no ya de corregir sino de comprender siquiera el fenomeno, a pesar de que hacia por lo menos cinco inviernos que se reproducia la anomalia. La caldera principal habia sido objeto de examenes, revisiones, reajustes, improperios y puntapies de diversos tecnicos, ninguno de los cuales habia conseguido repararla. Los que trabajaban en aquellas dos plantas ya se habian resignado y adoptaban las medidas oportunas: unos se quitaban la chaqueta y otros se ponian los guantes.
Brunetti asociaba el fenomeno con la fiesta de santa Agata tan estrechamente que no podia ver una imagen de la santa martir, representada indefectiblemente llevando en una fuente los dos pechos cortados, sin imaginar que lo que la santa exhibia eran dos piezas de la caldera central: quiza dos grandes arandelas.
Se quito el abrigo y la chaqueta mientras cruzaba el despacho y abria las dos altas ventanas. Al instante se quedo helado y recupero la chaqueta de encima de la mesa adonde la habia lanzado. Durante los anos, habia desarrollado una cronologia para abrir y cerrar las ventanas que, si por un lado regulaba eficazmente la temperatura, por el otro, le impedia concentrarse en el trabajo. ?Estaria a sueldo de la Mafia el encargado de mantenimiento? Al leer los periodicos, daba la impresion de que una persona de cada dos lo estaba, ?por que no, pues, el encargado?
Encima de la mesa tenia los consabidos informes de personal y peticiones de informacion de la policia de otras ciudades, ademas de cartas de particulares. Una mujer de la pequena isla de Torcello le escribia para pedirle personalmente que buscara a su hijo, que habia sido secuestrado por los sirios. La mujer estaba loca y varios miembros de la policia recibian periodicamente cartas suyas, todas las cuales se referian al mismo hijo inexistente, pero los secuestradores variaban de acuerdo con la actualidad politica mundial.
Si iba ahora mismo, podria ver a Patta antes del almuerzo. Con tan halaguena perspectiva, Brunetti tomo la delgada carpeta que contenia los papeles relacionados con los casos Lynch y Semenzato y bajo al despacho de su superior.
Los lirios frescos abundaban pero la
– Buenos dias, senor -dijo Brunetti, tomando el asiento que Patta le indicaba.
– Buenos dias, Brunetti. -Cuando Brunetti se inclino para poner la carpeta encima de la mesa, su superior la rechazo con un ademan-. Ya lo he leido. Y muy despacio. Veo que usted parte de la hipotesis de que la agresion a la
– Si, senor. No veo la posibilidad de que no lo esten.
Durante un momento, Brunetti penso que Patta, segun su costumbre, disentiria de una opinion que no era la suya, pero su jefe lo sorprendio al mover la cabeza afirmativamente diciendo:
– Probablemente, este en lo cierto. ?Que ha hecho hasta ahora?
– He hablado con la
– Espero que con la mayor cortesia.
Brunetti se limito a un simple:
– Si, senor.
– Bien, bien. Es una gran benefactora de la ciudad y debe ser tratada con la mayor consideracion.
Brunetti dejo pasar la observacion sin comentarios y prosiguio:
– Una ayudante japonesa vino a la clausura de la exposicion a supervisar el embalaje y expedicion de las piezas a China.
– ?Una ayudante de la
– Si, senor.
– Entiendo. -El tono de Patta era tan obsceno que Brunetti tuvo que esperar un momento antes de preguntar:
– ?Puedo seguir, senor?
– Si, si, por supuesto.
– La
– ?Que clase de accidente? -pregunto Patta, como si ello tuviera que resultar consecuencia ineludible de su orientacion sexual.
– Una caida, en la excavacion arqueologica en la que trabajaban.
– ?Cuando sucedio?
– Hace tres meses. Fue despues de que la
– ?Y esas piezas habian sido embaladas por la que murio?
– Eso parece.
– ?Pregunto a la
En realidad, Brunetti no podia decir que se lo hubiera preguntado.
– No, senor; no se lo pregunte. La
– ?Esta seguro, Brunetti? -Patta incluso entorno los ojos al preguntarlo.
– Completamente. Apostaria mi reputacion. -Como hacia siempre que mentia a Patta, lo miro a los ojos sin pestanear-. ?Puedo continuar, senor? -Nada mas preguntarlo, Brunetti descubrio que no tenia nada mas que decir, o por lo menos, que decir a Patta. No le diria que la familia de la japonesa era tan rica que, probablemente, ella no podia tener un interes economico en sustituir las piezas. La idea de la forma en que Patta reaccionaria a la hipotesis de que el movil pudieran ser los celos le hacia sentir una ligera nausea.
– ?Cree usted que la japonesa sabia que las piezas que se enviaban a China eran falsas?
– Es posible.
– ?O incluso que lo hubiera organizado ella? -dijo Patta con enfasis-. Tuvo que ayudarla alguien, alguien de aqui, de Venecia.
– Eso parece, senor. Es una posibilidad que estoy investigando.
– ?Como?
– He iniciado una investigacion de las cuentas del
– ?Con que autoridad? -ladro Patta.
– La mia, senor.
Patta se reservo el comentario.
– ?Que mas?
– He hablado de Semenzato con varias personas, y espero recibir informacion sobre su reputacion real.
– ?A que se refiere con lo de su «reputacion real»?
Ah, cuan raramente la fortuna pone en nuestras manos al enemigo para que hagamos con el lo que queramos.
– ?No le parece, senor, que todo funcionario tiene una reputacion oficial, lo que la gente dice de el en publico, y una reputacion real, lo que la gente sabe que es verdad y dice de el en privado?
Patta apoyo la mano derecha en la mesa con la palma hacia arriba haciendo girar con el pulgar el anillo del dedo menique, aparentemente concentrado en el movimiento.
– Quiza, quiza. -Levanto la mirada de la palma de la mano-. Prosiga, Brunetti.
– He pensado empezar por estas dos cosas y ver adonde me llevan.
– Si; me parece logico -dijo Patta-. Recuerde que quiero saber todo lo que hace y todo lo que averigua. - Consulto su Rolex Oyster-. No quiero entretenerlo mas, Brunetti, para que pueda ponerse con esto cuanto antes.
Brunetti se levanto, comprendiendo que habia sonado la hora del almuerzo de Patta. Empezo a caminar hacia