inducirlas a permanecer dentro del local mientras se comian el helado, pero las muchachas no se amilanaban. Tomaron las servilletas, envolvieron cuidadosamente con ellas la base del cucurucho, empujaron la puerta y desaparecieron en el crepusculo. Lleno el bar el lugubre retumbar del choque de otra embarcacion contra el muelle.

El barman miro a Brunetti. Brunetti miro al barman. No dijeron palabra. Brunetti termino el grog, pago y se fue.

Ya era de noche, y a Brunetti le urgia verse en casa, a resguardo del frio y del viento que seguia azotando el muelle. Cruzo por delante del consulado frances y corto por el hospital Giustiniani, vertedero de ancianos, camino de su casa. Como andaba deprisa, no tardo mas de diez minutos en llegar. El portal olia a humedad, pero la acera aun estaba seca. Las sirenas que anunciaban acqua alta habian sonado a las tres de la madrugada, despertandolos a todos, pero la marea habia bajado antes de que el agua se filtrara por las grietas del pavimento. Faltaban solo unos dias para la luna llena y en el Norte, por Friuli, habia llovido mucho, de modo que era probable que aquella noche se produjera la primera gran inundacion del ano.

En lo alto de la escalera, dentro de casa, encontro lo que buscaba: calor, el aroma de una mandarina recien pelada y la certeza de que Paola y los ninos ya estaban alli. Colgo el abrigo del perchero al lado de la puerta y entro en la sala. Alli vio a Chiara, de codos en la mesa, sosteniendo un libro abierto con una mano y metiendose gajos de mandarina en la boca con la otra. Cuando el entro, la nina lo miro, sonrio ampliamente y le tendio un gajo de mandarina.

– Ciao, papa.

El cruzo la habitacion, notando con gusto el calor y percibiendo de pronto lo frios que tenia los pies. Se acerco a la mesa agachandose lo suficiente para que su hija le metiera un gajo de mandarina en la boca. Luego otro, y otro. Mientras el masticaba, ella se termino el resto de la fruta que tenia en un plato a su lado.

– Papa, tu sostienes la cerilla -dijo ella extendiendo el brazo hacia una carterita de fosforos que estaba encima de la mesa y dandosela. El, obediente, arranco un fosforo, lo encendio y lo acerco a Chiara, que eligio un trozo de piel de mandarina del monton que tenia a su lado y lo doblo junto a la llama proyectando una nubecita de aceite que chisporroteo con destellos de colores-. Che bella -dijo abriendo mucho los ojos con una admiracion que, por muchas veces que repitieran la operacion, no disminuia.

– ?Queda alguna? -pregunto el.

– No, papa, era la ultima. -El se encogio de hombros, pero no sin que una expresion de disgusto le asomara a la cara-. Siento habermelas comido todas, papa. Pero hay naranjas. ?Te pelo una?

– No, tesoro, no importa. Esperare hasta la hora de cenar. -Ladeo el cuerpo hacia la derecha, tratando de ver la cocina-. ?Donde esta la mamma?

– En su estudio -dijo Chiara volviendo al libro-. Y de muy mal humor. No se cuando cenaremos.

– ?Como sabes que esta de mal humor?

Ella lo miro y luego puso los ojos en blanco.

– Papa, no seas tonto. No hay que ser un lince para darse cuenta. Ha dicho a Raffi que no podia ayudarle con los deberes y a mi me ha gritado porque esta manana no he bajado la basura. -Chiara apoyo la barbilla en los punos mirando al libro-. Me revienta cuando se pone asi.

– Ultimamente tiene muchos problemas en la universidad, Chiara.

Ella volvio una pagina.

– Claro, tu siempre la defiendes. Pues te aseguro que es una lata.

– Hablare con ella. A ver si consigo algo. -Los dos sabian que esto era poco probable, pero, siendo como eran los optimistas de la familia, se miraron sonriendo ante la posibilidad.

Ella volvio a encorvarse sobre el libro. Brunetti se inclino, le dio un beso en la coronilla y salio de la sala, no sin encender la luz del techo. Al extremo del pasillo, se paro frente a la puerta del estudio de Paola. Hablar con ella casi nunca servia de algo, pero a veces escucharla daba resultado. Llamo a la puerta.

