– ?No lleva botas? -pregunto, visiblemente preocupado.

– Las he dejado abajo.

– Menos mal que las ha traido. Al venir, en la calle della Mandola, el agua ya me llegaba por los tobillos. Esos malditos vagos aun no habian puesto las pasarelas, asi que voy a tener que dar la vuelta por Rialto para llegar a casa. Ahora me llegaria por las rodillas.

– ?Por que no toma el Uno hasta Sant'Angelo? -sugirio Brunetti. Sabia que Rizzardi vivia al lado del Cinema Rossini y desde esta parada del vapor podria llegar a casa sin tener que pasar por la calle della Mandola, una de las zonas mas bajas de la ciudad.

Rizzardi miro el reloj e hizo un calculo rapido.

– No. El proximo pasa dentro de tres minutos. No llegaria. Y luego, a estas horas de la noche, tendria que esperar veinte minutos. Prefiero ir a pie. Ademas, ?quien sabe si se habran molestado en poner la pasarela en la Piazza? -Empezo a andar hacia la puerta, pero su furor por este ultimo de los muchos inconvenientes de vivir en Venecia le hizo volver sobre sus pasos-. Deberiamos elegir a un alcalde aleman. Asi las cosas funcionarian.

Brunetti sonrio, dijo buenas noches y escucho como las botas del medico se alejaban chasqueando en las losas del corredor hasta que se extinguio el sonido.

– Comisario, ire a hablar con los guardias y a echar un vistazo por abajo -dijo Vianello saliendo del despacho.

Brunetti se acerco al escritorio de Semenzato.

– ?Ha terminado con esto? -pregunto a Pavese. El tecnico trabajaba ahora sobre el telefono, que habia ido a parar al otro extremo de la habitacion, arrojado con tanta fuerza contra la pared que habia hecho saltar un trozo del yeso antes de hacerse pedazos contra el suelo.

Pavese movio la cabeza afirmativamente y Brunetti abrio el primer cajon. Lapices, boligrafos, un rollo de cinta adhesiva transparente y una cajita de pastillas de menta.

El segundo cajon contenia un estuche de papel de cartas con el nombre y el titulo de Semenzato y el nombre del museo en el membrete. Brunetti observo que el nombre del museo estaba impreso en un tipo de letra mas pequeno.

En el cajon de abajo habia varias carpetas de cartulina, que Brunetti puso encima de la mesa. Abrio la primera y empezo a examinar su contenido.

Quince minutos despues, cuando los tecnicos le gritaron desde el otro extremo de la habitacion que ya habian terminado, Brunetti no sabia de Semenzato mucho mas que cuando llego, pero habia averiguado que el museo tenia el proyecto de montar dentro de dos anos una gran exposicion de dibujos renacentistas, y habia concertado importantes prestamos de obras con museos de Canada, Alemania y Estados Unidos.

Brunetti volvio a guardar las carpetas y cerro el cajon. Cuando levanto la mirada, vio en la puerta a un hombre bajo y fornido que llevaba una parka desabrochada encima de una bata blanca de hospital y calzaba altas botas de goma.

– ?Han terminado con esto, comisario? -pregunto el recien llegado, senalando el cadaver de Semenzato con un vago movimiento de la cabeza. Mientras lo decia, a su lado aparecio otro hombre, vestido y calzado de modo similar, que acarreaba sobre el hombro una camilla de lona enrollada con la misma naturalidad que quien lleva un par de remos.

Uno de los tecnicos asintio para confirmar que asi era y Brunetti dijo:

– Si. Ya pueden llevarselo. Directamente a San Michele.

– ?Al hospital no?

– No. El dottor Rizzardi ha dicho que a San Michele.

– Si, senor -dijo el hombre encogiendose de hombros. De todos modos, cobraban tiempo extra, y San Michele estaba mas lejos que el hospital.

– ?Han venido cruzando la Piazza? -pregunto Brunetti.

– Si, senor. Tenemos la lancha junto a las gondolas.

– ?Cuanto ha subido?

– Yo diria que unos treinta centimetros. Pero en la Piazza estan puestas las pasarelas, de modo que no nos ha costado mucho llegar hasta aqui. ?Hacia donde va, comisario?

