira la jeta carrilluda del sargento y aprete el gatillo. El disparo retumbo secamente y vi claramente la cabeza del policia estremecerse por el impacto. Crei ver hasta el orificio exacto en el entrecejo de su cara; pero el no cayo, ni siquiera se tambaleo.
– ?Los he encontrado! -grito entusiasmado-. ?Estan detras del saliente!
– ?Fallaste? -inquirio apenado Mitchell. No le respondi. Tenia la plena conviccion de que mi bala habia penetrado en la frente del policia embrujado. No podia errar el blanco: habia ganado premios en competiciones de tiro. Resulto que estos munecos estaban a prueba de las balas; entonces, tratando de dominar el temblor de mis piernas, descargue sobre el sargento todo el cargador de la pistola. Yo hasta logre sentir fisicamente penetrar las balas en el cuerpo detestable del brujo.
Pero, de nuevo, no sucedio nada. El ni siquiera las sintio y ni trato de escapar. ?Tenia el acaso dentro de su