La espada era ligera y aguda como una aguja y carecia del familiar guardapuntas, que ordinariamente cubre el filo de las armas de deporte. Pero tenia, en cambio, una guarnicion esferica, pulida, que protegia mi mano. Su empunadura era tambien comoda. Agite su hoja en el aire y oi el silbido que producia, el cual me trajo a la memoria aquellos dias en que practicaba esgrima con mi equipo.

– L'attack de droit -dijo Bonnville.

Traduje mentalmente: 'ataque por la derecha'. Bonnville me advertia ironicamente su plan de ataque. Y en ese mismo instante, ataco.

Lo rechace.

– Parre -dijo. En el idioma de los esgrimistas significaba que me felicitaba por la brillante defensa.

Retrocedi un poco protegiendome con mi espada que era mas larga que la de Bonnville, lo que me daba ventajas en la defensa. Trate de recordar los consejos de mi instructor de esgrima: 'No te dejes enganar; si el retrocede, tu florete cortara el aire. No ataques antes de tiempo'. Le hice creer que pasaba a la defensa. Salto como un gato y lanzo esta vez la estocada por la izquierda:

Lo rechace de nuevo.

– Perfecto -subrayo Bonnville-. Usted posee intuicion. Su suerte radica en que yo ataco con la mano izquierda; de hacerlo con la derecha, estaria en estos momentos transformado en cadaver.

Su hoja, semejante a una antena fina, se acercaba de nuevo, oscilando, como si buscara algo. Si, buscaba la ventanita abierta que pudiera aparecer en mi defensa. Nuestras hojas parecian llevar una conversacion silenciosa. La mia parecia decir: 'No lo lograras; yo soy mas larga. Si te inclinas, te alcanzare'. La de el parecia decir: 'No te escaparas. ?Observas como se acorta la distancia? Ahora atrapare tu brazo'. La mia: 'No tendras tiempo para ello. Ya pendo sobre ti: soy mas larga'. Pero Bonnville supero el tamano de mi espada y, rechazandola, dio una relampagueante estocada que atraveso mi chaqueta y rozo el cuerpo. Bonnville fruncio el entrecejo.

– Despojemonos de los jubones -propuso y dio un paso atras.

Sin moverme de mi sitio, tire la chaqueta al suelo y quede en camisa. Me senti mas libre, pero tambien mas indefenso.

En nuestras competiciones deportivas, usabamos habitualmente una cazadora especial, forrada con un hilo fino de metal. El contacto de la punta del florete con el metal, se registraba por un aparato electrico especial.

Ahora, la punta era real. Podia penetrar en la carne viva, perforar las arterias, herir gravemente y hasta matar. En verdad, si hacemos caso omiso de la maestria del esgrimista, nuestra situacion era analoga, porque las espadas podian herir igualmente y nuestras camisas se abrian por igual al encuentro de la hoja mortal. Pero, ?que diferente era mi simple camisa rayada de su camisa de seda blanca, copia de aquella con la cual se interpreta el papel de Hamlet!

Las espadas se cruzaron de nuevo. A la sazon recorde otro consejo de mi instructor: 'No ataques antes de tiempo. Espera que el contrario pierda, por un instante, el sentido de la distancia. Espera que abra su defensa'. Pero Bonnville no se abria. Su espada oscilaba ante mi como una avispa presta a picar. Pero yo retrocedia y la rechazaba. Por suerte para mi, el utilizaba la mano izquierda: yo podia anticiparme a sus movimientos.

Bonnville, como adivinando mi pensamiento, dijo:

– Con la mano izquierda solo coso las botas. ?Desea ver mi derecha?

Se despojo del cabestrillo y empuno rapido la espada. Esta fulguro, rechazo la mia y se me clavo en el pecho.

– Asi es como se hace -afirmo orgulloso, pero, antes de que tuviera tiempo de seguir hablando, alguien invisible le recordo:

– ?Use la izquierda, Bonnville! ?Use la izquierda! ?Y deje a un lado la derecha!

Bonnville cambio de mano la espada. La mancha roja de mi pecho se ensanchaba.

