abalorio multicolor, movianse los automoviles. No, esta no era aquella Bagdad sobre el Subway que habia descrito O'Henry, no era aquella la ciudad del Diablo Amarillo maldecida por Gorki, ni tampoco el Mirgorod de Acero descrito por el poeta Esenin, sino otra ciudad completamente diferente y mucho mas familiar para mi. Sabia que pasados unos minutos la reconoceria.
?Y la reconoci! Debajo de mi, erguida en el espacio tridimensional, estaba la gigantesca letra A de la Torre Eiffel. A su lado, a la derecha y a la izquierda, notabanse las sinusoidades del rio Sena: una banda argentino- verdosa brillante al sol. Mas al instante, el verde triangulo del Jardin de las Tullerias me mostro la diferencia entre una verdura real y la ilusoria. A muchas personas, desde el aire, los rios les parecen de color azul; yo los veo siempre verdes. Y este Sena verde se encorvaba a la derecha en direccion a Ivry y a la izquierda hacia Boulogne. Mi vista diviso el Louvre y el recodo del rio Sena cuya concavidad oprime a la isla de la Cite. Desde donde me encontraba, apreciaba el Palacio de Justicia y la Catedral de Notre Dame semejantes a dos cubos petreos con sus contornos adornados de encajes negros; pero aun asi los reconocia; como reconocia el Arco de Triunfo en su famosa plaza desde donde parten radialmente mas de diez calles.
'?Por que Martin se equivoco?' me pregunte intrigado. Yo no era un gran conocedor de Paris, puesto que apenas lo habia visto una sola vez desde la ventanilla del avion; sin embargo, esa sola observacion concentrada me fue suficiente para orientarme ahora. Aquel dia del aterrizaje, recorri junto con Irina los lugares vistos desde el aire. No tuvimos tiempo suficiente para verlo todo, pero lo que observamos se me quedo grabado firmemente en la memoria. De repente, a mi mente llego una duda: '?Y si Martin no se equivoco realmente? ?Y si el vio Nueva York y yo veo ahora Paris? En ambos casos era un hipnoespejismo, como afirmo Thompson. Bien, pero, ?por que los visitantes nos imponen diversas alucinaciones? ?Toman para ello, quizas, la memoria de la infancia? Pero, ?por que yo, que naci en Moscu y no en Paris, debo ver la Torre Eiffel y no la Catedral de San Basilio? Si aceptamos que las 'nubes' eligieron el pasado reciente, ?por que Martin vio Nueva York, si hacia diez anos que el no veia esa ciudad? ?Que logica se encerraba en esta proyeccion de peliculas completamente diferentes? De nuevo tuve reflexiones agobiadoras: ?Y si no son ni peliculas, ni espejismos, ni alucinaciones? ?Y si de veras en este laboratorio gigantesco ellos reproducen las ciudades que mas les impresionaron? Pero, ?como las reproducen, mental o materialmente? ?Y con que objeto? ?Con el objeto de concebir la urbe como la forma estructural de nuestra comunidad? ?Para concebirla como el nucleo social de nuestra sociedad? ?O simplemente como una parte viva, multifacetica y vibrante de nuestra vida humana?'
– Todo esto parece una pesadilla -afirmo Anatoli. Me di la vuelta en el aire y le vi a dos metros de mi, colgando de las cuerdas de su paracaidas. Dije, 'colgando', porque el no caia, ni flotaba, sino que precisamente pendia fijo, inmovil, en el aire. No soplaba el viento y en el cielo no se notaba ni una sola nube. Existian tan solo el cielo ultramarino, la ciudad a la distancia y Anatoli y yo que estabamos a medio kilometro de altura suspendidos por las cuerdas rigidas de los paracaidas, que se mantenian de modo inexplicable en el aire. Digo 'en el aire', pues respirabamos libre y facilmente como en el Albergue de los Once situado sobre la cima del Elbruz.
– Martin nos mintio -afirmo Anatoli.
– No, el no nos mintio -objete.
– Entonces, se equivoco.
– No lo creo.
– ?Y que estas viendo ahora? -inquirio alarmado.
– ?Y tu?
– Pues, la Torre Eiffel, naturalmente. ?Acaso crees que no la conozco?
Anatoli veia tambien Paris, lo que significaba que la hipotesis sobre la hipnoalucinacion destinada especialmente al sujeto de estudio, se excluia.
– Pese a todo, este no es Paris, porque hay algo que lo distingue del verdadero -dijo Anatoli.
– Tonterias.
– Entonces, dime, ?donde puedes encontrar montanas en Paris? ?No sabes acaso que los Pirineos y los Alpes se encuentran lejos de esta ciudad? Mas, ?que es aquello?
