Pero yo, sabiendo que Fritch solo bebia pepsi cola, pense que lo que corria por su cuerpo no era licor, sino algo completamente inhumano.
– El es un muneco -farfulle-, un muneco de cuerdas. 'No lo se, senor. ?En que puedo servirle, senor? ?Que desea, senor?'
Yuri, tu sabes muy bien que yo no soy un cobarde, pero, hablando con sinceridad, mi corazon se contrajo al presentir un peligro inminente. Eran demasiadas las casualidades inexplicables, muchas mas que en la Antartida. Quise dar la vuelta, pero no habia otro camino a la ciudad y ?acaso no era tonto regresar a la base aerea?
– Mitchell, ?sabes donde se encuentra tu patron?
– En el club, posiblemente.
– Entonces empezaremos por el club -le dije y suspire. Quieras o no quieras la ciudad esta ya aqui, asi que no tiene sentido detenernos ahora.
Doble hacia la calle Eldorado y acelere el automovil, pasando a lo largo de los chalets pulcros y amarillos, parecidos a pollitos salidos del cascaron. No se veian transeuntes caminando por las aceras. Todos los habitantes de este barrio viajaban en 'Pontiacs' y 'Buicks'. Pero los 'Pontiacs' y 'Buicks' habian llevado ya a sus duenos a las oficinas y las amas de casa se desperezaban aun en las camas o desayunaban en sus cocinas modernas. El patron de Mitchell desayunaba siempre en el club, sito en un callejon que desembocaba en la calle principal de la ciudad, que se llamaba State Street o la calle del Estado. Me sentia ahora avergonzado por mis temores infundados. El cielo azul, la inexistencia de 'nubes' rosadas sobre nuestras cabezas, el asfalto ablandado por el sol, el viento tibio que hacia volar sobre la carretera pedazos de periodicos, que hablaban seguramente de las 'nubes' rosadas como invento de los locos de Nueva York y de que Sand City estaba protegida contra cualquier invasion cosmica, trajeron a mi mente la idea de que esta era una ciudad real y tranquila, tal como debia ser una ciudad en esta manana de verano.
Por lo menos, esa era mi impresion, Yuri, aunque todo ello resulto ser nada mas que una ilusion. La ciudad carecia de amanecer y ni bullia ni dormia. Lo pudimos notar al doblar hacia la calle del Estado.
– ?No crees que sea muy temprano para ir al club? -le pregunte a Mitchell, pensando por inercia en la ciudad amodorrada.
El se sonrio, porque en aquel momento, como respondiendo a mi pregunta, un grupo de personas detuvo el transito. Mas no era una muchedumbre matutina, ni este era el amanecer de una ciudad. A pesar de que el Astro alumbraba ya todo el firmamento, la iluminacion electrica de las calles continuaba encendida como si la noche pasada no hubiese concluido. Las vitrinas y los anuncios brillaban con luces de neon. Al pasar por enfrente de un cine, disparos atronadores llegaron a nuestros oidos a traves de las puertas de vidrio que cerraban la entrada: James Bond, el temerario, hacia uso de su derecho para matar. Chasqueaban las bolas de billar al rodar sobre las mesas verdes. En el restaurante 'Selena' la orquesta de jazz hacia estremecer las ventanas, dandome la impresion de que cerca cruzaba un tren, y las puertas de los boliches estaban abiertas de par en par. Por las aceras, los transeuntes vagaban, si vagaban, paseaban lentamente sin ninguna premura y ni se apresuraban al trabajo, porque el trabajo ya habia terminado y la ciudad vivia no la vida matutina, sino la vespertina; como si la gente de la calle, en contubernio con las luces electricas, tratara de enganar al tiempo y a la naturaleza.
– ?Por que no apagan la luz? ?Acaso el sol no basta para iluminar? -inquirio Mitchell intrigado.
Sin responderle, me detuve frente a un quiosco de tabacos. Tire sobre el mostrador unas monedas y le pregunte con cautela a la bella vendedora:
– ?Estan de fiesta hoy?
– ?De que fiesta esta hablando? -replico ella entregandome los cigarrillos-. Es una tarde corriente de un dia habitual.
Sus ojos azules y sin vida miraban a traves de mi como los ojos muertos de Fritch.
– ?Tarde? -repeti-. Observe usted el cielo. ?Cree que el sol de la tarde tiene esa posicion? Ahora es manana.
– No lo se -repuso con un tono tranquilo e indiferente-. Ahora es tarde, y yo no se nada.
