separadas fue de Brythere, no mio.
—Pero no hiciste nada por disuadirla. —Maldita sea, ?que podria haber hecho? ?Se mostro inflexible! A mi no me habria importado cumplir con mi deber.
—?Tu deber? —repitio Moragh, incredula—. ?Es eso lo que habria sido para ti? ?Porque si es asi no me asombra que Brythere decidiera lo que decidio! —Se llevo una mano al rostro y se pellizco el puente de la nariz como si intentara mitigar un dolor de cabeza.
—Madre —repuso Ryen—, no es tan sencillo como eso. Sabes que no lo es.
—Si. —Moragh asintio con la cabeza—. Si, hijo mio, lo se. —Dejo que la mano cayera otra vez al costado—. Pero de algun modo
publica por la manana y necesitaras estar descansado.
Ryen la contemplo mientras levantaba el pestillo, y de improviso dijo: —Madre...
Moragh volvio la cabeza.
—Madre, amo a Brythere. Puede que no tanto como tu amaste a mi padre, y el a ti, y se que ha sido una desilusion para ti. Pero la amo, ?y realmente creo que el fracaso de nuestro matrimonio no se debe a que yo no lo haya intentado!
—?Chisst! Baja la voz, o Brythere nos oira. —?Oh, que importa eso? ?No digo nada que ella no sepa tan bien como cualquiera de nosotros! —No obstante bajo la voz hasta convertirla casi en un susurro—. Lo he intentado, madre. He intentado comprender y he intentado ser paciente. Pero llega un momento a partir del cual ya no existe nada mas que yo pueda hacer, y cuando se llega a ese punto me empiezo a preguntar si vale la pena seguir probando.
—Ryen, eso que has dicho es terrible. —Los ojos de Moragh se clavaron en el.
—Dulce Diosa, ?crees que no lo se? ?Pero no puedo realizar milagros! Brythere parece decidida a volver la cabeza y la mente y a no dejarme llegar a ella. Asi pues, que asi sea. Si no quiere nada de mi, ?entonces quiza yo tampoco tendria que querer saber nada de ella!
La reina viuda no respondio enseguida sino que permanecio inmovil, la frente arrugada en una expresion de tristeza. Por fin levanto la mirada.
—Muy bien. —Su voz sono resignada y con una cierta amargura—. Si es asi como piensas, entonces no hay nada mas que decir. Tambien yo he hecho todo lo que he podido, pero parece que eso no es suficiente para nadie. Te deseo buenas noches, Ryen.
Abrio la puerta de la habitacion de Brythere. La luz de una vela se derramo al exterior, y bajo su resplandor Ryen vislumbro la figura de Ketrin junto al lecho de la reina. La expresion de la doncella era inescrutable. Entonces Moragh entro, y la luz y la escena desaparecieron al cerrarse la puerta tras ella.
El guarda de Ryen aguardaba al pie de la escalera de caracol, un puesto discreto desde el cual no podia oir nada de la conversacion desarrollada arriba, pero lo bastante cercano para acudir en caso de necesidad. El rey le dirigio una rapida mirada.
—Vete a la cama.
El hombre abrio la boca para desear las buenas noches a su senor, pero el saludo murio en sus labios al ver la expresion de Ryen. Hizo una reverencia y se alejo rapidamente. Por un momento Ryen se volvio para contemplar el negro hueco de la escalera, y la colera lo invadio al pensar en Brythere, sometida a los cuidados bienintencionados pero severos de su madre. Era el quien deberia estar a su lado ahora, no Moragh, y antes, en los primeros dias, habria sido asi. Pero eso era cuando aun no se habian iniciado los terrores de Brythere, cuando el miedo aun no habia convertido las risas de la reina en sombras. Sabia por que ella lo habia rechazado. No debido a que no pudiera defenderla de sus suenos —aunque eso era cierto— sino porque el era el rey y ella, como su reina, estaba obligada a vivir con el en Carn Caille y por lo tanto estaba atrapada entre las mismas paredes que habian dado vida a sus pesadillas.
No salia ningun sonido de la torre de Brythere ahora. Ryen espero unos momentos, escuchando el silencio; luego se dio la vuelta y se marcho en silencio en direccion a su
propio dormitorio. Su rostro era duro e inexpresivo como el marmol.
Las puertas de Carn Caille habian estado abiertas desde primeras horas de la manana, pero a media tarde el enorme patio seguia atestado mientras que el cesped en el exterior de la fortaleza daba cabida a otra multitud de personas que habian finalizado sus asuntos o que habian acudido a contemplar la diversion y esperaban tener la suerte de poder echar una ojeada al rey.
