mas su aspecto militar. Recto, como una regla, cruzo por delante del portero frances calvo, y de repente, se detuvo, se volvio y pregunto:
– ?Etienne?
Tuve la impresion de ver dibujarse el miedo en los ojos frios e indiferentes del portero.
– Si, ?que desea, senor? -inquirio este con su tono profesional.
Aminore la marcha.
– ?Me recuerdas? -pregunto el bigotudo, sonriendose levemente.
– Si, le recuerdo, senor -contesto el portero casi susurrando.
– Eso es muy bueno -afirmo el bigotudo-. Es muy agradable saber que la gente se recuerda de uno.
Y siguio su camino al restaurante. Yo, retumbando intencionadamente los peldanos crujientes de la escalera, descendi y, con aspecto de inocente, le pregunte al portero:
– ?No conoce usted a ese senor que acaba de pasar por su lado en direccion al restaurante?
– No, senor -respondio el frances, deslizando por mi rostro su mirada indiferente-. Es un turista de la Alemania Occidental. Si desea saberlo con exactitud, lo podriamos buscar en el libro de registro.
– No, no vale la pena -le detuve, y segui mi camino olvidando lo que habia ocurrido.
– ?Yuri! -grito una voz conocida cuando yo entraba en el restaurante.
Me di la vuelta. Era Donald Martin, quien se levanto levemente en forma de saludo. Llevaba de vestimenta su absurda cazadora de gamuza y una camisa de cowboy abigarrada de cuello abierto. Estaba sentado solo en la mesa larga del restaurante. Levanto una botella de brebaje marron y bebio directamente de ella. Luego, al abrazarme, me lanzo a la cara un olor a vino que apestaba. Empero, no estaba ebrio; era el mismo Martin, grande, ruidoso y resuelto, cuya presencia ahora me acercaba a aquellos acontecimientos vividos juntos en el desierto glacial, al misterio sin desentranar aun de las 'nubes' rosadas y a la esperanza secreta, caldeada despues de las palabras de Zernov: 'Usted, Martin y yo estamos marcados. Nos mostraran aun algo nuevo. Temo que sea asi'. A decir verdad, yo no temia, sino que esperaba con impaciencia ese algo.
Antes de que tuviesemos tiempo para rememorar nuestras aventuras, los camareros comenzaron a preparar la mesa para la cena. Zernov e Irina entraron en el restaurante y se acercaron a nosotros. Nuestra parte de la mesa adquirio de repente gran animacion. Y acaso por eso, una joven dama y una nina con lentes se sentaron en el lado opuesto, alejado de nosotros. La nina coloco junto al cubierto un libro grueso con tapa irisada y un dibujo abigarrado. Frente a ellos se sento un cura provincial -los de Paris no viven en hoteles-, de rasgos bondadosos, quien al mirar a la muchacha manifesto:
– ?Que nina mas pequena y ya lleva espejuelos! ?Ay!, ?ay!, ?ay!
– Es que lee demasiado -se quejo la madre.
– ?Y que lees, nina? -quiso saber el cura.
– Cuentos -respondio la nina.
– ?Cual de ellos es tu preferido?
– El flautista de Hamelin.
El cura, indignado, replico:
– No acierto a comprender por que dejan que los ninos lean esas historias. ?Y si la nina tiene una gran imaginacion y ve toda esa diablura en suenos?
– ?Oh! Eso no tiene importancia -expreso la dama con indiferencia-. La leera y la olvidara.
Irina distrajo mi atencion:
– Cambiemos de asiento -me sugirio-. Deja que ese tipo me mire por la espalda.
Me di la vuelta y vi a mi espalda al hombre de bigotes en forma de flecha y a quien el portero no quiso reconocer como a su conocido: quizas no era una amistad muy agradable. El bigotudo observaba a Irina con persistencia.
– Tienes mucha suerte -le dije a Irina-. ?Es otro viejo amigo?
– Lo conozco tanto como a ese portero con aspecto de lord. Nunca le he visto antes.
En ese momento se sento junto a nosotros un periodista de Bruselas. Yo le habia visto en la conferencia de prensa. Habia llegado una semana antes y practicamente conocia a todos los presentes.
