—Podria ser —dijo—. Podria ser. Incluso su nombre: el color del luto. Podria haber sido elegido a modo de recordatorio.
—Las brujas ya han intuido que algo sucede —siguio Ryen—. Y el parecido es excesivo, demasiado extrano. Si estamos en lo cierto, madre, entonces... —vacilo, y tuvo que armarse de valor para decirlo—. Si estarnos en lo cierto, es muy probable que Indigo sea la legitima reina de las Islas Meridionales.
Por mucho que lo intentaba, Indigo no podia quitarse de encima la sensacion de que los acontecimientos de las ultimas horas le habian sucedido a otra persona y no a ella. Incluso despues de que el mayordomo se hubo marchado, y que la criada que le habian asignado le hubo llevado agua para lavarse y, tras abrir la cama, efectuo una respetuosa salida, dejandola finalmente sola, la muchacha seguia siendo incapaz de asimilar lo que habia sucedido.
Su dormitorio era una de las mejores habitaciones de invitados de Carn Caille, espaciosa, y amueblada con gusto y gran cantidad de mobiliario. Habia gruesas alfombras en el suelo, pesadas cortinas en la ventana y sobre la puerta, sillones y mesas y un arcon de madera de roble, y la cama tenia postes y un dosel y sobre ella pendian colgaduras que podia cerrar si tenia frio. Indigo se lavo con el agua caliente —un raro lujo— y permanecio sentada en la cama un buen rato, escuchando los lejanos ruidos de pasos y voces apagadas y puertas que se cerraban a medida que la fortaleza se preparaba para dormir. Ella no podia dormir; aunque sentia el cuerpo pesado por el cansancio, le resultaba imposible adaptarse a este ambiente extrano. Y, aunque sin saber por que, se sentia inquieta. No era que se sintiera incomoda ante la elevada compania entre la que habia ido a parar tan de repente. El rey Ryen y su madre eran los anfitriones mas amables del mundo y por alguna
Se introdujo por fin en el lecho y permanecio sentada un buen rato mas, abrazada a las rodillas dobladas, mientras se preguntaba donde estaria la habitacion de Vinar, y si estaria dormido ya. Deseo que acudiera a verla, aunque solo fuera para desearse buenas noches de una forma mas privada, pues se sentia aislada y un poco vulnerable y ansiaba la presencia de un rostro y una voz familiares. A renglon seguido de este deseo se presento el viejo dilema que la perseguia desde el naufragio y su convalecencia: la paradoja de sus sentimientos por el hombre al que se suponia que estaba prometida. Las emociones que buscaba tozudamente seguian sin aflorar en su interior, y continuaba sin comprender por que. Vinar era su gran amigo, su companero mas intimo, y como hombre resultaba muy atractivo. Sentia afecto por el, y en ocasiones —como ahora— lo deseaba, experimentaba un secreto anhelo de llevarlo a su lecho y entregarse a el tal y como, lo sabia muy bien, el se entregaria a ella. Pero, no bien el deseo surgia en ella, se convertia en frias cenizas, pues sabia que aunque existiria placer no habria amor, al menos no por parte de ella. Era como si —lucho por aferrarse a un destello de comprension— alguien mas se interpusiera entre ellos, un fantasma de su olvidado pasado que la retenia y o no podia o no queria ser exorcizado. Y desde que habia pisado Carn Caille habia percibido su presencia con mas fuerza que antes.
El fuego se habia consumido casi por completo y la habitacion empezaba a quedarse fria. Indigo se deslizo bajo las mantas pero siguio sin querer apagar la vela que ardia junto al lecho. Si Vinar acudia esa noche, ?se entregaria ella... ? Pero no. Carecia de sentido hacer conjeturas, ya que el no apareceria, no intentaria —tal como el lo consideraba— aprovecharse de ella. Quiza, penso temeraria, seria mejor si lo hiciese, ya que eso dejaria el asunto fuera de su control de una vez por todas y la liberaria de una responsabilidad que no deseaba. Pero Vinar no daria tal paso. Era como si, tambien el, percibiera la presencia de la tacita barrera y se negara a cruzarla.