A traves de Jansa primero, y luego por otros viajeros que encontraron en la carretera, Vinar averiguo que estas audiencias publicas, que se celebraban durante tres o cuatro dias cada mes, eran enormemente populares entre las gentes de las Islas Meridionales. La costumbre la habia iniciado el viejo rey Cathlor, pero era Ryen quien habia acabado por establecerla, a la vez que habia eliminado la mayoria de las formalidades asociadas normalmente con los acontecimientos reales. A todos sus subditos, nobles o plebeyos, ricos o pobres, se les daba la bienvenida y la oportunidad de exponer al rey sus peticiones sobre cualquier cuestion, y las audiencias publicas eran tambien una tribuna para el anuncio de noticias importantes y de nuevos edictos o leyes.
Los habitantes de las Islas Meridionales no necesitaban demasiado estimulo para convertir cualquier acontecimiento en una feria, y las innovaciones del rey Ryen habian provocado una pronta respuesta. El ultimo kilometro de la carretera que conducia a la fortaleza estaba bordeado de buhoneros que vendian de todo, desde comida y bebida hasta juguetes, y el cesped era un caotico carnaval de vendedores, feriantes y artistas, cada uno con su propio puesto o carreta o con una pequena parcela de terreno. Las transacciones se multiplicaban; asistir a las audiencias publicas era toda una costumbre tanto para ricos como para pobres, y un hojalatero con el que Vinar habia trabado conversacion en la carretera calculaba que al menos tres cuartas partes de todos los reunidos alrededor de Carn Caille habian acudido ese dia simplemente a divertirse. Ahora que el largo invierno quedaba atras y se acercaba el verano, anadio alegremente el hojalatero, las audiencias de primavera eran siempre las mejores.
No obstante, una tonta preocupacion por Indigo impedia que Vinar disfrutara por completo del espectaculo. La muchacha parecia alegre ahora, riendose de un bufon que pegaba saltos con su baston cubierto de cintas, o senalando un puesto en el que se asaba un suculento buey entero; pero dos kilometros atras la cosa habia sido diferente. En cuanto habian aparecido en el horizonte las piedras grises de Carn Caille, Indigo se habia detenido de un modo tan repentino e inesperado que parecia como si hubiera chocado contra una pared invisible. Perplejo, Vinar la habia mirado y se habia encontrado con que su rostro estaba rigidamente inmovil, los ojos clavados en las lejanas torres grises, la boca abierta pero sin moverse. Luego, con una voz que parecia a punto de caer en un ataque de nervios, Indigo habia dicho: «No..., no quiero... », y habia cortado el resto de la frase con un audible chasquido de dientes.
Vinar no sabia que hacer. Intento convencerla para que le dijese lo que no habia acabado de decir, pero ella no podia o no queria contestar; se limito a seguir con la vista fija al frente como hipnotizada. De pronto —y eso le resulto aun mas extrano— la muchacha parpadeo bruscamente, sacudio la cabeza como para apartar algo que dificultaba su vision, y continuo andando por la carretera sin decir una palabra. Vinar se vio cogido tan por sorpresa que ella ya le llevaba una buena delantera cuando reacciono y corrio para alcanzarla; cuando se sereno, la mente del marino estaba llena de preguntas, pero una mirada al rostro de su companera basto para inmovilizar su lengua. Ella no recordaba lo que habia dicho. Ni siquiera recordaba su especie de trance; el incidente habia quedado borrado de su cerebro como si jamas hubiera sucedido, y se encaminaba hacia Carn Caille sin la menor aprension.
Desde ese momento Vinar la habia estado vigilando con atencion, en alerta constante por si se repetia otro episodio similar, pero nada habia sucedido, y no sabia si sentirse aliviado o desilusionado. Por un instante habia dado la impresion de que algo se habia abierto paso a traves de la barrera erguida en la mente de Indigo, y habia agitado algun recuerdo de su pasado, pero este se habia desvanecido antes de que ni ella ni el pudieran atraparlo. «No quiero... » ?No quiero que?, se preguntaba Vinar, pero la pregunta era inutil. Unicamente Indigo podia contestarla, y las barreras habian vuelto a alzarse, dejando fuera recuerdos y comprension.
El hombre levanto los ojos hacia la imponente mole de la fortaleza, un completo y casi feo contraste con la colorida actividad que envolvia como una marea sus muros. Aunque carecia de pruebas para apoyar su intuicion, se sentia firmemente convencido de que Indigo conocia Carn Caille, aunque como era que lo conocia era una pregunta que el no podia contestar. ?Habria vivido entre sus paredes como la hija, quiza, de un sirviente real? ?O habia