de todo? Una muerte violenta, solo cuatro dias despues de que Brett fuera atacada con una brutalidad similar. Mientras se vestia y se ataba los cordones de los zapatos, Brunetti se exhortaba a no sacar conclusiones precipitadas. Dando la vuelta a la cama, se acerco a Paola, se inclino y la sacudio ligeramente por el hombro.

Ella abrio los ojos y lo miro por encima de las gafas que aun no hacia un ano que usaba para leer. Llevaba una raida bata de franela comprada en Escocia diez anos antes, y, encima, un cardigan irlandes tejido a mano que sus padres le habian regalado una Navidad no menos lejana. Al verla asi, mirandolo con ojos miopes, momentaneamente desorientada al ser sacada de su primer sueno con brusquedad, le recordo a las mujeres sin techo de mirada extraviada que en las noches de invierno se refugiaban en la estacion del tren. Sintiendose como un traidor por pensar eso, se inclino mas aun entrando en el circulo de luz de la lampara de lectura y le dio un beso en la frente.

– ?La imperiosa llamada del deber? -pregunto ella, inmediatamente despierta.

– Si. Semenzato. La mujer de la limpieza lo ha encontrado en su despacho del palazzo Ducale.

– ?Muerto?

– Si.

– ?Asesinado?

– Eso parece.

Ella se quito las gafas y las puso encima de los papeles esparcidos sobre la colcha.

– ?Has enviado a un agente a la habitacion de la americana? -pregunto, dejando que el hallara la logica de su rapida deduccion.

– No -reconocio el-, pero lo enviare en cuanto llegue al palazzo. No creo que esos se arriesguen a matar a dos una misma noche, de todos modos, enviare a un hombre. -Con que facilidad «esos» habian cobrado cuerpo, creados por su propia resistencia a creer en la casualidad y por la resistencia de Paola a creer en la bondad humana-. ?Quien ha llamado?

– Monico.

– Bien -dijo ella. El nombre le era familiar, conocia al hombre-. Si quieres, le llamare y le dire eso del agente.

– Gracias. No me esperes despierta. Esto llevara tiempo.

– Y esto tambien -dijo ella echando el cuerpo hacia adelante para recoger los papeles.

El volvio a agacharse y esta vez la beso en los labios. Ella le devolvio el beso convirtiendolo en un beso de verdad. El se enderezo y ella lo sorprendio al abrazarse a su cintura y hundir la cara en su estomago. Dijo unas palabras ahogadas que el no comprendio. Suavemente le acaricio el pelo, pero estaba pensando en Semenzato y ceramicas chinas.

Ella lo solto, alargo la mano hacia las gafas y mientras se las ponia dijo:

– No olvides llevarte las botas.

9

Cuando el comisario Brunetti de la policia de Venecia llego al escenario del asesinato del director del museo mas importante de la ciudad, llevaba en la mano derecha una bolsa de plastico blanca con el nombre de un supermercado en letras rojas. Dentro de la bolsa habia un par de botas de goma negras del cuarenta y dos compradas en Standa tres anos antes. Lo primero que hizo al llegar al cuarto de los guardias, situado al pie de la escalera que conducia al museo, fue dejar la bolsa, diciendo al hombre que estaba alli que la recogeria al salir.

El guardia, dejando la bolsa al lado de la mesa, dijo:

– Arriba esta uno de sus hombres, comisario.

– Bien. Luego vendran mas. Y tambien el forense. ?Alguien de la prensa?

– No, senor.

– ?Y la mujer de la limpieza?

– Han tenido que llevarla a su casa. No hacia mas que llorar desde que vio la escena.

– ?Tan fuerte es?

El guardia movio la cabeza afirmativamente.

– Hay mucha sangre.

Una herida en la cabeza, recordo Brunetti. Si, debia de haber mucha sangre.

– La mujer armara revuelo cuando llegue a su casa y eso quiere decir que alguien llamara a Il Gazzetino y vendran periodistas. Procure mantenerlos aqui abajo, por favor.

– Lo intentare, comisario, pero no se si lo conseguire.

– Que no suban -dijo Brunetti.

– Si, senor.

Brunetti miro hacia el fondo del largo corredor donde se veia el arranque de una escalera.

– ?El despacho es por ahi?

– Si, senor. Arriba, a la izquierda. Ya vera la luz al final del pasillo. Creo que en el despacho esta su agente.

Brunetti dio media vuelta y se alejo por el pasillo. El eco de sus pasos reverberaba tetricamente en las paredes y en la escalera del fondo y volvia a el. El frio, el penetrante frio humedo del invierno, se filtraba desde el suelo y las paredes de ladrillo del corredor. A su espalda, oyo un golpe seco de metal en piedra, pero no sono ninguna voz, y el siguio pasillo adelante. La bruma nocturna habia depositado una resbaladiza lamina de condensacion en los anchos peldanos de piedra que ahora pisaba.

Al llegar arriba, fue hacia la izquierda, guiandose por la luz que salia de una puerta abierta al extremo del pasillo. A mitad de camino, grito:

– ?Vianello?

Al momento aparecio el sargento en la puerta, con un abrigo de lana gruesa del que asomaban unas botas de goma amarillo rabioso.

– Buona sera, signore -dijo levantando una mano en un saludo mitad oficial mitad social.

– Buona sera, Vianello. ?Como esta eso?

La curtida cara de Vianello permanecio impasible al contestar:

– Bastante mal, comisario. Al parecer, hubo lucha: el despacho esta revuelto, sillas volcadas, lamparas destrozadas. Era corpulento, por lo que yo diria que han tenido que ser dos. Pero es solo una primera impresion. Los del laboratorio podran decirnos mas. -Dio un paso atras para dejar pasar a Brunetti.

Era lo que habia dicho Vianello: una lampara de pie habia basculado hacia adelante y chocado contra la mesa sembrandola de los fragmentos de su pantalla de cristal; detras del escritorio, un sillon estaba tumbado de lado y delante, una alfombra de seda se habia fruncido y su largo fleco estaba enredado en el tobillo del hombre que yacia en el suelo a su lado. El caido estaba de bruces, con un brazo debajo del cuerpo y el otro extendido hacia adelante con la mano abierta y la palma hacia arriba, como si ya estuviera pidiendo clemencia en las puertas del cielo.

Brunetti miro la cabeza con su grotesca aureola de sangre y desvio la mirada rapidamente. Pero dondequiera que posara los ojos veia sangre: gotas en la mesa, un fino reguero que iba de la mesa a la alfombra y cubriendo un ladrillo azul cobalto que estaba en el suelo a medio metro del muerto.

– El guardia de abajo ha dicho que es el dottor Semenzato -explico Vianello en medio del silencio que emanaba de Brunetti-. La senora de la limpieza lo ha encontrado a eso de las diez y media. El despacho estaba cerrado por fuera, pero ella tiene llave y ha entrado a limpiar y a cerciorarse de que las ventanas estuvieran cerradas, y lo ha encontrado asi.

Brunetti seguia sin decir nada, solo se acerco a una de las ventanas y miro al patio del palazzo Ducale. Todo estaba en calma; las estatuas de los gigantes seguian custodiando la escalera, ni la sombra huidiza de un gato turbaba la escena banada por la luna.

– ?Cuanto hace que ha llegado? -pregunto Brunetti.

Vianello se subio la bocamanga para mirar el reloj.

– Dieciocho minutos. Le he buscado el pulso, pero ya no le latia, y estaba frio. Yo diria que llevaba muerto por

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