Ni Brunetti ni Flavia contestaron.

– Yo trabaje tres anos con Matsuko -insistio Brett-. Ella era arqueologa y conservadora. Ustedes dos no pueden decidir que fuera una ladrona, no pueden erigirse en juez y jurado y, sin mas informacion ni mas pruebas, decidir que era culpable. -Brunetti observo que no parecia tener inconveniente en admitir la culpabilidad que ellos atribuian tambien a Semenzato.

Seguian sin responder. Transcurrio casi un minuto. Finalmente, Brett se recosto en el sofa, luego extendio el brazo y tomo la copa. Pero no bebio sino que hizo girar el champana y volvio a dejar la copa en la mesa.

– La cuchilla de Occam -dijo finalmente con resignacion en la voz.

Brunetti esperaba que Flavia pudiera explicarle estas palabras, pero ella no dijo nada, por lo que tuvo que preguntar:

– ?La cuchilla de quien?

– Guillermo de Occam -repitio Brett, sin apartar los ojos de la copa-. Fue un filosofo medieval, ingles, segun creo. Tenia la teoria de que la explicacion correcta de cualquier problema suele ser la que hace el uso mas simple de la informacion disponible.

Brunetti no pudo menos que pensar que el tal signor Guillermo no era italiano, evidentemente. Miro a Flavia y en su forma de arquear la ceja leyo el mismo pensamiento.

– Flavia, ?no podria beber otra cosa, por favor? -pregunto Brett tendiendo la copa semillena. Brunetti percibio la vacilacion de Flavia, la suspicacia con que lo miro a el y luego otra vez a Brett, y le recordo la mirada de Chiara cuando se le pedia que hiciera algo que la obligaba a salir de la habitacion en la que el y Paola iban a hablar de algo de lo que no querian que ella se enterase. Con un movimiento airoso, Flavia se levanto, recogio la copa y se alejo camino de la cocina, deteniendose en la puerta para decir por encima del hombro:

– Te traere agua mineral y procurare tardar mucho en abrir la botella. -Y desaparecio dando un portazo.

Brunetti se preguntaba a que se debia todo aquello.

Cuando Flavia se fue, Brett se lo dijo:

– Matsuko y yo eramos amantes. No se lo he dicho a Flavia, pero lo sabe. -Un golpe seco que llego de la cocina lo ratifico.

– Empezo en Xian, un ano despues de que ella llegara a la excavacion. -Y, para mayor claridad-: Juntas preparamos la exposicion, y ella escribio un texto para el catalogo.

– ?De quien partio la idea de que ella colaborara en la exposicion? -pregunto Brunetti.

Brett estaba violenta y no trataba de disimularlo.

– ?De mi? ?De ella? No lo recuerdo. Vino rodado. Lo hablamos una noche. -Se puso colorada bajo sus cardenales-. Por la manana, estaba decidido que ella escribiria el articulo y que iria a Nueva York para ayudar a montar la exposicion.

– ?Pero usted vino a Venecia sola?

Ella asintio.

– Despues de la inauguracion en Nueva York, las dos regresamos a China. Yo volvi a Nueva York para la clausura y Matsuko fue a Londres a ayudarme a preparar la exposicion alli. Inmediatamente despues, volvimos a China las dos. Luego yo vole otra vez a Londres para preparar el transporte de las piezas a Venecia. Yo crei que ella se reuniria aqui conmigo para la inauguracion, pero se nego, dijo que queria… -Aqui su voz se quebro, y ella tuvo que carraspear antes de repetir-: Dijo que queria que por lo menos esta etapa de la exposicion fuera solo mia y que no vendria.

– Pero vino despues de la clausura, ?no? ?Cuando habia que enviar las piezas de vuelta a China?

– Vino de Xian para tres semanas -dijo Brett. Callo y se miro las manos fuertemente enlazadas-. No lo puedo creer, no lo puedo creer -murmuro, de lo que Brunetti dedujo que si lo creia-. Entonces, cuando ella vino, todo habia terminado ya entre nosotras. Yo habia conocido a Flavia en la inauguracion. Se lo dije a Matsuko cuando regrese a Xian, aproximadamente un mes despues de que se inaugurara la exposicion aqui, en Venecia.

