botella, seguido del chapoteo del liquido en el suelo.
El solto la pistola y volvio a sentarse sin decir nada a Brett. En otras circunstancias, hubiera sido gracioso, pero ninguno de los dos se rio. Por tacito acuerdo, decidieron pasarlo por alto, y Brunetti repitio la pregunta:
– ?Cuando ocurrio?
Decidida a ahorrar tiempo respondiendo a todas sus preguntas de inmediato, ella dijo:
– Fue unas tres semanas despues de mi primera carta a Semenzato.
– ?Cuando fue eso?
– A mediados de diciembre. Lleve su cadaver a Tokio. Es decir, fui con el. Con ella. -Callo; le seco la voz un recuerdo que no iba a compartir con Brunetti-. Yo iba a pasar la Navidad en San Francisco -prosiguio-. Asi que sali antes y estuve tres dias en Tokio. Vi a su familia. -Otra larga pausa-. Luego segui viaje a San Francisco.
Flavia salio de la cocina sosteniendo en equilibrio con una mano una bandeja de plata con tres flautas de champana y con la otra, agarrandola por el cuello como si fuera una raqueta de tenis, una botella de Dom Perignon.
Aqui, con el champana de media manana, no se escatimaba.
Habia oido las ultimas palabras de Brett y pregunto:
– ?Estabas contando a Guido nuestra feliz Navidad? -El empleo del nombre de pila no paso inadvertido a ninguno de ellos, ni el enfasis con que pronuncio «feliz».
Brunetti tomo la bandeja y la puso en la mesa, y Flavia escancio el champana con liberalidad. La espuma reboso de una de las copas, resbalo por el cristal, cayo a la bandeja, se salio por el borde y corrio hacia el libro que seguia abierto. Brett lo cerro con un movimiento rapido y lo puso a su lado en el sofa. Flavia dio una copa a Brunetti, puso otra en la mesa, delante del sitio que ella habia ocupado y paso la tercera a Brett.
–
Brunetti la miro interrogativamente y ella se apresuro a explicar:
– Yo cantaba alli. Tosca. Dios, que desastre. -Con un ademan tan teatral que hacia burla deliberada de si misma, se llevo el dorso de la mano a la frente, cerro los ojos un momento y prosiguio-: El director era aleman y tenia un «concepto». Desgraciadamente, su concepto consistia en actualizar la opera para darle «significado» - palabra en la que imprimio vivo desden- situandola durante la revolucion rumana y atribuyendo a «Scarpia» la personalidad de Ceaucescu, o como quiera que aquel hombre horrible lo pronunciara. Yo debia ser la reina diva, pero no de Roma sino de Bucarest. -Se tapo los ojos con una mano pero siguio hablando-. Recuerdo que habia tanques y metralletas y, en un momento de la obra, yo tenia que esconderme una granada en el escote.
– No olvides el telefono -dijo Brett cubriendose la boca con los dedos y apretando los labios para no reir.
– Ay, cielos, el telefono, lo habia olvidado; eso dice lo mucho que me he esforzado por sacarmelo de la cabeza. -Miro a Brunetti, tomo un trago de champana como si fuera agua mineral y prosiguio con la mirada animada por el recuerdo-. Durante el «
Brett intervino para puntualizar:
– Era bulgaro, Flavia.
El ademan de Flavia, aun con la copa en la mano, era displicente:
– Da lo mismo,
– En el sofa, me parece, suplicando a Dios -apunto Brett.
– Ah, si. Entonces «Scarpia», un hombreton patoso, tropieza con el cable del telefono y lo arranca de la pared. Y aqui me teneis, echada en el sofa, con la comunicacion con Dios cortada. Al otro lado del baritono, entre bastidores, el director gesticulaba como un poseso. Creo que pretendia que volviera a conectar la linea e hiciera la llamada a todo trance. -Tomo un sorbo, sonrio a Brunetti con una afabilidad que lo impulso a llevarse a su vez la copa a los labios y continuo-: Pero un artista ha de tener sus normas -y, mirando a Brett-: o, como decis los americanos, trazar una raya en la arena. -Aqui se detuvo, y Brunetti se sintio obligado a preguntar:
– ?Que hizo entonces?
– Agarre el telefono y cante por el como si el hilo siguiera enchufado a la pared y hubiera alguien al otro extremo. -Puso la copa en la mesa, se levanto, abrio los brazos en actitud angustiada y, sin mas preparativos, se puso a cantar las ultimas frases del aria-. «
Brunetti se echo a reir salpicandose la camisa de champana. Brett dejo su copa en la mesa y se oprimio los lados de la boca con las manos.
Flavia, con la expresion de quien entra en la cocina para ver como esta el guiso y lo encuentra en su punto, volvio a sentarse y continuo el relato.
– «Scarpia» tuvo que volverse de espaldas al publico porque no podia contener la risa. Era la primera vez en un mes que me caia simpatico. Casi senti tener que matarlo minutos despues. En el entreacto, el director se puso histerico y me grito que habia arruinado su puesta en escena y juro que nunca volveria a trabajar conmigo. Eso se ha cumplido, desde luego. Las criticas fueron terribles.
– Flavia -reconvino Brett-, fueron terribles las criticas del montaje, las de tu actuacion fueron estupendas.
Como si hablara con una nina, Flavia explico:
– Mis criticas siempre son estupendas,
Brunetti, a pesar del champana, seguia deseando saber mas acerca de la muerte de la ayudante de Brett.
– ?Alguien penso que podia no haber sido un accidente?
Brett movio la cabeza negativamente. Al parecer, habia olvidado la copa que tenia delante.
– No. Casi todos nosotros habiamos resbalado alguna vez al borde de la excavacion. Uno de los arqueologos chinos se habia caido un mes antes y se habia roto el tobillo. En aquel momento, todos creimos que habia sido un accidente. Hubiera podido ser un accidente -anadio sin conviccion.
– ?Colaboro ella en la exposicion aqui? -pregunto Brunetti.
– En el montaje, no. Para eso vine yo sola. Pero Matsuko superviso el embalado de las piezas cuando salieron para China.
– ?Estaba usted aqui?
Brett titubeo largamente, miro a Flavia, bajo la cabeza y respondio:
– No; no estaba.
Flavia alargo la mano hacia la botella y echo mas champana en las copas, aunque la unica que necesitaba el rellenado era la suya.
Todos callaron durante un rato, hasta que Flavia, mirando a Brett, mas que preguntar declaro:
– ?Ella no hablaba italiano, verdad?
– No -respondio Brett.
– Pero tengo entendido que tanto ella como Semenzato hablaban ingles.
– ?Y eso que importa? -pregunto Brett con un deje de irritacion en la voz que Brunetti intuyo sin poder detectar.
Flavia hizo chasquear la lengua y miro a Brunetti fingiendo exasperacion.
– Quiza sea verdad lo que dice la gente de nosotros, los italianos, quiza seamos mas comprensivos que otros con la falta de integridad. Usted lo comprende, ?verdad?
El asintio.
– Eso significa -explico a Brett, viendo que Flavia callaba- que ella no podia entenderse con la gente de aqui mas que a traves de Semenzato. Los dos tenian un idioma comun.
– Un momento -dijo Brett. Ahora comprendia lo que querian decir, pero tampoco le gustaba-. ?Asi que Semenzato es culpable, sin mas, y Matsuko tambien? ?Solo porque los dos hablaban ingles?