– Lo mas curioso de todo esto es que nos dejan el campo libre para actuar y no se entrometen ni nos controlan; para que comprendamos.

– Martin y yo no comprendimos nada -le dije-. Hasta el momento no comprendo por que nos permitieron alterar la copia.

– ?No acierta a ver en ello un experimento? Ellas estudian, prueban y combinan. Exponen la memoria de alguien y crean un cuadro del pasado. Ahora bien, esto no es una pelicula, sino el curso de una vida. El pasado da la impresion de transformarse en presente y de darle forma al futuro. Siendo asi, si se introdujeran nuevos factores en el presente, el futuro cambiaria indefectiblemente. ?He ahi el quid de la cuestion! Nosotros somos ese nuevo factor, la base del experimento. Con nuestra ayuda reciben dos exposiciones de un mismo cuadro y de ese modo pueden compararlas. ?Cree usted que comprenden todo de nuestra conducta? De seguro que no. Esa es la razon por la que realizan continuamente experimentos, uno tras otro.

– Si, y mientras tanto nosotros somos los que sufrimos -le dije.

Parecia que la niebla se despejaba. Zernov tambien lo notaba.

– ?Cuantos escalones logra usted contar? -interrogo.

– Diez -repuse.

– Antes podiamos contar seis. El resto de los escalones se perdia en una mezcla rojiza. Me fastidia ya esta 'isla de la salvacion'. Me duele la espalda. ?No cree que deberiamos arriesgarnos… a entrar en mi habitacion? Alli descansariamos, por lo menos, como personas.

– Mi habitacion esta situada un piso mas alto.

– Vayamos a la mia, que esta mas cerca-. Zernov senalo una puerta proxima, ahogada aun en el humo rojo-; ?Nos aventuramos?

– Si.

Nos introdujimos en la neblina roja y nos aproximamos cuidadosamente a la puerta. Zernov la abrio y entramos.

Capitulo 23 – Desafio

Pero la habitacion no existia: ni techo, ni paredes, ni piso. En su lugar se extendia un camino ancho, cubierto por un polvo gris. Todo a nuestro alrededor tenia el mismo matiz gris: los arbustos que colindaban con el camino, el bosque detras de los arbustos, todo deforme y grotesco como en los dibujos de Gustavo Dore, y el cielo que se cernia sobre el bosque y por el que se deslizaban nubes sucias y desgrenadas.

– Cruzamos el Rubicon -dijo Zernov, mirando hacia los lados-. ?Donde hemos caido?

El camino se bifurcaba: hacia la derecha, contorneaba una pequena colina y se hundia en un rio no visible; hacia la izquierda, cruzaba por detras de un roble enorme, tambien gris, como si hubiera sido embadurnado con polvo de grafito. Desde esa direccion, nos llegaba la melodia interpretada por una flauta de pastores o, mas bien, por un caramillo infantil. Deduje esto ultimo por los sonidos primitivos y monotonos del latoso y triste estribillo.

Echamos a andar en esa direccion y logramos ver una procesion inimaginable. Eran unas decenas de ninos de edad escolar vestidos unos con camisas hasta las rodillas, otros, con pantalones. Llevaban unos trajes absurdos y gorros conicos adornados con pinceles. Delante de la procesion iba un hombre desgrenado, vestido de igual modo. Sobre sus medias largas de lana llevaba puestos unos zapatos ordinarios con hebillas de hojalata. Tocaba con su flauta una cancion que hipnotizaba a los ninos. Hipnotizar es la palabra precisa, porque los ninos se movian sonolientos, taciturnos y sin mirar hacia los lados, mientras que el guia continuaba tocando su instrumento a paso de soldado y levantando el polvo gris del camino.

– ?Eh! -grite, cuando la procesion llego hasta nosotros.

– Detengase -me rogo Zernov-. Esto es un cuento.

– ?Que cuento?

– El cuento del flautista de Hamelin. ?No lo recuerda?