– ?Como reacciono ella?

– ?A usted que le parece, Guido, como iba a reaccionar? Era lesbiana, casi una nina, a caballo entre dos culturas, criada en el Japon y educada en Estados Unidos. Cuando volvi a Xian desde Venecia, despues de estar fuera casi dos meses, y le ensene el catalogo con su articulo en italiano, lloro. Habia ayudado a montar la exposicion mas importante en este campo que se habia celebrado en decadas, estaba enamorada de su jefa y creia que su jefa lo estaba de ella. Y entonces llego yo de Venecia, tan satisfecha, y le digo que lo nuestro ha terminado, que me he enamorado de otra, y cuando ella me pregunta por que, yo, como una estupida, me pongo a hablar de cultura, de la dificultad de llegar a entender realmente a alguien de una cultura diferente. Le dije que Flavia y yo compartiamos una misma cultura, y ella y yo, no. -Otro fuerte golpe en la cocina fue suficiente para evidenciar la falsedad del pretexto.

– ?Ella como reacciono?

– Si hubiera sido Flavia, creo que me hubiera matado. Pero Matsuko, por mucho tiempo que hubiera pasado en America, era japonesa. Se inclino profundamente y salio de mi despacho.

– ?Y desde entonces?

– Desde entonces fue la ayudante perfecta. Formal, distante y eficaz. Era muy competente. -Hizo una pausa larga y dijo en voz baja-: No me gusta lo que le hice, Guido.

– ?Por que vino ella a Venecia para encargarse del envio de las piezas a China?

– Yo estaba en Nueva York -dijo Brett como si esto fuera suficiente explicacion. Para Brunetti no lo era, pero opto por dejar las aclaraciones para mas adelante-. Llame a Matsuko y le pedi que viniera a supervisar el embalado y el envio de las cosas a China.

– ?Y ella accedio?

– Era mi ayudante, ya se lo he dicho. La exposicion significaba tanto para ella como para mi. -Al oir como sonaban sus propias palabras, Brett agrego-: Por lo menos, eso pensaba yo.

– ?Y que me dice de la familia de Matsuko? -pregunto el.

Evidentemente sorprendida, Brett pregunto:

– ?Su familia?

– ?Son ricos?

– Ricca sfondata -respondio. Riqueza sin limites-. ?Por que le interesa?

– Para saber si lo hizo por dinero -explico.

– No me gusta esa manera suya de dar por descontado que ella estaba involucrada en esto -protesto Brett, pero debilmente.

– ?Ya se puede volver sin peligro? -grito Flavia desde la cocina.

– Basta, Flavia -replico Brett asperamente.

Flavia volvio con un vaso de agua mineral en el que subian alegremente las burbujas. Lo puso delante de Brett, miro el reloj y dijo:

– Es hora de las pildoras. -Silencio-. ?Quieres que te las traiga?

Bruscamente, Brett golpeo con el puno la mesa de marmol, provocando un tintineo de la bandeja y una erupcion de burbujas en todos los recipientes.

– Yo puedo ir a buscar las malditas pildoras. -Se levanto del sofa apoyandose en las manos y cruzo rapidamente la habitacion. Segundos despues, llegaba a la sala el ruido seco de otro portazo.

Flavia se recosto en el respaldo de su sillon, levanto la copa de champana y tomo un sorbo.

– Caliente -murmuro. ?El champana? ?El ambiente? ?El genio de Brett? Echo el champana de su copa en la de Brett y vacio la botella en la suya. Tomo un sorbo de prueba y sonrio a Brunetti-. Asi esta mejor -dijo, dejando la copa en la mesa.

Brunetti, que no sabia si todo esto era un recurso teatral, decidio mantenerse a la expectativa. Estuvieron saboreando el champana en placida compania hasta que, finalmente, Flavia pregunto:

– ?En que medida era necesario ponerle vigilancia en el hospital?

– Hasta que pueda hacerme una idea mas clara de lo que ocurre no sabre en que medida es necesario lo que se haga -respondio.

Ella sonrio ampliamente.

– Es reconfortante oir a un funcionario publico reconocer ignorancia -dijo inclinandose para dejar la copa vacia en la mesa.

Terminado el champana, su voz cambio a un registro mas grave:

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