Me aparte lentamente de la tienda. Mitchell me esperaba en el automovil. Habia oido la conversacion que yo acababa de tener con la muchacha y posiblemente pensaba lo mismo que yo:
?Quienes son los locos, nosotros o los habitantes de la ciudad? ?Y si en verdad es tarde y nosotros estamos alucionados? Observe de nuevo la calle. Esta era un tramo de la Ruta 66 que cruzaba toda la ciudad en direccion a Nuevo Mejico. Los automoviles corrian en dos columnas en ambas direcciones. Eran automoviles norteamericanos corrientes que rodaban por una carretera norteamericana corriente. Pero todos llevaban los faros encendidos.
Impulsivamente y sin pensar en nada, detuve al primer transeunte que encontre en la calzada.
– ?No me toques, muneco maldito! -grito el tratando de deshacerse de mi mano.
El era un hombre gordo, pequeno y agil con una ridicula gorrita de ciclista. Sus ojos, llenos de vida y de furia, me miraban con repulsion. Mire a Mitchell, quien me hacia senas, dandome a entender que el desconocido estaba loco. El desconocido, al notarlo, dirigio su furia contra Mitchell:
– ?Quien esta loco? ?Yo? -chillo el acercandose a Mitchell-. ?Locos estan todos ustedes, todos los habitantes de esta ciudad! Encienden las luces electricas por la manana y responden a todas las preguntas con un: 'No lo se'. Bien, contestame. ?Es de manana o de tarde?
– Es de manana, naturalmente -respondio Mitchell-; pero en esta manana hay algo extrano en la ciudad. No puedo decir lo que es ese algo.
La metamorfosis que tuvo lugar en el gordo fue asombrosa. Dejando sus gritos, rio en silencio y acaricio la diestra sudorosa de Mitchell, mostrando unas lagrimas en su rostro.
– Gloria al Todopoderoso: he encontrado un hombre normal en esta ciudad de locos -dijo finalmente sin soltar la diestra de Mitchell.
– Ha encontrado dos -le aclare, extendiendo mi mano-. Usted es el tercero. Cambiemos ahora nuestras impresiones, quizas logremos comprender este enredo.
Nos detuvimos en el borde de la acera, separados de la carretera por una fila cerrada de automoviles estacionados y vacios.
– Senores, expliquenme lo mas absurdo -comenzo diciendo el gordo-. Expliquenme estos trucos con los automoviles. Estos corren y luego, de improviso, desaparecen, se desvanecen en la nada.
Sinceramente yo no le entendia. ?Que era eso: 'en la nada'? Nos lo explico, mas antes de hacerlo, pidio un cigarrillo para tranquilizarse: 'No fumo, saben, pero los cigarrillos calman los nervios'.
– Mi nombre es Lesley Baker, y mi especialidad es agente comercial: ropa de mujer y cosmeticos. Estoy todo el tiempo de viaje, un dia aqui, otro dia alla, como un nomada. Arribe a este lugar en ruta hacia Nuevo Mejico, por la carretera N° 66. Yo viajaba horriblemente mal, como un caracol. Recuerdo ahora un gran camion verde que iba delante de mi y no me dejaba pasar. ?Saben ustedes lo que es ir despacio? El dolor de muelas es una delicia en comparacion con eso. A mi memoria llega tambien el recuerdo de aquel letrero: 'Esta usted entrando en la ciudad mas tranquila de los Estados Unidos'. Y la ciudad mas tranquila crea cosas que no se ven ni en las manos de los prestidigitadores. En los limites de la ciudad, alli donde la carretera sin aceras ya se ensancha, trate de nuevo de pasar al camion que me torturaba. Acelere, vire levemente a la izquierda y… aquel desaparecio, se desvanecio. ?No lo comprenden? Yo tampoco lo comprendi. Vire levemente a la izquierda y reduje mi marcha, mas al mirar a ambos lados de la carretera no vi el camion: desaparecio, se diluyo como azucar en una taza de cafe. Y en ese momento choque contra una barrera de alambres espinosos. Por suerte yo corria despacio.
– ?De donde aparecio esa barrera de alambres en la carretera? -inquiri asombrado.
– ?En que carretera? Alli ya no habia ninguna carretera; esta desaparecio junto con el camion. Habia tan solo un valle rojo pelado con una islita verdosa a distancia, y todo ello rodeado por una barrera de alambres. Era propiedad privada. ?No lo creen? Al principio yo tampoco lo creia. Bien, desaparecio el camion, al diablo con el; pero, ?que sucedio con la carretera? ?Delire acaso? Cuando me di la vuelta, estuve a punto de morir de terror: un 'Lincoln' negro se lanzaba sobre mi y la barrera. Esta era la muerte negra que se acercaba a una velocidad de no menos de 100 millas por hora. Yo ni salte de mi coche, solo cerre los ojos: era mi final. Transcurrio un minuto y el final no llegaba. Abri los ojos: ni final ni 'Lincoln'
– ?Y no cruzo por su lado…?
– ?Hacia donde? ?Por que carretera?
– Entonces, ?desaparecio tambien?
El asintio.