la puerta, curioso por descubrir la forma en que Patta le recordaria que debia tratar a Brett con guantes de terciopelo.

– Una cosa, Brunetti -dijo Patta cuando su subordinado llegaba a la puerta.

– ?Si, senor? -pregunto el con verdadera curiosidad, un sentimiento que Patta muy raramente le inspiraba.

– Quiero que trate a la dottoressa Lynch con guantes de terciopelo. -Vaya, conque esta era realmente la formula.

13

De nuevo en su despacho, lo primero que hizo Brunetti despues de abrir la ventana fue llamar a Lele. En su casa no contestaban, por lo que Brunetti probo en la galeria, donde el pintor descolgo el aparato despues de seis senales.

– Pronto.

– Ciao, Lele, aqui Guido. Te llamo por si has podido averiguar algo.

– ?Sobre esa persona? -pregunto Lele, dandole a entender que no podia hablar con libertad.

– ?Hay alguien contigo?

– Ah, si, ahora que lo menciona, yo diria que si. ?Estara todavia en su despacho dentro de un rato, signor Scarpa?

– Si, estare aqui una hora todavia.

– Muy bien, signor Scarpa. Le llamare en cuanto termine.

– Gracias, Lele -dijo Brunetti y colgo.

?Quien podia ser la persona que estaba con Lele que no debia saber que este hablaba con un comisario de policia?

Repaso los papeles de la carpeta, haciendo anotaciones aqui y alla. Habia estado varias veces en contacto con la seccion de la policia encargada de la investigacion del robo de obras de arte, pero en este momento lo unico que podia darles era el nombre de Semenzato; pruebas, ninguna. Aunque era posible que Semenzato tuviera una reputacion que no aparecia en los informes oficiales, una reputacion que no llegaba al papel.

Hacia cuatro anos, Brunetti habia tratado con uno de los capitanes de la brigada antirrobo de arte de la policia de Roma, acerca de un retablo gotico robado de la iglesia de San Giacomo dell'Orio. Giulio nosecuantos, no recordaba el apellido. Descolgo el telefono y marco el numero de la signorina Elettra.

– ?Si, comisario? -dijo, cuando el se identifico.

– ?Ha sabido algo de Heinegger o de sus amigos del banco?

– Esta tarde lo sabre.

– Bien. Mientras tanto, le agradecere que mire si puede encontrar en los archivos el nombre de un capitan de la seccion antirrobo de obras de arte de Roma. Giulio nosecuantos. Nos escribimos hara unos cuatro anos, quiza cinco, sobre un robo que se cometio en San Giacomo dell'Orio.

– ?Tiene alguna idea de donde pueda estar archivado, comisario?

– O en mi nombre, ya que yo redacte el informe original, o en el nombre de la iglesia o, quiza, en robo de obras de arte. -Reflexiono un momento y agrego-: Compruebe la ficha de un tal Sandro… es decir, Alessandro Benelli con direccion en San Lio. Creo que aun estara en la carcel, pero quiza se mencione el nombre del capitan. Si mal no recuerdo, declaro en el juicio.

– Si, senor. ?Lo quiere para hoy?

– Si, signorina, si es posible.

– Bajare al archivo ahora mismo. Quiza encuentre algo antes del almuerzo.

El optimismo de la juventud.

– Gracias, signorina -dijo Brunetti y colgo. En el mismo instante, sono el telefono. Era Lele.

– No podia hablar, Guido. Tenia en la galeria a alguien que quiza pueda serte util en esto.

– ?Quien es? -Como Lele no contestara, Brunetti se apresuro a pedir disculpas, al recordar que lo que el necesitaba era la informacion, no la fuente-. Perdona, Lele. Olvida que te he preguntado eso. ?Que te ha dicho?

– Al parecer, el dottor Semenzato era un hombre muy ocupado. Ademas de director del museo, era socio de dos tiendas de antiguedades, una de aqui y otra de Milan. El hombre con el que yo hablaba trabaja en una de las tiendas.

Brunetti resistio la tentacion de preguntar en cual y guardo silencio, sabiendo que Lele le diria lo que considerase necesario.

– Parece ser que el dueno de estas tiendas, no Semenzato sino el dueno oficial, tiene acceso a piezas que no llegan a mostrarse en las tiendas. Esta persona me ha dicho que en dos ocasiones se desembalaron por error piezas que se habian recibido en la tienda y que, en cuanto el dueno las vio, las hizo volver a embalar diciendo que eran para su coleccion particular.

– ?Te ha dicho que piezas eran?

– Una era un bronce chino y la otra, una ceramica preislamica. Me ha dicho tambien, y creo que esto puede interesarte, que estaba casi seguro de haber visto una foto de la ceramica en un articulo sobre las piezas que se llevaron del museo de Kuwait.

– ?Cuando ocurrio eso?

– La primera vez fue hace un ano y la segunda, hara unos tres meses -respondio Lele.

– ?Te ha dicho algo mas?

– Que varios clientes de su tienda tienen acceso a la coleccion privada.

– ?Y el como lo sabe?

– A veces, hablando con estos clientes, el dueno se referia a piezas que tenia pero que no estaban en la tienda. O llamaba por telefono a un cliente y le decia que tal dia recibiria tal o cual pieza, pero esas piezas no pasaban por la tienda. Sin embargo, despues parecia que se habia hecho la venta.

– ?Por que te ha contado eso, Lele? -pregunto Brunetti, aunque comprendia que no debia preguntar.

– Hace anos trabajamos juntos en Londres, y le hice varios favores.

– ?Y como se te ha ocurrido preguntarle precisamente a el?

Lele, en lugar de ofenderse, se rio.

– Oh, veras, pregunte por ahi por Semenzato y me dijeron que hablase con mi amigo.

– Gracias, Lele, -Brunetti, al igual que todos los italianos, sabia que la trama sutil de los favores personales envuelve todo el sistema social. Todo parece casual: alguien habla con un amigo, luego cambia impresiones con un primo, y la informacion va circulando. Y esta informacion modifica el saldo entre el Debe y el Haber. Antes o despues, los favores se pagan y las deudas se cobran.

– ?Quien es el dueno de las tiendas?

– Francesco Murino, un napolitano. Tuve tratos con el hace anos cuando abrio la tienda de aqui, y es un vero figlio di puttana. Si aqui se hace algun negocio sucio, seguro que el mete mano.

– ?Es el de la tienda de Santa Maria Formosa?

– Si, ?lo conoces?

– Solo de vista. Que yo sepa, nunca ha tenido problemas con la policia.

– Guido, ya te he dicho que es napolitano. Claro que no ha tenido problemas, pero eso no significa que no sea una vibora. -El enfasis que Lele puso en sus palabras desperto la curiosidad de Brunetti acerca de los tratos que pudiera haber tenido con Murino.

– ?Nadie ha dicho nada mas de Semenzato?

Lele resoplo con impaciencia.

– Ya sabes lo que ocurre cuando alguien se muere. Nadie quiere decir la verdad.

– Si; lo mismo me ha dicho otra persona esta manana.

– ?Que mas te ha dicho esa persona? -pregunto Lele con lo que parecia autentica curiosidad.

– Que espere un par de semanas, porque entonces la gente empezara a decir la verdad otra vez.

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