Los pasillos fuera de la habitacion estaban silenciosos ahora, y los unicos ruidos que rompian la quietud eran alguno que otro siseo procedente del moribundo fuego y el ahogado gemido del viento que habia empezado a soplar fuera de los muros de Carn Caille. La voz del viento parecio despertar ecos en lo mas profundo de Indigo, como la voz apenas recordada de un viejo amigo... o de un viejo enemigo..., y la joven se revolvio inquieta en la cama. La luz de la vela temblo a causa de una corriente de aire que las cortinas no pudieron evitar del todo. Las sombras parpadearon sobre la pared y por el suelo, distorsionadas y amenazadoras..., y debio de haberse sumido brevemente en los inquietos bajios del sueno, ya que no se dio cuenta de la presencia en su habitacion hasta que un sonido en su cerebro, como una aguda resonancia musical, la devolvio violentamente al mundo consciente, El fuego se habia apagado y la vela se habia consumido hasta quedar convertida en un apagado puntito de luz azul. Y alguien, apenas distinguible en la penumbra, la contemplaba desde los pies de la cama, Indigo se puso en tension al instante mientras a un nivel subliminal se daba cuenta de que la perfilada silueta era demasiado alta para tratarse de Moragh o de la criada y demasiado delgada para ser Vinar. Sintio los labios repentinamente resecos; los abrio con un gran esfuerzo, y con otro gran esfuerzo se obligo a hablar.
—?Quien eres?
No era el claro desafio que habia querido lanzar sino un simple susurro. La figura no contesto pero se acerco un poco mas, y el corazon de Indigo dio un vuelco. Empezo a incorporarse, y su mano se deslizo automaticamente bajo la almohada en busca de algo... ?Que? ?Un arma? No lo sabia.
—Anghara —dijo una voz con claridad.
El nombre la golpeo como un martillazo.
El recuerdo se desvanecio como el humo, y un extrano grito agonizante borboteo en la garganta de Indigo. Acabo de incorporarse de un salto, luchando con las mantas que parecian haber adquirido vida propia y le impedian moverse. La figura dio un veloz paso atras y, de improviso, donde habia habido una sola aparecieron dos. Una anciana —Indigo no pudo verle el rostro, pero de alguna forma estuvo segura de que lo era— que sostenia algo, algo que entregaba a la primera sombra, introduciendolo en sus manos.
—Anghara...
El nombre volvio a ser pronunciado, con voz ronca y apremiante, y, aunque fue incapaz de decidir cual de las dos sombras lo habia dicho, provoco un segundo y violento escalofrio en el alma de Indigo. Entonces distinguio lo que la vieja le habia dado a su acompanante: un cuchillo...
—Hazlo ahora, amor mio. —Seguia sin saber que figura habia hablado, pero la voz poseia un timbre sobrecogedor; amargo, aspero y desesperado—. Hazlo y todo ira bien. Hazlo, y tendremos lo que es legalmente nuestro.
La vela llameo de pronto con un ultimo aliento. En ese instante Indigo vio brillar la hoja del cuchillo... y distinguio los dos rostros que se alzaban avidos, ansiosos, tras el arma levantada. Intento gritar, intento moverse, pero su mente y su cuerpo estaban paralizados. Los dos rostros se balancearon hacia ella, y ahora ambos sonreian.
Y uno de los rostros era el suyo.
Desperto en medio de un revoltijo de mantas con un grito ahogado. Instintivamente se arrojo fuera de la cama, y no se dio de bruces contra el suelo porque recupero la perdida serenidad casi inmediatamente despues del violento sobresalto.
Habia sido un sueno, solo un sueno. La vela situada junto a la cama seguia ardiendo con fuerza, aumentada su luz por la de las brasas de la chimenea, y ella estaba sola en la habitacion. No habia voces, ni fantasmales intrusos. Indigo dejo escapar un suspiro de alivio y con voz temblorosa lanzo un juramento aprendido de Vinar. El denuesto la devolvio a la realidad de un modo rudo pero reconfortante, y empezo a arreglar el desordenado lecho. La abrumaba el deseo de abandonar Carn Caille. Algo no iba bien alli; habia algo maligno, si suenos como aquel podian rezumar de las paredes para atacar al indefenso durmiente, y ella no queria saber nada mas de todo aquello. Por la
manana hablaria en privado con Vinar, se lo explicaria y le preguntaria si estaba de acuerdo en...
El pensamiento se vio interrumpido antes de terminar cuando, penetrando en su cerebro y haciendose eco de sus temores como si existiera algun terrible lazo telepatico, en algun lejano lugar de Carn Caille la aguda y frenetica voz de una mujer empezo a chillar.
CAPITULO 10