A la distancia, en el recodo del camino que contorneaba el bosque deforme, divisabanse los techados goticos de una ciudad medieval. Y los ninos, hipnotizados por la flauta encantada, pasaban sin detenerse y se alejaban cada vez mas hacia adelante.

Intente atrapar al ultimo nino de la procesion, descalzo y con pantalones andrajosos, pero choque contra una cosa desconocida y cai sobre el camino.

Ninguno se dio la vuelta.

– Este es un polvo muy raro -afirme, mientras me sacudia-, pues no deja huellas.

– Quizas no haya ningun polvo, ni camino alguno -dijo Zernov sonriendose, y agrego-: Esta es una vida falsa. ?Recuerda lo que hablamos?

El pensamiento que me habia torturado durante largo rato, me dio, al fin, la solucion.

– ?Sabe usted por que todo esto tiene el color gris? Porque este es el sombreado, con lapiz o pluma, de la ilustracion de un cuento infantil. Sombreado y esfumacion, sin ningun color. Es la ilustracion de un libro para ninos.

– Hasta sabemos de que libro. ?Recuerda usted al cura y a la nina del hotel?

No respondi: algo cambio repentinamente. La flauta callo. Su sonido fue reemplazado por el ruido lejano de cascos de caballos que trotaban por el camino. La niebla roja y familiar oculto los arbustos. A poco, se disipo y los arbustos aparecieron verdes. El bosque desaparecio y el camino descendia ahora por una pendiente adornada de vinedos a ambos lados. Mas alla, hacia la lejania, justamente como en Crimea, azuleaba el mar. Todo habia adquirido su color: el cielo azul, que surgia timido entre las nubes, la arcilla roja entre las rocas y la yerba amarilla y seca por los rayos implacables del sol. Hasta el polvo del camino habia adoptado su tono natural.

– Alguien se acerca galopando -dijo Zernov-. El espectaculo no ha concluido aun.

Por el recodo del camino se hicieron visibles tres jinetes. Galopaban en fila y tras el ultimo corrian dos caballos ensillados. La cabalgata se detuvo junto a nosotros. Los tres tenian puestas diferentes corazas e iguales jubones con botones de cobre. Sus botas de montar, enrojecidas por el uso, estaban cubiertas con un barro gris.

– ?Quienes son ustedes? -interrogo en mal frances el jinete de mayor edad. Sus barbas de una semana se extendian por el rostro. Con su coraza y su espada sin vaina uncida a la cintura, asemejabase a un individuo salido de una novela historica.

?'Que siglo sera este? -me pregunte mentalmente-. ?Sera acaso el de los tiempos de la Guerra de los Treinta Anos? ?Quienes seran estos individuos? ?Soldados de Wallenstein o de Carlos XII? ?No seran acaso jinetes suizos que andan por Francia? ?En que Francia? ?En la Francia anterior o posterior a Richelieu?'.

– ?Son ustedes papistas? -inquirio el jinete.

Zernov se echo a reir: el aspecto de este jinete era verdaderamente comico para nuestros dias.

– Nosotros no tenemos ninguna creencia -replico el en buen frances-. No somos ni cristianos. Somos ateistas.

– Mi capitan, ?que dice ese senor? -quiso saber el jinete mas joven. Hablaba en aleman.

– Ni yo le entiendo -le explico el de mayor edad en aleman-. Sus trajes son extranos, como los que llevan los bufones en la feria.

– Capitan, ?y si nos hemos equivocado? Puede ser que no sean ellos, ?no cree?

– ?Y donde piensas que podriamos encontrar a los otros? Deja que Bonnville se las arregle como pueda-. Y dirigiendose a nosotros agrego en frances-: Vengan con nosotros.

– Yo no se -repuso Zernov.

– ?Que no sabe?

– No se montar a caballo.

El jinete se echo a reir y tradujo al aleman.

Ahora reian todos: '?No sabe! ?Ja, ja, ja! ?Posiblemente es un doctor!'

– Coloquenlo en el medio. Ambos se colocaran a su lado para que no se caiga. ?Y tu? -inquirio el dandose la vuelta hacia mi.

– No deseo ir a ninguna parte -repuse.

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