– Ponganle un vendaje -pidio.

Me quitaron la camisa y con ella vendaron mi pecho. La herida no era profunda, pero sangraba profusamente. Flexione mi brazo derecho: no me dolia. Yo podia aun ganar tiempo.

– ?Donde estudio usted? -inquirio Bonnville-. ?En Italia?

– ?Por que piensa eso?

– Por su manera italiana de defenderse. Sin embargo, eso no le ayudara.

Me sonrei y apenas tuve tiempo de retenerle: ataco por la derecha, flexione levemente las rodillas y su espada solo me rozo el hombro; la repeli hacia arriba y di a la vez una estocada certera.

– Bravo, bravo -dijo el.

– Usted esta sangrando de la mano.

– No es nada de cuidado.

Y de nuevo ante mi pecho oscilo su espada. La repelia y retrocedia, sintiendo como se helaban los dedos de mi mano que apretaban la empunadura.

– Bonnville, no alargues el tiempo -dijo la voz invisible-. Ya no habra repeticion.

– No habra nada -replico Bonnville y dio un paso hacia atras, dandome el descanso esperado-. Yo no lo puedo vencer con la mano izquierda.

– Entonces, el le vencera. Cambiare asi el tema. Pero, Bonnville, usted es un superhombre, tal como yo lo idee. ?Atrevase!

Bonnville, de nuevo, avanzo hacia mi.

Ante mi habia de nuevo un robot que lo olvidaba todo, exceptuando su supertarea. Senti de pronto que mi espalda tocaba ya la pared. No podia retroceder. '?Llego mi final!' pense desesperanzado.

Su espada choco nuevamente contra la mia, retrocedio ligeramente y regreso recta a mi garganta para clavarse sin piedad. No experimente dolor alguno, excepto el borboteo de algo en mi garganta. Las rodillas se me doblaron, trate de sostenerme con la espada, pero esta cayo de mis manos. Lo ultimo que oi fue una exclamacion que parecia venir de otro mundo:

– ?Liquidado!

Cuarta parte: ?El contacto se establece!

Capitulo 24 – El despertar

Lo que sucedio despues cruzo por delante de mis ojos igualmente que una secuencia fragmentaria y discontinua de cuadros nebulosos y blancos. Todo era blanco: la mancha del techo que me cubria, las cortinas de las ventanas, que no oscurecian la habitacion, las sabanas junto a mi rostro, personas que giraban a mi alrededor. En medio de esta blancura, percibia las fulguraciones que despedian superficies cilindricas niqueladas, los tubos largos que se retorcian como serpientes y unas caras desconocidas que se inclinaban sobre mi.

– Ha vuelto en si -dijo una voz.

– Si, ya lo veo. Anestesia.

– Profesor, todo esta preparado.

La conversacion se desarrollaba en frances, en un frances rapido que penetraba en mi conciencia o resbalaba por ella en un caos de terminos codificados y esotericos para mi. A poco, todo se apago -la luz y los pensamientos-, para luego cobrar vida. Y nuevamente los rostros desconocidos se inclinaban sobre mi y algo pulido -tijeras o cucharas, relojes o jeringuillas- refulgia ante mis ojos. A ratos, el niquel era reemplazado por el amarillo transparente de los guantes y por unas manos rosadas y esterilizadas con unas cortadas esmeradamente. Pero todo esto duro muy poco tiempo, hundiendose todo en la oscuridad carente de espacio y de tiempo, donde solo existia el vacio negro del sueno.

Despues, los cuadros empezaron gradualmente a revelarse con mayor nitidez, como si alguien invisible regulara la luz de un foco. El rostro enjuto y severo del profesor de gorro blanco fue reemplazado por la cara mas severa aun de la enfermera cuya cabeza estaba protegida por una panoleta de monja de color blanco. La enfermera me alimentaba con caldos y jugos, vendaba mi cuello y prohibia que hablara.

Haciendo grandes esfuerzos para hablar, pregunte:

– ?Donde estoy?

Los dedos rigidos de la enfermera se posaron sobre mis labios.

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