Al mirar a la derecha, observe una cadena de montanas pobladas de bosques y coronadas con picos de piedras y sus cimas de nieve.
– Puede ser que esto sea la Groenlandia real -sugeri.
– Eso es imposible por dos razones: primero, porque estamos dentro de la cupula y, segundo, porque se ven cimas cubiertas de nieve. ?No sabes acaso que ahora no hay cimas de nieve en ningun lugar de la Tierra?
Observe nuevamente la cadena de montanas. Entre esta y la cupula divisabase una linea azul de agua: ?un lago o un mar?
– ?Como se llama el juego? -inquirio de sopeton Anatoli.
– ?Que juego?
– El juego en que se reconstituyen los dibujos y cuadros recortados caprichosamente.
– ?Ah! Rompecabezas.
– ?Cuantos empleados trabajaban en el hotel? -razonaba Anatoli ensimismado-. Cerca de treinta. ?Eran todos Parisienses? Posiblemente que alguno era de Grenoble, o de alguna region donde habia montanas y mar. Si pegaramos los recuerdos que tienen esos individuos tanto de Paris como de su ciudad natal, no habria copia, por lo menos, resultaria cualquier cosa, pero no una copia.
Repetia la hipotesis de Zernov. Yo, empero, seguia en mis reflexiones. 'Este es un juego. Hoy construimos y manana destruimos. Hoy es Nueva York y manana Paris. Hoy es Paris con el Mont Blanc y manana es Paris con el Fuji Yama. ?Por que no? ?Acaso lo que ha sido creado en la Tierra por el hombre y la naturaleza es el limite de la perfeccion? ?No supone, quizas, la repeticion de la creacion cierto mejoramiento? ?Se esta buscando en este laboratorio lo tipico de la vida terrestre? ?Se esta verificando y especificando lo tipico del mundo? Y toda esta mezcolanza irreal para nosotros, ?es acaso para ellos lo que precisamente estan buscando?'
Al fin y al cabo me senti confundido. El paracaidas flotaba sobre mi cabeza a guisa de techo de cafe callejero. Lo unico que faltaba era la mesa y la limonada. Solo ahora empece a sentir calor. El sol no alumbraba, pero el bochorno era insoportable.
– ?Por que no caemos? -inquirio Anatoli.
– ?Terminaste la escuela secundaria o te expulsaron de la primaria?
– No charlatanees. Te estoy hablando en serio.
– Y yo tambien. ?Has oido hablar del fenomeno de la ingravidez?
– Si. En la ingravidez uno flota, mas ahora no ocurre lo mismo, pues yo no puedo moverme. Hasta mi paracaidas parece estar hecho de madera, como si algo lo retuviera.
– No 'algo', sino alguien.
– ?Por que?
– Por gentileza. Duenos hospitalarios dan una leccion de cortesia a huespedes no invitados.
– ?Y para que crearon Paris?
– Tal vez les gusta su geografia.
– Eso sucederia si ellos fuesen seres racionales… -exploto Anatoli.
– Me gusta tu 'si'.
– No te mofes de mi. Te estoy hablando en serio. Ellos deben tener un objetivo determinado.
– Tienes razon. Ellos graban nuestras reacciones y, posiblemente, estan grabando ahora nuestra conversacion.
– Eres insoportable -afirmo Anatoli, y callo. Al momento, fuimos empujados de nuestra posicion por un soplo de viento y empezamos a volar sobre Paris.
Al principio descendimos unos doscientos metros. La ciudad estaba mas cerca y sus detalles se distinguian con mas claridad. Pudimos ver el negro humo entrecano que subia haciendo volutas sobre las chimeneas de las fabricas. Las grandes barcazas que descansaban sobre el Sena se diferenciaban ahora de las lanchas de motor. El gusanito largo que veiamos desde nuestra antigua posicion deslizandose por la orilla del Sena, tomo ahora el aspecto de un tren que se aproximaba a la estacion de Lyon. Las personas, como granos derramados sobre las calles, se veian ahora a guisa de mosaico abigarrado de trajes y vestidos de verano. Luego, fuimos empujados hacia arriba y la ciudad empezo a alejarse y a disiparse a la distancia. Anatoli volo hacia arriba y desaparecio con su paracaidas en el tapon color violeta. Pasados dos o tres segundos, yo desapareci tambien, y ambos, como dos delfines, saltamos sobre el borde de la cupula azul. En este proceso, nuestros paracaidas no cambiaron de forma y se mantuvieron abiertos como si los soplaran corrientes de aire imperceptibles. A poco, descendimos sobre la
