Al llegar a la questura, el comisario, camino de su despacho, paso por el de la signorina Elettra. Hoy las fresias habian sido sustituidas por un ramo de luminosas calas. La joven levanto la cabeza cuando el entro y, sin preocuparse de darle los buenos dias, informo:

– El sargento Vianello me ha pedido que le diga que en Mestre no hay nada. Que ha hablado con varias personas y que ninguna sabe nada del ataque. Por otra parte -agrego mirando un papel que tenia encima de la mesa-, en ninguno de los hospitales de la zona han atendido a nadie de un corte en el brazo. -Antes de que el pudiera preguntar, termino-: Y nada de Roma, todavia, acerca de las huellas dactilares.

Por consiguiente, a falta de pistas, Brunetti considero llegado el momento de ver que mas podia averiguar de Semenzato.

– Usted habia trabajado en la Banca d'Italia, ?verdad, signorina?

– Si, senor.

– ?Conserva amistades alli?

– Y tambien en otros bancos. -La signorina Elettra no pecaba de modesta.

– ?Cree que podria tejer con su ordenador una fina red para ver que puede encontrar acerca de Francesco Semenzato? Cuentas bancarias, valores, inversiones de cualquier tipo…

La respuesta fue una sonrisa complice tan amplia que hizo preguntarse a Brunetti a que velocidad debian de viajar las noticias en la questura.

– Nada mas facil, dottore. ?Y quiere que me informe tambien sobre la esposa? Tengo entendido que es siciliana.

– Si; tambien sobre la esposa.

Antes de que el pudiera preguntar, ella explico:

– En el banco tienen dificultades con las lineas telefonicas, por lo que quiza no pueda saber algo hasta manana por la tarde.

– ?Puede usted revelar su fuente, signorina?

– Es alguien que tiene que esperar a que el jefe del sistema informatico del banco se vaya a su casa -dijo ella unicamente.

– Esta bien -respondio Brunetti, dandose por satisfecho con la explicacion-. Tambien me gustaria que llamara a la Interpol de Ginebra. Puede preguntar por…

Ella lo atajo, pero con una sonrisa.

– Ya tengo la direccion, comisario. Y me parece que ya se por quien tengo que preguntar.

– ?Heinegger? -pregunto Brunetti, dando el nombre del capitan que dirigia la oficina de investigaciones financieras.

– Eso es, Heinegger -dijo ella, dando la direccion y el numero de fax.

– ?Como ha podido informarse tan pronto, signorina? -pregunto Brunetti, francamente sorprendido.

– En mi anterior empleo tenia tratos con el -respondio ella con naturalidad.

Brunetti, a pesar de ser policia, prefirio no tratar de averiguar en aquel momento que relacion existia entre la Banca d'Italia y la Interpol.

– Asi pues, ya sabe lo que tiene que hacer -fue todo lo que se le ocurrio decir.

– Tan pronto como llegue la respuesta de Heinegger se la subire -dijo ella, volviendo a su ordenador.

– Si, muchas gracias. Buenos dias, signorina. -El comisario dio media vuelta y salio del despacho, pero no sin antes lanzar otra mirada a las flores, que se recortaban en el vano de la ventana abierta.

La lluvia de los ultimos dias habia cesado, alejando la amenaza inmediata del acqua alta y dejando tras de si unos cielos cristalinos, por lo que no habia que contar con encontrar en casa a Lele, que estaria en cualquier sitio menos alli, pintando. Brunetti decidio ir al hospital para hablar con Brett, ya que no acababa de comprender las razones que la habian hecho regresar desde el otro lado del mundo.

Cuando entro en la habitacion, su reaccion inmediata fue pensar que la signorina Elettra habia pasado por alli: masas de flores inundaban de color todas las superficies horizontales disponibles. Rosas, lirios, azucenas y orquideas adornaban la habitacion con su exquisita presencia, y la papelera rebosaba de los envoltorios de Fantin y Biancat, las dos floristerias en las que solian comprar los venecianos. Brunetti observo que tambien norteamericanos o, cuando menos, extranjeros, habian rendido su tributo floral, ya que a ningun italiano podia habersele ocurrido enviar a una persona enferma o herida aquellos gigantescos ramos de crisantemos, flores que en Italia se ofrendan exclusivamente a los difuntos. Se sentia incomodo con tantos crisantemos en una habitacion de hospital, pero trato de sobreponerse y desechar la sensacion, que le parecia fruto de una burda supersticion.