– ?Quien es ese tipo? -le pregunte senalando al bigotudo.
– Lange -respondio el belga arrugando el entrecejo-. Hermann Lange. De la Alemania Occidental. Si no me equivoco tiene un bufete de abogado en Dusseldorf. Es un individuo poco agradable. A su lado, no en la mesa grande, sino en la adjunta, usted puede ver a un hombre con el rostro y las manos contraidas. Ese es un personaje celebre en Europa. Es Carresi, el productor de cine italiano, muy de moda en la actualidad, y esposo de Violetta Cecci, que no se encuentra aqui porque esta terminando de filmar una pelicula en Palermo. Comentan que el esta preparando para ella una pelicula sensacional de guion propio, y cuyo contenido es una variacion de temas historicos: capas y espadas. A proposito, el individuo que esta sentado al frente de el con una venda negra sobre el ojo es tambien tan celebre como Carresi. El es Gaston Mongeusseau, el primer floretista de Francia…
Continuo nombrandonos las celebridades presentes en la sala y dandonos detalles de sus vidas, detalles que olvidamos en el acto. Lo unico que le obligo a callar fue la cena. Ignoro por que todos hicimos mutis. Un silencio extrano se apodero de la sala, dejando oir solamente el resonar de los cuchillos y de los platos. Mire a Irina: esta comia tambien en silencio, perezosamente, de mala gana y con los ojos entornados.
– ?Que te sucede? -le pregunte.
– Quiero dormir -respondio, ahogando un bostezo-. Me duele la cabeza. No, no esperare a los dulces.
Se levanto y abandono la sala. En pos de ella siguieron otros. Zernov, despues de guardar unos minutos de silencio, dijo que tambien se marchaba, pues tenia que leer algunos materiales sobre su discurso. El belga se fue tambien. Tras unos minutos, el restaurante quedo practicamente vacio, exceptuando a los camareros que caminaban dando vueltas por las mesas como moscas amodorradas.
– ?Por que esa huida general? -le pregunte a uno de ellos.
– El ambiente esta impregnado de una sonolencia extrana, senor. Pero, ?es que usted no siente nada? Dicen que la presion atmosferica ha sufrido un cambio brusco. Habra tormenta, seguramente.
Y cruzo por mi lado caminando como un sonambulo.
– ?No le temes a las tormentas? -interpele a Martin.
– No, en la tierra no -respondio riendose.
– ?Veremos como son las noches Parisienses!
– ?Que le sucede a la luz? -pregunto el.
La luz se extinguia o, mas bien, adquiria un matiz de color rojo turbio.
– No entiendo nada.
– Es la niebla roja de Sand City. ?Leiste mi carta?
– ?Crees que sean ellos de nuevo? Absurdo.
– ?Y si descendieron sobre Paris?
– ?Y por que precisamente sobre Paris y justamente sobre nuestro hotel?
– ?Quien sabe! -exclamo Martin suspirando.
– Vamos a la calle -propuse.
Cuando pasabamos enfrente de la oficina de los porteros, note que esta era diferente que antes. Ademas, todo alrededor parecia haber cambiado: las cortinas eran otras, una pantalla ocupaba el lugar de la arana y aparecio un espejo que no habia antes. Le comunique a Martin mis observaciones, pero el, con ademan de indiferencia, me repuso:
– No lo recuerdo. ?Cosas que estas inventando!
Al observar detenidamente al portero, quede mas sorprendido aun: este era otro. Era muy parecido al primero, casi identico, pero otro. Este era mucho mas joven, sin calvicie y con un delantal de rayas que no le habia visto antes. ?Era este el hijo del portero?
– Vamos, vamos -me apresuro Martin.
– ?A donde se dirigen, senores? -quiso saber el portero deteniendonos. En su voz, segun note, habia inquietud.
– ?Acaso a usted no le es igual? -le pregunte en ingles para que nos respetara mas.
Empero el, sin prestar atencion a mis palabras, nos dijo tremulo:
– Hay toque de queda, senores. Ustedes no deben salir. Estan arriesgando sus vidas.
– ?Que le sucede a este hombre? ?Se ha vuelto loco? -consulte a Martin.