– Hacia San Silvestro -respondio Brunetti-. Me gustaria saber como esta la calle dei Fuseri.

El segundo asistente, mas alto y mas delgado que su companero, con pelo rubio y rizado asomando bajo su gorra de servicio, respondio:

– Siempre esta peor que la Piazza, y no habia pasarela cuando pase por alli hace dos horas camino del trabajo.

– Podriamos subir por el Gran Canal y dejarlo en San Silvestro -se ofrecio el primero sonriendo.

– Es muy amable -dijo Brunetti devolviendole la sonrisa y consciente, lo mismo que ellos, de que corria el tiempo extra-. Pero tengo que pasar por la questura -mintio-. Y he traido botas. -Esto era verdad, pero, aunque no las hubiera traido, tambien hubiera rechazado el ofrecimiento. No le gustaba la compania de los muertos y preferia destrozar unos zapatos a viajar con un cadaver.

Entonces entro Vianello y dijo que no habia averiguado nada nuevo de los guardias. Uno habia reconocido que estaban en el cuarto viendo la television cuando la mujer de la limpieza bajo la escalera gritando. Y aquella escalera -le aseguro Vianello- era el unico acceso a esta zona del museo.

Se quedaron en el despacho hasta que el cuerpo fue retirado y luego esperaron en el corredor mientras los tecnicos cerraban con llave y sellaban la puerta, para impedir la entrada de personas no autorizadas. Los cuatro hombres bajaron la escalera juntos y se pararon delante de la puerta abierta del cuarto de los guardias. El guardia que estaba alli cuando llego Brunetti interrumpio su lectura de Quattro Ruote al oirlos acercarse. Nunca dejaba de sorprender a Brunetti que una persona que vivia en una ciudad sin coches pudiera leer una revista automovilistica. ?Acaso algunos de sus conciudadanos, rodeados de mar por todas partes, sonaban con los coches del mismo modo en que los hombres que estan en la carcel suenan con mujeres? En medio del silencio absoluto que por la noche reinaba en Venecia, ansiaban oir el rugido del trafico y el clarin de los claxons. Quiza, sencillamente, no desearan mas que la comodidad de poder ir en coche al supermercado y, al regreso, parar y descargar la compra en la puerta de su casa, en lugar de acarrear pesadas bolsas por calles abarrotadas y puentes arqueados y, finalmente, subir los muchos tramos de escalera que, inevitablemente, parecian formar parte de la vida de todos los venecianos.

El hombre, al reconocer a Brunetti, dijo:

– ?Quiere sus botas?

– Si.

El guardia saco la bolsa blanca de debajo de la mesa y la tendio a Brunetti, que le dio las gracias.

– Sanas y salvas -dijo el guardia sonriendo.

El director del museo acababa de ser asesinado a golpes en su despacho, y su atacante habia pasado por delante del puesto de los guardias sin ser visto, pero por lo menos las botas de Brunetti estaban indemnes.

10

Como eran mas de las dos cuando Brunetti llego a casa aquella noche, a la manana siguiente durmio hasta pasadas las ocho y no desperto, y aun a reganadientes, hasta que Paola lo sacudio ligeramente por el hombro y le dijo que tenia el cafe al lado. El consiguio resistirse a volver a la realidad durante unos minutos, pero entonces olio el cafe, desistio y se decidio a empezar el dia. Paola habia desaparecido despues de dejarle el cafe, ejercitando una prudencia adquirida con los anos.

Cuando se hubo tomado el cafe, Brunetti se levanto y se acerco a mirar por la ventana. Lluvia. Y recordo que la noche antes la luna estaba casi llena, lo que significaba mas acqua alta cuando subiera la marea. Se fue por el pasillo al cuarto de bano y tomo una ducha larga, tratando de acumular calor suficiente para todo el dia. Otra vez en el dormitorio, empezo a vestirse y, mientras se hacia el nudo de la corbata, decidio ponerse un jersey debajo de la americana, porque las visitas que tenia previstas, una a Brett y la otra a Lele, le obligarian a ir de un extremo a otro de la ciudad. Abrio el segundo cajon del armadio en busca de su jersey gris de lambswool. Al no encontrarlo, busco en el tercer cajon y luego en el primero. Como buen detective,

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