Las dos mujeres estaban en la habitacion, tal como el esperaba y deseaba; Brett, incorporada en la cama, que habia sido levantada por la parte superior, con la cabeza entre dos almohadas, y Flavia, sentada en una silla a su lado. Esparcidos sobre la cama habia varios bocetos de mujeres ataviadas con unos trajes largos y complicados. Todas llevaban una diadema que era una explosion solar de pedreria. Al entrar el, Brett levanto la mirada de los figurines y movio minimamente los labios; la sonrisa estaba toda en los ojos. Flavia, al cabo de un momento, lo saludo a su vez, pero con mas tibieza.

– Buenos dias -dijo el, y miro los dibujos. La orla ondulada de dos de los vestidos les daba un aire oriental. Pero, en lugar de los dragones de rigor, las telas tenian dibujos abstractos de unos colores que contrastaban vivamente entre si, pero no con disonancia sino con armonia.

– ?Que son? -inquirio el con curiosidad y mientras lo decia comprendio que hubiera debido empezar por preguntar a Brett como estaba.

– Bocetos para el nuevo Turandot de La Scala.

– ?Asi que lo cantara usted? -pregunto. A pesar de que la presentacion de la opera estaba anunciada para la temporada siguiente, hacia semanas que aparecian rumores en la prensa. La soprano cuyo nombre se habia «insinuado» como «posible eleccion» -estas eran las expresiones que se utilizaban en La Scala- habia dicho que la posibilidad le parecia interesante y que la tomaba en consideracion, lo que significaba que no tenia ni la menor intencion de aceptar. Se hablo despues de la posibilidad de que se eligiera a Flavia Petrelli, que no tenia la opera en su repertorio, y hacia solo dos semanas ella habia difundido un comunicado de prensa en el que declaraba que se negaba categoricamente a plantearse siquiera la posibilidad, lo cual equivalia a una aceptacion todo lo formal que cabia esperar de una soprano.

– Deberia usted saber que no hay que tratar de resolver los enigmas de Turandot-dijo Flavia con falso desenfade, dando a entender con ello que el habia visto lo que no debia. Entonces se inclino y recogio los bocetos. Rapidamente traducidos, ambos mensajes significaban que el no debia decir nada de aquello.

– ?Como se encuentra? -pregunto Brunetti a Brett finalmente.

Aunque ya no tenia los maxilares unidos, Brett sonreia de un modo mecanico, abriendo mucho los labios y doblando las comisuras hacia arriba, como idiotizada.

– Mejor. Un dia mas, y a casa.

– Dos dias -rectifico Flavia.

– Un dia o dos -admitio Brett. Al verlo todavia con el abrigo, dijo-: Perdone. Sientese. -Senalaba una silla que estaba detras de Flavia. El la acerco a la cama, doblo el abrigo sobre el respaldo y se sento.

– ?Podriamos hablar de lo que ocurrio? -dijo el, abarcando a ambas mujeres con la pregunta.

Brett pregunto con extraneza:

– Pero, ?no habiamos hablado ya de ello?

Brunetti asintio y pregunto:

– ?Que le dijeron? Exactamente. ?Puede recordarlo?

– ?Exactamente? -repitio ella, desconcertada.

– ?Hablaron lo suficiente como para permitirle deducir de donde eran? -insistio Brunetti.

– Comprendo -dijo Brett. Cerro los ojos y regreso momentaneamente al recibidor del apartamento, evoco a los hombres, sus caras y sus voces-. Sicilianos. Por lo menos, el que me pego. Del otro no estoy tan segura. Hablo muy poco. -Miro a Brunetti-. ?Es importante?

– Podria ayudarnos a identificarlos.

– Asi lo espero -tercio Flavia sin dejar entrever si sus palabras traducian un reproche o un deseo.

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