mesa, a la cual estaba sentado nuestro portero del hotel, no el lord calvo con el rostro plegado, sino su copia joven que nos salio al encuentro en el hall extranamente transformado del hotel.
– Mama, ?por que piensas que yo los quiero entregar? -inquirio el sin mirarnos siquiera.
– Porque es tu deber encontrar a los pilotos ingleses. Yo se que quieres entregarlos, quieres, pero no puedes.
El joven Etienne suspiro profundamente:
– No, no puedo.
– ?Por que?
– Porque no se donde estan escondidos.
– Averigua.
– Mama, ya no me creen.
– Lo importante es que Lange te crea. Entregales esta mercancia; hablan tambien ingles.
– Ellos son de otro tiempo y no son ingleses. Vinieron para participar en el Congreso.
– En St. Dizier no hay ningun Congreso.
– Mama, ellos estan en Paris, en el hotel 'Au Monde'. De eso hace ya muchos anos y yo he envejecido.
– Tu tienes treinta anos ahora, y ellos estan aqui.
– Lo se…
– Entonces, entregalos a Lange.
Mentiria si afirmara que comprendia todo lo que sucedia, pero una conjetura vaga surgio en mi conciencia, aunque no tenia tiempo para sopesarla con calma: entendia que los acontecimientos y las gentes que nos rodeaban no eran ilusorios y que el peligro encerrado en sus palabras y acciones era un peligro real.
– ?De que hablan ellos? -se intereso Martin. Le aclare.
– Esta es una locura total. ?A quien nos quieren entregar?
– Supongo que a la Gestapo.
– Te has vuelto loco tambien.
– No, no me he vuelto loco -objete lo mas tranquilo posible-. Debes comprender que nos encontramos en otro tiempo, en otra ciudad y en otra vida. Ignoro, no solo el como y el porque de esta copia, sino tambien como saldremos de aqui.
Mientras hablabamos, Etienne y la anciana callaban, como si los hubieran 'desconectado'.
– ?Brujerias! -exploto Martin-. Ahora mismo saldremos de aqui. Ya tengo experiencias en asuntos como este.
Martin le dio la vuelta a Etienne, lo agarro por la solapa y lo sacudio:
– ?Escucha, hijo de la gran…! ?Donde esta la salida? ?No dejare que te burles de los seres vivos! ?Entiendes?
– ?Donde esta la salida? -repitio el papagayo-. ?Donde estan los pilotos?
Senti escalofrios. Martin, furioso, tiro a Etienne a un lado como a un muneco, haciendole volar y caer junto a la pared. Alli, vislumbrose una abertura cubierta por una niebla roja.
Martin se lanzo a traves de ella y yo le segui. La situacion cambiaba como en una pelicula: de obscuridades a obscuridades. Y aparecimos en el hall del hotel que Martin y yo habiamos abandonado minutos atras. Etienne, que habia recibido un trato tan inhumano por parte de Martin, se encontraba ahora escribiendo algo en su oficina y no nos notaba, o tal vez lo fingia.
– ?Que milagros! -suspiro Martin.
– ?Cuantos habra todavia! -agregue.
– Este no es nuestro hotel.
– Eso fue lo que te dije cuando salimos a la calle.
– Salgamos de nuevo.
– Vamos.
Martin camino rapido hacia la puerta de salida y, de repente, se detuvo: estaba bloqueada por soldados armados con automaticos como en las peliculas sobre la segunda guerra mundial.
– Necesitamos salir a la calle. A la calle -repitio Martin, senalando la oscuridad.
– Verboten! -gruno el aleman-. Zuruck! -y empujo a Martin con su arma.
Martin, limpiandose el sudor de la frente, retrocedio, furioso aun.
– Sentemonos y conversemos -le propuse-. Por suerte no han empezado a disparar todavia contra nosotros. Martin, no tiene sentido correr.
Nos sentamos a la mesa redonda, cubierta por un mantel de felpa polvoriento. Este era un hotel vetusto, mucho mas viejo que nuestro 'Au Monde' Parisiense. No poseia nada de que vanagloriarse: ni prosapia, ni tradicion; solo polvo, trastos viejos y, probablemente, un terror que se agazapaba en cada objeto.
– En realidad, ?que es lo que ocurre? -pregunto cansado Martin.
– Ya te lo dije. Estamos en otra vida y en otro tiempo.
– No lo creo…
– ?No crees que esta vida es real? ?No crees que sus armas son verdaderas? En un abrir y cerrar de ojos pueden acribillarte a balazos.
– Otra vida -repitio con odio Martin-. Todas sus copias son sacadas de la realidad, pero, ?y esta?
– No lo se.
De la oscuridad que rodeaba el hall, emergio Zernov. En el primer momento pense que el era un doble, pero la intuicion me convencio de su existencia real. Estaba tranquilo, como si no hubiese ocurrido nada, y no mostro sorpresa o inquietud al vernos. Sin embargo, en su interior bullia un volcan de intranquilidad -no podia ser de otro modo- que no mostraba, porque sabia dominarse. El era asi.
Aproximandose a nosotros y mirando hacia los lados, Zernov dijo:
– Martin, a mi parecer usted esta de nuevo en la ciudad embrujada y nosotros le acompanamos.
– ?Sabe usted que ciudad es esta? -le pregunte.
– Quizas Paris, pero no Moscu.
– Ni una ni la otra. Esta es St. Dizier, ciudad que se encuentra al sureste de Paris, si mal no recuerdo. Es una ciudad de provincia que se encuentra ahora en el territorio ocupado.
– ?Ocupado por quien? Aqui no hay guerra.
– ?Esta seguro de ello?
– Anojin, ?no esta usted delirando?
No, Zernov era magnifico con su imperturbabilidad.
– Ya delire una vez en la Antartida -repuse mordaz-. Alla deliramos juntos. ?Sabe usted en que ano estamos? No en nuestro 'Au Monde', sino aqui, en esta novela de misterio. ?Lo sabe? -inquiri, y para que no sufriera continue-: ?En que ano los soldados alemanes gritaban 'Verboten!' y buscaban paracaidistas ingleses en Francia?
Zernov seguia aun sin comprender mis palabras y esforzandose por encontrar una idea que surgia en su mente.
– Cuando me dirigia a este lugar note la niebla roja y la transformacion que sufrio el ambiente, pero no pude suponerme nada igual a lo que acaba de decirme. -Observo a los soldados rigidos entre la luz y la sombra.
– Si, estan vivos -le dije sonriente-. Y sus armas son reales. Si se aproxima a ellos le gritaran amenazando con el automatico: 'Zuruck!…' Martin ya lo probo.
En los ojos de Zernov se dibujo esa curiosidad tan frecuente en los cientificos:
– ?Y que creen ustedes que esta siendo copiado ahora?
– El pasado de alguien. Pero no por eso es menos grave para nosotros. Zernov, ?de donde ha llegado usted?
– De mi habitacion. Me intrigaba el matiz rojo de la luz y, al abrir la puerta, me encontre de pronto en este lugar.
– Preparese para lo peor -le aconseje cuando vi a Lange.
De la sombra surgio el abogado de Dusseldorf del que me habia hablado el belga. Era el mismo Hermann Lange de mostachos en flecha y el pelado corto. Era el, aunque un poco mas alto, mas elegante y un cuarto de siglo mas joven. Llevaba puesto un uniforme militar negro que apretaba su talle juvenil, con la svastika en la