– No le prestes atencion -me respondio-. Vamos. Y salimos a la calle.

Mas, al salir, nos detuvimos de golpe, como si hubiesemos chocado contra algo y nos agarramos de la mano para no caer. La oscuridad nos rodeaba completamente; no se veian ni sombras ni rayos de luz, solo una tenebrosidad densa y negra como tinta china.

– ?Que es esto? -inquirio ronco Martin-. ?Paris sin luz?

– Ignoro lo que haya sucedido.

– Las casas parecen arrecifes en la noche sin estrellas. No brilla ni la mas pequena luciernaga.

– Parece que se ha paralizado toda la red electrica.

– No se ven ni velas, ni refulge nada.

– ?No crees, Martin, que deberiamos regresar al hotel?

– No -respondio tercamente-, yo no me entrego tan facilmente. Echemos una ojeada a este ambiente.

– ?A que? -inquiri.

Martin, sin responderme, comenzo a caminar, penetrando mas aun en la oscuridad. Yo iba en pos de el agarrandolo por un bolsillo. Nos detuvimos nuevamente. Una estrella brillo en la inmensa negrura del firmamento. Y algo centelleo a nuestro lado. Mis manos buscaron el origen del centelleo y chocaron con un vidrio. Nos encontrabamos ante una vitrina. Sin alejarme de Martin y atrayendolo hacia mi, palpe la superficie del cristal.

– Esto no estaba aqui -le dije, deteniendome…

– ?Que? -quiso saber Martin.

– Esta vitrina. Y no solo la vitrina; la tienda tampoco estaba aqui. Cuando Irina y yo cruzamos por aqui, en este mismo lugar se hallaba una verja de hierro; mas ya no esta aqui.

– Espera -dijo Martin poniendose en guardia. Por su mente no cruzaban ni la vitrina ni la verja: aguzo el oido.

Un estrepito continuo oyose no lejos de nosotros.

– Parece un trueno -senale.

– Es mas parecido a una rafaga de automatico -objeto Martin.

– ?No bromeas?

– ?Crees acaso que no puedo diferenciar los disparos de los truenos de tormenta?

– Despues de todo, ?no piensas que deberiamos regresar?

– Caminemos un poco mas. Tal vez logremos encontrar a alguien. ?A donde se fue la poblacion de Paris?

– Siguen disparando. Pero, ?quien? ?Y contra quien?

Como confirmando mis palabras, el automatico traqueteo de nuevo. El ruido fue ahogado por un automovil que se acercaba. Dos haces de luces irrumpieron en la oscuridad y lamieron el adoquinado del pavimento. Me inquiete: ?Por que habia adoquines, si las dos calles que contorneaban el hotel estaban asfaltadas?

Martin me empujo hacia la pared y presiono mi cuerpo contra ella. Un camion lleno de hombres cruzo por nuestro lado.

– Soldados -dijo Martin- con uniformes, cascos y armas.

– ?Como lo notaste? -inquiri asombrado-. Yo no pude distinguir nada.

– Mis ojos estan entrenados.

– ?Sabes una cosa? -pense en voz alta-. Sospecho que no estamos en Paris. Pienso que el hotel es otro, y otra es la calle.

– A eso me referia.

– ?A que?

– ?Te acuerdas de la niebla roja del hotel? Ellos descendieron sobre Paris; eso es irrefutable.

En ese momento alguien abrio sobre nuestras cabezas una ventana. Oyose el chirrido del marco y el tintineo del vidrio mal asegurado. No despidio luz. Pero desde la oscuridad, sobre nuestras cabezas, llego hasta nosotros la voz ronca y gutural, tipica de un locutor frances:

'?Atencion! ?Atencion! Escuchen la informacion de la comandancia de la ciudad. Los dos pilotos ingleses que por la manana descendieron en paracaidas desde un avion derribado, se encuentran aun en las cercanias de St. Dizier. Dentro de un cuarto de hora empezara el registro. Sera peinada manzana tras manzana, casa tras casa. Todos los hombres que se hallen en la casa que esconda a los paracaidistas, seran fusilados. Solo la entrega a tiempo de los paracaidistas ocultos podra detener la operacion'.

Oyose un chasqueo dentro de la radio y la voz callo.

– ?Has entendido algo? -le pregunte a Martin.

– Un poco. Estan buscando a unos pilotos ingleses.

– ?En Paris?

– No, en una ciudad llamada St. Dizier.

– ?A quien van a fusilar?

– A todos los hombres que se encuentren en la casa donde esos dos pilotos esten escondidos.

– ?Por que? ?Acaso Francia esta en guerra con Inglaterra?

– ?Es que estamos delirando? ?O nos han hipnotizado y vemos un sueno? Dame un pellizco.

El pellizco de Martin me hizo gritar.

– ?Calla! Nos pueden tomar por los pilotos ingleses.

– Es cierto -observe-. Tu eres casi ingles. Y piloto tambien. Regresemos, todavia estamos cerca del hotel.

Di un paso en la oscuridad y me encontre en una habitacion iluminada; mas exactamente, solo una parte de ella estaba iluminada, como si a la oscuridad le hubiesen arrancado un pedazo y lo hubieran alumbrado con el fin de filmar. La ventana se cubria con una cortina, la mesa, con un hule de color; un papagayo grande y abigarrado descansaba sobre una canita dentro de una jaula y una anciana limpiaba el fondo sucio de la jaula con un algodon.

– ?Entiendes algo de todo esto? -susurro Martin a mi espalda.

– No, ?y tu?

Capitulo 19 – Este mundo, loco, loco, loco

La anciana levanto la cabeza y nos miro. En su rostro apergaminado y palido, en sus bucles canosos y en su chal severo de Castilla habia algo artificial, casi no real e inverosimil. Sin embargo, ella era una persona. Sus ojos penetrantes parecian enroscarse en nosotros fria y aviesamente. El papagayo era tambien real. Se dio la vuelta hacia nosotros y nos mostro su hinchado pico.

– Excusenos, madam -empece diciendo en mi frances escolar-. Hemos llegado a este lugar por accidente. Posiblemente su puerta estaba abierta.

– Aqui no hay puerta -repuso la anciana. Su voz era rechinante como las escaleras de nuestro hotel.

– Entonces, ?como hemos entrado?

– Usted no es frances -rechino ella sin responderme-. ?Verdad?

Yo tampoco le respondi. Di un paso hacia atras y choque contra la pared.

– Efectivamente, aqui no hay puerta -recalco Martin.

La anciana se echo a reir con malicia:

– Ustedes hablan el ingles como lo habla Peggy.

– Do you speak English?! Do you speak English! -chillo el papagayo.

Me senti incomodo. No experimentaba temor, pero algo parecido a un espasmo apretaba mi garganta. ?Quien se ha vuelto loco? ?Nosotros o la ciudad?

– Su habitacion tiene una iluminacion muy extrana -le dije-. No se ve ni la puerta. ?Donde esta? Nos iremos en seguida, no se asuste.

La anciana se rio de nuevo con malicia:

– Los que se asustan son ustedes. ?Por que no desean conversar con Peggy? Hablenle en ingles. Etienne, ellos tienen miedo; temen que tu los entregues.

Mire a mi alrededor: la habitacion habia adquirido mas claridad y anchura. Ya se distinguia el otro lado de la

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