– Avanti -grito ella, y el empujo la puerta. Lo primero que observo, incluso antes de ver a Paola de pie delante de la vidriera de la terraza, fue el caos de la mesa. Papeles, libros y revistas esparcidos, unos abiertos, otros cerrados, unos metidos en otros marcando paginas. Habia que ser muy iluso o muy miope para considerar a Paola una persona pulcra y ordenada, pero este revoltijo colmaba su ya de ordinario tolerante medida. Ella se volvio de espaldas a la vidriera y, al observar la forma en que el miraba la mesa, explico:

– Estaba buscando una cosa.

– ?A quien mato a Edwin Drood? -pregunto el, aludiendo a un articulo que ella se habia pasado tres meses escribiendo el ano anterior-. Crei que ya lo habias encontrado.

– Dejate de bromas, Guido -dijo ella con aquella voz que le salia cuando el humor de Guido era tan bien recibido como en una boda el antiguo novio de la desposada-. Me he pasado casi toda la tarde tratando de localizar una cita.

– ?Para que la necesitas?

– Para una clase. Quiero empezar con esa cita, y necesito decirles de donde la he sacado, de modo que tengo que encontrar la fuente.

– ?De quien es?

– Del Maestro -respondio ella, y Brunetti observo que se le empanaban los ojos, como le ocurria cada vez que se referia a Henry James. ?Tendria sentido estar celoso?, se preguntaba. Celoso de un hombre que, por lo que Paola le habia contado, no solo fue incapaz de decidir cual era su nacionalidad sino tambien cual era su sexo.

Hacia veinte anos que duraba esto. El Maestro habia ido con ellos en el viaje de novios, estaba en el hospital cuando nacieron sus dos hijos y los acompanaba en todas las vacaciones. Henry James, fornido, flematico, poseedor de una prosa que habia resultado impenetrable para Brunetti tantas veces como habia intentado leerlo, tanto en ingles como en italiano, parecia ser el otro hombre de la vida de Paola.

– ?Que cita es?

– Es una frase que dijo siendo ya viejo, en respuesta a alguien que le preguntaba que le habia ensenado la experiencia.

Brunetti sabia lo que se esperaba de el ahora. Y procuro no defraudar.

– ?Que dijo? -pregunto.

– «Be kind and then be kind and then be kind*

La tentacion resulto irresistible para Brunetti.

– ?Con o sin comas?

Ella le lanzo una mirada torva. Evidentemente, no era momento para bromas y menos a costa del Maestro. En un intento por rehabilitarse a los ojos de su esposa, el dijo:

– Parece una cita un poco extrana para empezar una clase de literatura.

Ella vacilo entre hacer prevalecer la observacion sobre las comas o pasar directamente a la siguiente. Afortunadamente para el, ya que aquella noche no queria quedarse sin cenar, su esposa respondio a la segunda.

– Manana empezamos con Whitman y Dickinson, y yo esperaba que la cita sirviera para apaciguar a algunos de los mas temibles de la clase.

– Il piccolo marchesino?-pregunto el, menospreciando con el diminutivo a Vittorio, vastago y heredero del marchese Francesco Bruscoli. Al parecer, Vittorio habia sido persuadido de dar por concluida su asistencia a las universidades de Bolona, Padua y Ferrara y, hacia seis meses, habia acabado en Ca Foscari, tratando de licenciarse en Filologia Inglesa, no porque sintiera interes o entusiasmo por la literatura ni por algo que estuviera relacionado con la palabra escrita sino, simplemente, porque las nannies inglesas que lo cuidaban le habian ensenado el idioma.

– Es un pedazo de cerdo con una mente abyecta -dijo Paola con vehemencia-. Un vil degenerado.

– ?Que es lo que ha hecho ahora?

– Oh, Guido, no es lo que hace, sino lo que dice y como lo dice. Los comunistas, el aborto, los gays. No hay mas que mencionar una de estas palabras para que se dispare como un torrente de lodo, diciendo que es una suerte que el comunismo haya sido derrotado en Europa, que el aborto es pecado mortal, que los gays… -Agito la mano hacia la ventana, como si pidiera a los tejados que comprendieran-. Que habria que llevarlos a todos a campos de concentracion y a los enfermos de sida, aislarlos. Hay momentos en los que de buena gana le daria una bofetada -agrego, volviendo a agitar la mano, pero terminando el movimiento, segun advirtio ella misma, sin

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